En la oscuridad de la dictadura de Nicolae Ceaucescu, a finales de la década de los setenta, un grupo de jóvenes se unen en el Cenáculo del Lunes, uno de ellos, Mircea Cărtărescu, nacido en 1956 en Bucarest, “la ciudad más triste del mundo”, como se ha referido a ella en su obra, iba a ser una figura central en la literatura rumana y global. Hoy, y ya hace tiempo, es uno de los escritores más interesantes de la literatura contemporánea, como ponen de manifiesto las traducciones de sus libros a numerosas lenguas y los premios que se le han concedido. Además de, por repetir un cliché, ser candidato recurrente al Nobel.
Como bien sabe el lector, Cărtărescu es, además de un extraordinario narrador y un brillante ensayista sobre cuestiones literarias, y poeta de excelencia. En nuestro idioma, la editorial Impedimenta ha publicado buena parte de sus libros y ahora hace lo propio con el presente volumen, que reúne una extensa colección de la obra poética del autor publicada entre 1980 y 2010. Una selección, se advierte, en la que “se han atendido las sugerencias del autor”. Como dice el título: esencial.
Aquellos jóvenes escritores de 1980, lo que se dio en llamar la Generación en vaqueros, habían dado la espalda a la insoportable realidad rumana y encontraron en los poetas de la Generación Beat modelos para expresar su rebeldía. De hecho, no son pocas las ocasiones en que los lemas y versos de estos autores aparecen o se transparentan en los poemas de Cărtărescu. El “Howl” de Ginsberg es una referencia inexcusable y también su modo torrencial de decir que deja atrás las prescripciones de la versificación, lo que le lleva en ocasiones a versos larguísimos que ocupan, línea tras línea, toda una página, sin que ello impida que en otros textos haga suyos los metros clásicos.
Señalar esto no es un mero detalle, sino que sirve para anotar uno de los rasgos esenciales de la poética de Cartarescu. Si el poeta griego hacía suya la voz de un ente divino abandonándose a sí mismo, no sucede algo muy distinto en el poeta rumano. Como él mismo ha explicado en diferentes ocasiones, al escribir entra en una especie de trance, sus palabras, procedentes de los campos léxicos más diversos –los términos científicos son frecuentes y se insertan con naturalidad–, fluyen como cataratas nombrando el presente y el pasado, lo íntimo y lo colectivo. Nada se diría, queda fuera. Este modo de decir, un rapto que apunta tanto a los místicos como a los surrealistas, es en definitiva el de un visionario que, roza lo incomprensible y aun lo imposible. “He visto mi muerte deslumbrante / en brazos de mi madre”, expresa con fuerza de verdad la realidad, por mucho que esa realidad sea una creada por las palabras. Como dijo en una entrevista, “la realidad es tan solo uno de los sueños”. Así, cabe hablar de una escritura onírica y de una lectura hipnótica.
A las lecturas señaladas, que de un modo u otro se manifiestan en su escritura, se suman muchas otras: Kafka, Raymond Roussel, Ernesto Sábato, Cortázar, Thomas Pynchony tantos otros, sin que se renuncie, sino todo lo contrario, a la tradición. Cómo recuerda a Catulo el final de su poema Poseías toda clase de objetos eléctricos: “¡bestia, pecosa y golfa, / velo sobre mandíbulas de hojalata, / lerda!”. No puede pasarse por alto, por poner un caso muy significativo, que el excelente poema “La caída”, del primero de sus libros, Faros, escaparates, fotografías (1980), dice al principio de su sección I: “Lira de oro, mueve tus alas / hasta que yo acabe este canto”.
Es el conocido tópico clásico de la invocación a la musa y es relevante que esa sección se cierre con las palabras “la bellísima urna griega”, enmarcando así sus versos con un gesto que está declarando cómo la literatura no puede ser sino la heredera de lo anterior, la supervivencia de lo antiguo en lo nuevo– y la obra de Cărtărescu lo es– haciéndolo suyo. Como ocurre en la poesía de Ezra Pound, a quien también se nombra, la idea de tradición no se circunscribe a una lengua o una cultura, sino que aspira a la universalidad. En sus poemas, todo se presta a esta mirada.
¿Es esta una voz alucinada? Hay que responder que sí, pero en cuanto tal es una voz que deslumbra con su iluminación y da luz. Da luz a la realidad del mundo contemporáneo y de la poesía. Al leer estos poemas parece como que nada se podría haber dicho de otro modo.
—Tua Blesa, El Cultural