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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Wojciech Orliński, biógrafo de Stanisław Lem: «Nunca creyó en la conquista del espacio» – «Lem. Una vida que no es de este mundo», de Wojciech Orliński – El Imparcial

Con motivo del centenario del escritor de ciencia ficción Stanisław Lem, la editorial Impedimenta traduce y edita al español su imponente bibliografía Lem, Una vida que no es de este mundo, de Wojciech Orliński.

P: Pareciera que su forma de acercamiento a la vida de Stanisław Lem es tan penetrante que uno de los hijos del genio polaco, Tomasz Lem, admite haber descubierto en ella aspectos novedosos de su padre. Acaso su enfoque evita caer en las pantanosas aguas de la psique y, atento a la situación sociopolítica, consigue superar de algún modo esas oscuras parcelas de la vida de Lem como su infancia.

R: Quería evitar adentrarme en las aguas pantanosas de la psique con todas mis fuerzas, pero por supuesto no fue del todo posible. Supongo que he de culpar a mi propia psique… Para mí, Lem fue una droga con la que escapar de la realidad. Creo que me estoy acercando al 50 aniversario de mi primer chute, ese que los traficantes te dan a probar de forma gratuita. En este caso, el traficante fue mi padre, introduciéndome en Lem alrededor de 1973… ¡más freudiano imposible!

P: Hablando de infancia, Stanisław Lem hace casi protagonista a su hijo de muchas de las cartas que redactó. Quizá por allí sangraba la falta de un modelo paternal fuerte en su infancia tan solitaria.

R: Samuel Lem, su padre, fue una fuerte influencia para él. De hecho, en muchos libros de Lem, se ven personajes que están basados claramente en su persona. El más evidente es el médico al que visitan los protagonistas en Retorno de las estrellas, basta con leer su descripción y luego mirar la foto del Dr. Samuel para darse cuenta.

Stanisław Lem pertenecía a la generación que fue criada por padres muy estrictos. Desde el punto de vista contemporáneo, paradójicamente eras un niño afortunado si tus padres no tenían tiempo para educarte “como es debido”. En la Polonia de principios del siglo XX había un refrán que decía que los niños debían ser “vistos pero nunca oídos”. Me pregunto si en España existe un dicho similar… El caso es que Samuel Lem trabajó muy duro, a doble jornada… Pasó de la pobreza a la clase media alta. Por tanto, era evidente que su único hijo le admirase, pero nunca tuvo tiempo suficiente para hablar con él. Obviamente, esto se tradujo en dos elementos característicos de Lem. En primer lugar, en la desconcertante imaginación de Stanislaw Lem, que empezó a dibujar mapas de países imaginarios, hacer los esquemas (e incluso maquetas) de máquinas imposibles (¡una miríada de móviles perpetuos!), y crear trámites burocráticos inexistentes, como “el propietario de este vale tiene derecho a un puñado de diamantes”. En segundo lugar, y tal vez más importante, en el respeto que sentía hacia la educación superior. Su padre, el médico, era tan respetado por sus pacientes que era como si los estudios universitarios fueran la llave de algún reino mágico.

A Lem, en su infancia, se le consintió —su padre intentaba satisfacer todos los caprichos de su único hijo— tanto como se le descuidó. De hecho, solían dejarle jugando solo.

P: En sus relaciones con los amigos íntimos eran frecuentes discusiones políticas, filosóficas y literarias. Usted centra el interés en las ‘cartas de divorcio’ – así las llamó el propio autor – como la enviada a su amigo Siimonides, pero también similares envió a Klandel o Berés. ¿Qué características y tono compartían dichas ‘cartas de divorcio’?

Habiendo sobrevivido al Holocausto, Lem merece que se le “perdone”, en cierto modo, su extravagancia. Por esta razón, trato de abordar dicho tema con la mayor delicadeza posible en mi libro y trataré de ser igualmente delicado en esta entrevista.

