Las gaviotas alzan el vuelo y atraviesan las nubes. El viento azotando tu cabello y la claridad de este firmamento es tu tranquilidad. No hueles los montones de deshechos. Tu nariz ya se ha acomodado. Ni las moscas te importunan. Haces lo que tienes que hacer. Bajan camiones a descargar, crecen los montones. El vidrio crea toda una sonata al caer. A cada paso puedes ver rincones de latas prensadas. Quiza un rincón de cartón prensado. Y si los trabajadores no se han ido algún palista llevando restos de un lugar a otro. Todo se pesa. Todo tiene un precio. Incluso la inmundicia se echa a una máquina que después vomita una pasta que se convertirá en ingrediente de tu biodiesel. Lanzarote es parte de la reserva de la biosfera, pero la sopa de plástico alrededor de Canarias tiene un kilómetro de grosor. La gente no quiere darse cuenta. Aún sigo viendo mascarillas por el suelo cuando saco a Grako a pasear, alrededor de los contenedores hay otros restos que se dejan o huyen al no ir en bolsas, pues los vientos alísios cuando azotan con fuerza durante días han llegado a mover los contenedores y volcarlos. Y aun así, lo comparo con el Mar Menor y sus peces muertos y quiero pensar que aquí se reconvertirá el turismo postcovid en un formato más respetuoso para el entorno pues preservar significa ser receptor durante más tiempo, en Murcia se ha dado durante las últimas décadas prioridad a las industrias que han echado sus vertidos sin tratar al agua, matando a los seres vivos que hubiera, lo grave es que se sigue como si no hubiera sucedido y como si nadie tuviera que asumir tal barbarie. Algo reciclo semanalmente, procuro mínimo plásticos de las garrafas y tetrabriks, las traseras de las guaguas animan con sus eslóganes a que se recicle, después todo llega al vertedero. Al menos ahora he visto como se clasifica. Aún recuerdo aquella Navidad en Elche cuando los basureros al encontrar todo desparramado juntaron todo y se marcharon, no importó si era papel de regalo, si era plástico o si eran los restos de la cena.
Anne se marcha a vivir al bosque. En casa se siente fuera de lugar. Ni los suyos la defienden frente al mundo. La atacan. Ella es como un animalillo. Busca cobijo y no lo haya. Nadie la echa de menos. Nadie la busca. No importa que aún fuera una adolescente. Prepara su kit de supervivencia con cosas de unos y de otros, incluso herramientas de papá. Es diestra con las manos y sabe construir cosas. Su problema es con las personas. Le cuesta relacionarse, se cierra. Su mundo interior es suficiente, al menos durante un tiempo. Ni bella, ni esbelta. Grande, demasiado grande. Anne siempre ha estado ahí para los demas. Ha cuidado y estado pendiente. Ha sido una hija útil ante tantas bocas que atender. Demasiadas. Una casa llena de niños, un alquiler del ayuntamiento y alguna ayuda social. Son demasiados. Los padres no la buscan. Los hermanos no la buscan. Ella vuelve en un par de ocasiones a la casa al principio a por suministros. Se lleva cosas. A la tercera ocasión se encuentra la cerradura cambiada. Nadie la busca. Dos veces se cruza con su padre, le echa de menos y le espera para verle pasar con la bicicleta de camino al trabajo de buena mañana. ¿Todo bien?. No dejes que tu madre te vea así. La segunda mañana le da un par de tostadas. ¿Todo bien?. No la buscan. No la obligan a volver. Pasan los años y Anne se convierte en parte del bosque. Y a Anne se le nota que vive en su mundo. Todos saben que Anne recoge cosas en sus bolsas. Llega a encontrarse con una de sus hermanas y la repudia. La niega. No te conozco. La dejan en el bosque hasta que todo se precipita y cambia.
La poda de Laura Beatty es un canto a la naturaleza y a los seres vivos. La autora durante el tiempo en que estuvo escribiendo la novela se fue a un bosque para inspirarse. Nos zambulle en la poza, debajo de los arboles, junto a los ciervos y las lechuzas. Sus descripciones nos adentran en ese verde paisaje que va desapareciendo por culpa del hombre. Anne intenta preservar el bosque, pues ella solo caza para sobrevivir. En cambio, el proyecto forestal de construir una pasarela produce con la tala masiva de árboles cambios en los animales que quizá no tengan vuelta atrás. La autora pone sobre la mesa una crítica al sistema, el hombre se come la naturaleza en vez de preservarla. Se tala sin plantar. Se mata sin nacer de nuevo. El Guardabosques intenta deshacerse de Anne, porque es un problema social. Deshauciarla. Todo resuelto. “La poda” también es una oda al desarraigo y los excluidos de cada familia, aquellos que viven en los márgenes siendo distintos.
El verdadero problema sigue su curso, podar no es talar. Cuando alguien poda sólo corta lo seco y lo que la planta no necesita, para que rebrote con más fuerza y de mejores frutos. Si talas y talas al final no quedarán árboles que cobijen a los animales del bosque y huirán despavoridos a otro lugar, perdidos. Y sin árboles no hay aire.
—Vanessa Díez Tarí, Letras en Vena.