Comentaba hace poco, ayer mismo, en una red social, que para atreverse con tantos registros distintos hay que ser un genio o un inconsciente. En este caso, los resultados me empujan a hablar de lo segundo, aunque la etiqueta de genio es compleja y sumamente pesada y esto no es más que la opinión de una lectora. El caso es que leo todo lo que cae en mis manos de este autor y por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, El Levante.
Conocemos a Manoil y su hermana Zenaida. Juntos y acompañados de un pirata llamado Yogurta, de Antropófago y su mono, el espía Languedoc y la republicana Zoe viajarán de Samos a Bucarest para liberar a los rumanos de los griegos. Y esto, con estos nombres y este tono que imprime de poema clásico, como si fuera una suerte de Odisea, lo harán en pleno siglo XIX.
Si esta no es una de las reseñas más complicadas a las que me he enfrentado, poco le faltará. Como seguramente esta haya sido una de las traducciones más complicadas a las que se ha enfrentado Marian Ochoa de Eribe. Y por eso lo primero es felicitarla por el trabajo realizado.
El Levante sería un poema épico en su idioma original que bebe de la tradición de un país en el que la poesía es mucho más frecuente de lo que pudiéramos pensar. Sin embargo, este extenso canto, denominado epopeya mil veces, ha sido revisado y luego traducido para que, lejos de asustarnos, nos proporcione ratos de intenso placer lector.
El resultado es una aventura con un lenguaje sobrecargado, casi antiguo en algunos puntos, que hace que se nos olvide que estamos ante una obra contemporánea y nos quedemos perplejos al toparnos con la referencia a una construcción moderna y conocida por todos. Porque esta historia tiene muchas más aristas que el argumento en sí. El autor usa el tono romántico de la aventura y el viaje mezclado con leyendas y poemas contados o cantados que se intercalan en la historia, y lo hace con ese toque tan personal que convierte lo que hubiera podido ser algo encorsetado en una lectura ágil, incluso cómica a ratos. Pero no contento con eso, si el escritor es el Dios del mundo que crea, Cartarescu lo lleva hasta su expresión más literal
«(…) pero se equivocaban todos, los cristianos y los paganos, pues el ojo que había aparecido entre las nubes no era el de Dios, sino precisamente el mío, que echaba un vistazo indiscreto a las páginas de mi obra, tal y como el biólogo contempla los insectos en el microscopio.»
Irrumpe así poco a poco en su obra hasta llegar al canto noveno (el libro se divide en cantos y no en capítulos) en el que, tras recordar a Pirandello y Unamuno e incluso haberse planteado si él mismo es el producto de la mente de otro escritor, dinamita las fronteras entre obra y creador para poder tumbarse junto a su héroe y conversar. Pero no será esta la única transgresión cometida en este libro singular, no. La historia nos la está contando a nosotros, al lector o lectora al que, no sólo se dirige y le habla de forma intercalada con la aventura, sino que incluso nos imagina:
«Si pudieras mirarte, lectora, en los profundos y negros ojos de Manoil como si fueran un espejo, como si fueran agua cristalina, te verías a ti misma, soñadora, sonriente, morena o tal vez pelirroja (¡cómo me gusta imaginarte!), tomándote en serio todo lo que en es este libro es sólo ilusión y fingimiento (…)»
Y lo termina, como no podía ser de otro modo, en un bucle infinito que prefiero descubráis pero que se aferra a una lógica perfecta que provoca que sonriamos, satisfechos con esta lectura inclasificable en la que un escritor se convierte en narrador que habla, para relatarnos una aventura llena de otras mil más pequeñas. Una obra salpicada de referencias culturales que podemos ir recogiendo y paladeando una a una, o que podemos dejar por el camino mientras disfrutamos de la historia.
Y si comenzaba diciendo que era difícil hablar de este libro, también lo es terminar de hacerlo sin tener la sensación de haber podido asustaros y alejaros de él, cuando la intención es justo la opuesta. Cartarescu es posiblemente, uno de los autores más relevantes tanto de su país como del panorama literario actual. Uno de esos nombres a los que hay que acercarse.