Lem estaba obsesionado con la lealtad. “Todos lo estamos”, podrías decir, pero te aseguro que probablemente no a ese nivel. Por ejemplo, imagina que organizamos esta entrevista el miércoles a la una de la tarde y llegas cinco minutos tarde. Dices, “el tráfico fatal, lo siento”. Pero yo no quiero hablar más. Me limito a decir: “Son las 1:05, no habrá entrevista, adiós”. Lem solía reaccionar a este tipo de “deslices” de forma bastante excesiva, por no decir otra cosa. Sus cartas eran siempre muy sofisticadas, pero aquellas en que básicamente escribía a alguien: “Te odio, ya no existes para mí, rompo todas las relaciones pasadas, presentes y futuras contigo”, eran las más elaboradas.

Si yo fuera Lem queriendo fustigarte por tu tardanza, me equivocaría intencionadamente al mencionar tu nombre para convertirlo en un insulto y después escribiría algo como “trato de ser amable, porque si utilizase las palabras apropiadas para su deleznable comportamiento, el papel se prendería fuego a sí mismo”.

¡Pero yo no soy Lem! Nunca tuve ningún trauma parecido al suyo, por lo que trato de entender su obsesión con la lealtad. Ya sabes, tuvo que pasar mucho tiempo siendo extremadamente precavido con cualquiera que pudiera querer reportarlo a la Gestapo a cambio de obtener una suma de dinero considerable.

Cuando yo mismo entrevisté a Lem, traté de ser exactamente puntual. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Y fue muy ramable conmigo… Así que no es que fuera hostil a la humanidad en general, sino todo lo contrario. Era una persona muy benevolente, a menos que hicieras algo contrario a lo que estaba acordado de antemano…

P: La biografía se apoya en atentas y sensibles lecturas de la obra de Lem, por ejemplo, las conexiones que usted plantea entre Eden, Solaris y Retorno a las estrellas, compuestas entre los años 1959-1961, con tantas referencias autobiográficas más de las que el propio autor podría admitir…

R: Entonces… ¿volvemos a Freud y a las aguas pantanosas de la psique? Existe el cliché del lapsus freudiano. Empiezas una conversación inocente como “¿dónde vamos a cenar?” y algo te lleva a decir “las cenas con mi madre siempre eran nefastas”.

Por muy cliché que sea, esto explica en realidad las rarezas freudianas que se dan en la obra de Lem. Él sabía cómo escribir la ciencia ficción que sería publicada por las editoriales sin censura alguna pero… ¡casi nunca lo hizo! Lem se sentía obligado a versionar los devenires freudianos. Por ejemplo, “la nave espacial humana se estrella en un planeta extranjero… y los astronautas descubren que los extraterrestres construyen guetos para otros extraterrestres, los encierran en campos de exterminio y los entierran en fosas comunes que, de alguna manera, se parecen mucho a la fosa común de Leópolis”.

P: Mencionada sus habilidades exégetas, otra de las virtudes de su biografía consiste en desvelar no pocas anécdotas familiares gracias a un exhaustivo trabajo de investigación. ¿Podría detallar cómo pudieron ser los maratones de escritura de Stanisław Lem?

R: ¡Para eso hay que entender la naturaleza del modelo soviético! Todo escritor tenía que pertenecer al sindicato de escritores, era una especie de obligación. El sindicato de escritores dirigía unas cuantas instalaciones de retiro para los autores que se llamaban “dom pracy tworczej” o “casas de trabajo creativo”.

Si fueras miembro del sindicato, podrías solicitar una estancia creativa durante un mes a un precio muy asequible. Antes de que digas, “¡qué bien! Por fin podré escribir la novela de mis sueños!”, recuerda: las condiciones eran más bien las de un albergue; un baño compartido en el sótano, una cantina con una comida espantosa… Sin embargo, en esta cantina, conoces a los mejores escritores de tu país, discutes con ellos tus ideas… Por tanto, no hablamos de un albergue ordinario, sino de un albergue para genios. Y si tuvieras insomnio como Lem, no te importaría que te hubiera tocado la peor habitación, arriba, en el ático, porque no tienes que hacer cola para ir al único baño del sótano… A las 3 de la mañana, ¡ya no hay cola!

