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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Disculpen, nos habíamos olvidado de Gerhardie

Los políglotas es la gran novela de un escritor admirado por Waugh y Greene que permaneció inédito en las últimas décadas.

Cuando William Gerhardie murió en 1977, los pocos que habían oído hablar de él pensaban que se hallaba criando malvas desde hacía tiempo. Casi 40 años después, el olvido sigue siendo la característica que mejor lo define. Nacido en 1895 en el seno de una familia acomodada de San Petersburgo, se puede considerar, sin embargo, un escritor absolutamente inglés. Hay quienes opinan que bastante más inglés que muchos de los escritores ingleses. Subterráneo en el más amplio significado de la palabra, su obra merece ser leída por el elenco de personajes excéntricos que pulula por sus páginas. Aunque nada es comparable a la comicidad de las situaciones que plantea. Los políglotas, que ahora publica Impedimenta en la primera traducción al español que conozco, es probablemente la mejor prueba de ello.

George Hamlet Alexander Diabologh, anglo-ruso aspirante a escritor, visita a su familia de origen belga, exiliados empobrecidos, en Vladivostok. Nos encontramos en los años que siguieron a la Gran Guerra: la confusión y el desconcierto bailan un vals. El protagonista, miembro de una disparatada misión del ejército británico en el este de Rusia, tampoco tardará en penetrar en la maraña de despropósitos que envuelve la convivencia de sus parientes. Y con ello en la orlada congregación de majaderos que la encierra. “Había más objetos humanos tirados por ahí que camas y sillas y sofás, y cuando uno se levantaba debía tener cuidado de no pisar a algún despatarrado pequeño Diabologh. El salón, inundado por oleadas de parientes, era una babel de voces. El capitán Negodyaev se hallaba de pie hablando seriamente con el tío Lucy, que le escuchaba, inclinando un poco la cabeza, con ayuda de una trompetilla acústica. El tío Lucy había sido muy demócrata en su época, y cuando llegó la revolución la había aclamado. Pero cuando la revolución, al evolucionar, le había quitado sus propiedades, la consideró un tremendo error.” (pag 144)

Los personajes de Gerhardie viven en medio del caos y del absurdo y todos ellos tienden a moverse en la vida con una resignación abyecta. En Los políglotas, el lector encontrará sensaciones surrealistas encadenadas, maravillosos retratos de espías, de militares y de funcionarios. La obsesión de un héroe de pega con su amada, que por otro lado es también su prima. La novela es un compendio de Chejov y Proust, con situaciones afiladas que si bien no emularían las de Waugh o Wodehouse sí estarían en ese camino. Sucede que Gerhardie es un escritor que intenta abarcar un mayor número de registros que ellos. Waugh, en un alarde de generosidad, llegó a decir: “Yo tengo el talento, pero lo de Gerhardie es genialidad”. Graham Greene se destapó también como uno de sus admiradores. Y William Boyd llegó a considerar Los políglotas como la novela más influyente del siglo pasado. Posiblemente haya un exceso de febrilidad en los elogios, pero sí es cierto que la novela merece ser leída y también gozada.

Gerhardie escribió, además de Los políglotas (1925), otras cuatro novelas y se puede decir que un ensayo autobiográfico a modo de Speak memory de Nabokov: Futility (1922), Doom (1928), Resurection (1934), God’s Fifth Column (1981) (publicada a título póstumo) y Memoirs of a polyglot: The autobiography of William Gerhardie (1931). Si los personajes de sus ficciones son tan peculiares y las situaciones resultan así de disolventes, cabría preguntarse cuál sido el problema para que Gerhardie permanezca en el olvido. Si además era un tipo elegante, amigo de los famosos, admirado por los escritores ingleses de la época, si Lord Beaverbrook, el todo poderoso magnate de la prensa, se había convertido en su padrino y patrón en el “Daily Express” ¿qué fue lo que pasó sucedió? Digamos que de repente Gerhardie desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra para escribir la gran novela que jamás publicaría en vida y que sólo, tras su muerte, encontró ecos en aquella Quinta columna de Dios que dejó deshilvanada con la trama flotando por encima de las palabras. De hecho, sus detractores siempre lo criticaron por la inanidad de los argumentos de su narrativa y cierta falta de solemnidad. No hagan caso, lean Los políglotas y comprobarán felizmente lo que es literatura.

Por Luis M. Alonso