Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump es uno de esos libros. La historia que cuenta es un fragmento más de ese rompecabezas infinito que se llamó Primera Guerra Mundial, y que a lo largo de todo el año de su centenario nos ha sido recordado de mil maneras (cosa a la que deberíamos estar agradecidos). Se trata del relato de alguien que podría ser cualquiera, ese mismo soldado que yace en catedrales y bajo arcos de triunfo, quizá al calor de una llama eterna, en representación de los muchos millones que han hecho las guerras durante siglos.
Se trata además, y es algo que es preciso agradecer a su hasta ahora ignorado autor, de un relato que no es ni monocorde ni maniqueo. La guerra que Schlump sufre es sin duda un compendio de catástrofes, y el lector sale de entre sus trincheras con la textura del barro entre los dientes y el sabor metálico de la sangre en el paladar, pero es también ese espacio limítrofe en el que la moral tradicional decae para dejar paso a seres que viven cada día la posibilidad de que sea el último de sus vidas. Seres jóvenes que están poniendo su vida en juego, y que por eso se aman sin futuro, porque el futuro ha quedado en suspenso.
Misteriosamente, un relato que tiene por centro la descripción de la muerte se convierte así en una celebración de la vida. Un relato, además, en el que no hay ni un hueco para el patriotismo que causa las guerras y el nacionalismo que las alimenta. Schlump es un soldado que sirve a poderes lejanos y sin rostro que ni entiende ni trata de entender, y en sus movimientos por la geografía europea no hay odio, sino la más profunda comprensión humana, que además es mutia, entre aquellos a los que el destino convierte durante un tiempo en ocupantes y ocupados, en adversarios por decisión ajena.
Desde el punto de vista literario, Schlump bebe de fuentes que recorren el subsuelo profundo de la literatura universal. Es imposible no ver en os personajes que pululan por el libro muchos hijos legítimos de la picaresca, técnicas que se remontan al mismo Quijote, como la continua inserción de historias que afluyen como pequeños ríos al cauce general y, en resumen, esa visión parcial del drama enorme que es poderosa seña de identidad de la gran narrativa de los acontecimientos colectivos, desde Stendhal a Erckmann-Chatrian.
Literatura y vida, vida y literatura, traídas hasta España de la mano de una traducción brillante, fundidas en un libro que, en un memorable pasaje, ya anticipa lo que va a ocurrir cinco años después. No es verdad que las catástrofes no se vean venir. Ni entonces ni ahora.
Hay además en el volumen una pequeña joya: la introducción de Volker Weidemann, en la que se nos cuenta la increíble historia protagonizada por el propio libros, y la de su autor. Dos destinos europeos del siglo XX. Una introducción que es imprescindible leer después del texto, si no queremos que nos mate algunas de las más vibrantes escenas del libro. Una introducción que es, en realidad, un certero epílogo a una buena novela.
Por Carlos Fortea