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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Jon Bilbao, autor de «Los extraños»: «Me ayuda sobremanera conocer los escenarios de mis novelas» – La Nueva España

«Escribí el libro antes de la pandemia, pero el encierro narrado en mi última novela es mucho más animado que el que padecimos la mayoría de nosotros»

Jon Bilbao

Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) corre ahora en la media distancia literaria con Los extraños (Impedimenta), una obra en la que regresa a su casa familiar de la costa asturiana para conjurar sus miedos y hacer sentir al lector la angustia de la soledad compartida: un matrimonio que recibe una inesperada visita de unos familiares a los que no reconocen, pero que al fin y a la postre les ayudan a reconocerse a sí mismos. Una historia intensa de lobos con piel de cordero, o tal vez de animales interiores que afloran cuando alguien revive situaciones que puede que en realidad nunca viviese. Jon y Katharina podrían ser el propio Bilbao y su pareja, pero también cualquier lector que ve cómo su vida se convierte en una suerte de “thriller” psicológico en el que, en realidad, podría verse inmerso cada uno de los lectores de esta narración inquietante, en la que uno se adentra sin saber que poco a poco acabará en las oscuras profundidades de su propia mente. O del mar Cantábrico. O de un norteño cielo de invierno.

Los extraños se desarrolla en Ribadesella. ¿Es complicado hacer literatura del lugar en el que se ha nacido?

—En mi caso ha sido, desde siempre, lo más natural del mundo. Digo “desde siempre” porque unos cuantos de los relatos que he escrito se desarrollan en Ribadesella, aunque no menciono el nombre del pueblo. Esta vez, por una cuestión tanto de claridad como de sinceridad, sí lo hago. Cuando doy forma a las historias, ya sean relatos o novelas, me ayuda sobremanera conocer el lugar donde se desarrollan, disponer de un decorado mental por el cual mover a los personajes, y Ribadesella es el decorado que tengo más interiorizado.

—Ribadesella, su playa, su paseo, sus alrededores, una casona con un bonito jardín. Todo parece indicar que la estancia de la pareja que pasa allí unos días será apacible, al igual que la obra, pero el lector se va adentrando en un abismo que le atenaza y del que no sabe qué esperar ni por dónde salir.

—Cuando yo era niño y jugaba en la misma casa donde acontece Los extraños, veía el lugar como un escenario apto para todo tipo de narraciones; en este caso, para un “thriller” psicológico en la línea de Roman Polanski. Entonces me divertía cuando jugaba; ahora sigo haciéndolo cuando escribo.

—Tan es así que convierte su casa familiar, la del niño Jon Bilbao, en un lugar angustioso.

—Es cierto que la casa donde nací, por sus dimensiones y el entorno semi-salvaje puede parecer un poco inquietante, y de niño a menudo pasé miedo viviendo allí, pero nunca, ni entonces ni ahora, la he visto como un lugar angustioso, sino como una suerte de fuente de la que mana la imaginación.

—¿Qué son más extraños en su libro, esa familia desconocida que aparece de forma inesperada o las extrañas luces en el cielo?

—En realidad, los más extraños son la pareja protagonista, Jon y Katharina, quienes, pese a sus problemas, son los personajes más cercanos a los lectores. Sin embargo, tanto las luces en el cielo como los visitantes inesperados actúan sobre ellos como llaves o catalizadores que les permiten acceder a una parte oculta de sí mismos sobre la que no se atrevían a hablar.

—Esos ufólogos que se instalan en un prado de Ribadesella recuerdan a los romeros de las piraguas.

—Es cierto. En la novela, Ribadesella se ve tomada por una multitud similar a la que acude al Descenso del Sella, aunque en este caso se dedican a escrutar el cielo con telescopios.

—Decide incluir el avistamiento de unas extrañas luces en las primeras páginas y parece que va a ser una de las líneas argumentales, pero se queda en un trazo más.

—Un trazo más que contribuye al dibujo de los personajes, que son siempre el pilar principal de una narración.

—La pareja que llega de visita pone a los habitantes de la casa, Jon y Katharina, ante es una suerte de espejo valle-inclanesco en el que se reflejan sus temores, sus dudas.

—Y también unos lobos con piel de cordero que poco a poco se ven transformados en presas (aunque a lo mejor estoy hablando demasiado).

—Al final, el proceso de autoconocimiento, enfrentándose a los visitantes, refuerza a la pareja.

—Así es, salen de esta novela triunfantes, aunque distan mucho de ser héroes.

—Jon y Katharina ya han aparecido en Basilisco, otra de sus novelas. ¿No había desarrollado lo suficiente a los personajes? ¿Volverán a colarse en su próxima novela?

—Habían aparecido en Basilisco y otros relatos previos, y volverán a aparecer en el futuro. Me siento cómodo hablando a través de ellos. Me gusta verlos crecer, equivocarse, enmendar errores, equivocarse de nuevo…

—Escribió Los extraños en 2019, antes de la pandemia. Un libro sobre una pareja encerrada en una casa teletrabajando. Meses después todos vivimos esa situación.

—Pura casualidad, por supuesto. En cualquier caso, el encierro narrado en Los extraños es mucho más animado que el que padecimos la mayoría de nosotros.

—¿En qué porcentaje ha influido su trabajo como guionista ocasional en otro tiempo a la hora de escribir una novela tan cinematográfica?

—Yo diría que, de manera consciente, no ha influido nada; pero de manera inconsciente seguro que ha influido bastante. Sin embargo, la influencia no habrá venido de ese trabajo, sino de la afición al cine. Aún así, no es esta la única influencia, claro está; también hay que contar los cómics, la literatura y, siempre, por encima de todo, la vida. Yo diría que es imposible delimitar y computar las influencias, que se entremezclan, se combinan y se potencian entre ellas.

Los extraños tiene 144 páginas, ¿se encuentra cómodo en esa media distancia?

—Mucho. Permite desarrollar una narración con más cuerpo que un relato, pero asimismo acepta muy bien las elipsis, las insinuaciones y las ambigüedades, que suelen ser herramientas usuales en la narrativa breve.

—David Orihuela, La Nueva España