Gerhardie (1895-1977) nació en San Petersburgo. Hijo de unos ricos industriales in gleses que perdieron su fortuna durante la Revolución Rusa, se educó en la Rusia zarista y más tarde combatió con los ingleses durante la Primera Guerra Mundial. Publicó su primera novela en 1922, Inutilidad, en la que ya están muchos de los rasgos que se repetirían en su segunda novela, la más conocida, Los políglotas, de 1925.
En este autor se da una original mezcla de lo mejor de la literatura rusa de finales del siglo XIX y de la literatura inglesa. Por un lado, hay bastante eco de Chéjov y de Gonchárov, el autor de Oblómov. También se aprecia la influencia de Oscar Wilde y la literatura ironista y cómica inglesa. El resultado es una literatura antidramática, falsamente ligera, moderadamente cómica, con la que aborda aspectos tangenciales e insustanciales de los convulsos momentos históricos de los que el autor fue testigo.
En Los políglotas, y en Inutilidad, lo que más importa es describir el presente, disfrutar de él como exclusivo momento narrativo, sin necesidad de encuadrar estas escenas en un argumento con desarrollo e intriga. No hay, pues, una trama sólida que enganche al lector, pues las cosas que se cuentan son accidentales dentro de un especial contexto histórico y personal.
El narrador es Georges, un joven militar inglés que aspira a ser escritor y que realiza un viaje a Japón para conocer a unos familiares que abandonaron Bélgica durante la I Guerra Mundial y se refugiaron en Japón y Rusia. La no vela transcurre en los años inmediatamente posteriores de la guerra y todavía en plena Revolución Rusa. Como el narrador, la familia pertenece a una alta burguesía que se ha codeado con la aristocracia y que ahora se encuentra en plena decadencia, aunque mantengan las formas y las apariencias.
Lo que se propone novelar Gerhardie no es lo tópico de aquel complejo momento histórico sino la espuma de la vida íntima y doméstica de este grupo de personajes, cada uno etiquetado con sus inconfundibles tics verbales y sus manías. Lo más sobresaliente es la perspectiva novelística, el trabajo estilístico del autor y la creación de un narrador engreído, prepotente, crítico con casi todo, que va de intelectual y escritor, amoral, irónico, vividor que, sin embargo, asume su papel dentro de la peculiar familia de la que forma par te. Una poliédrica novela, pues, que exige lectores experimentados en divagaciones y que no se obsesionen con encontrar un argumento cerrado donde encajen convenientemente las piezas.
Por Adolfo Torrecilla