Hemos mencionado ya aquí que, a día de hoy, la novela policíaca constituye un género tan ubicuo e inevitable que no ha dejado uno solo de los aspectos de nuestro presente sin encarar. Más que género, lo policial se ha convertido en un estilo, una horma: el depósito para consumo mayoritario de ideas, inquietudes, perspectivas que quizá hallaran aceptación menor o atención más leve en otro tipo de formatos. Y así, tenemos en el menú bandejas para toda clase de paladares: policíacos psicológicos, policíacos sociales, policíacos intelectuales, policíacos históricos. Por su difusión y aclamación lectora, estos últimos suponen casi un capítulo aparte: al crimen de turno prometen añadir una muy didáctica excursión por escenarios del pasado que pueden excitar el interés del turista. Y que no eluden la ocasión de conocer monumentos, presenciar hitos y acceder a personalidades que los libros de historia han publicitado lo suficientemente para no dejarlos pasar
De entre los preceptos de la novela policíaca, de hoy y de todos los tiempos, destaca otro: la obligación de la saga. De ser posible, un personaje exitoso (dos: el detective y su sosias, que pueden ser tres: detective, fámulo y antagonista) debe regresar en entregas futuras para informarnos de los nuevos derroteros de su genio, de las nuevas pesquisas que lleva a cabo y los malhechores a los que debe enfrentarse. Así que lo que traemos hoy son precisamente dos nuevos episodios de dos series más o menos asentadas, ambas, también, históricas. Tanto una como la otra proceden del norte europeo (Suecia y Alemania), cuentan con la preceptiva pareja principal y rondan una franja de tiempo similar (finales del siglo XVIII en un caso, mediados del XIX en el siguiente). Pero, aparte de la ambientación y la adscripción al género, es justo reconocer diferencias entre ellas.
El otro título del que queríamos hablar es El gabinete de los Ocultistas, de Amin Öhri, que retoma a los héroes y el decorado de La musa oscura (2012). Aquí el detective y su sombra se llaman Julius Bertheim y Albrecht Krosick, estudiantes de Derecho en Berlín y asistentes ocasionales de la policía. Si bien en cuestión de estilo no andan ala zaga de su émulo sueco, justo es reconocer que las novelas de Öhri adolecen de algo más de simplicidad y que la trama se hace pequeña en comparación con la cantidad de párrafos que se le dispensa: el autor parece más interesado en los flirteos eróticos de su protagonista o en hacer chistes un tanto dudosos en presuntas tertulias de época. Aun así, El Gabinete, igual que su predecesora, se lee bien y satisfará a los asiduos al crimen histórico, además de ayudarles a sobrellevar los calores de este verano que acaba de atravesar su ecuador.
—Luis Manuel Ruiz, Diario de Sevilla