En la casa de trabajo creativo, durante el día, Lem hacía senderismo en las montañas Tatra y por la noche, escribía. Suena sencillo, pero ¿podrías escribir un libro en un mes? No me refiero a cualquier libro, sino a una obra maestra como Solaris… ¡Malas noticias! En su Edad de Oro, alrededor de 1958-1965, Lem podía escribir tres libros como éste. Y por supuesto escribir una valiosa colección de cartas a sus amigos…

P: Usted resalta la importancia de Summa technologicae (1964) de Stanislaw Lem, todavía no editada en España (sí en Argentina). En efecto, la tensión argumentativa y la muñeca estilística de Lem se aprecia ostensiblemente en cada una de sus páginas críticas, acaso más todavía, por momentos, que en su escritura creativa. En la obra de Lem parece, si no artificioso al menos difuso, la tajante separación ente crítica o ensayo y obra creativa.

R: Lem no sabía diferenciar la ficción de la no-ficción. Sus ensayos incluyen a menudo historias ficticias que ponen a prueba el concepto de ficción en sí mismo. La ficción de Lem incluye a menudo ensayos o conferencias pronunciadas por sus propios protagonistas, tales como la conferencia de despedida del superordenador “Golem 14” (antes de que se apague por voluntad propia).

Summa es un gran libro de “futurología” escrito por Lem antes de que esta palabra se hiciera popular. A diferencia de otros libros de futurología, “Summa” envejeció perfectamente debido a una serie de causas. Para empezar, Lem nunca creyó en la conquista del espacio. Lamento decepcionarte si te gustan los cuentos del piloto Pirx, pero Pirx es ficción.

En la no-ficción, Lem era escéptico sobre la carrera espacial. ¿Por qué ir allí? Es frío, oscuro, peligroso, no hay diversión. Si Elon Musk llegase a construir su colonia en Marte, la calidad de vida se parecería mucho a la de un campo de concentración. Lem, ya en la década de 1960, estaba convencido de que estos viajes espaciales carecían de verdadero sentido.

En Summa apenas se menciona la carrera espacial. Lo que realmente preocupaba a Lem en 1961 era el transhumanismo (antes, incluso, de que se acuñara este término; la palabra de Lem para hacer referencia al mismo era “autoevolución”), la realidad virtual (de nuevo: él la llamaba “fantasmática”) y las noticias falsas. En este último caso, la palabra de Lem era “bomba megabitowa” y advertía a la humanidad de que una vez que construyera una red global, promovería la estupidez, no la sabiduría, porque la estupidez se extendería más rápido. Es algo obvio para nosotros en 2021, pero no lo era tanto en 2011. Y mucho menos en 1961…

P: Poco viajero, Lem renunció a múltiples becas y conferencias, Yugoslavia (1966), Grecia (1963) o Francia (1965). Sin embargo, viajó a las dos Alemanias y la URSS, donde era recibido por un conjunto de amistades y aficionados a su literatura formados por astronautas, científicos… ¿De qué manera ambos países, frente a otros, le dieron una popularidad que le salvó primero de la censura en Polonia y, a su vez, le abrió las puertas al mundo a través de la República Federal Alemana?

R: En la Rusia soviética no había astronautas, ¡había cosmonautas! Es una diferencia muy importante. Y por favor, dése cuenta de que Lem, de hecho, siempre utilizó el término occidental “astronauta”.

Hubo un periodo de tiempo en el que tanto para los rusos como para los alemanes del Este, Polonia era la única ventana para ver algún sucedáneo de libertad. Había un dicho que decía “el campo soviético puede ser un campo de concentración, pero la barraca polaca es la más alegre de todo el campo”.

Ningún cosmonauta soviético podía decir abiertamente que su trabajo era penoso y que sus misiones espaciales no tenían sentido; únicamente podían presumir: “Oye, lo hicimos antes que los yanquis”. Lo que sí podían decir era: “Estamos totalmente de acuerdo con el camarada Lem en su descripción de nuestro duro trabajo” (de ahí la amistad de Lem con Konstantin Feoktistov, cuya misión fue inútil y peligrosa, pero al fin y al cabo era la primera misión encargada a tres hombres)

En conclusión, Lem —como muchos otros escritores polacos— era una especie de autoridad moral para el público ruso y de la Alemania del Este. Ellos no podían criticar a sus gobiernos, pero sí que podían citar una de las historias políticas de Lem.

En Polonia, a Lem se le consideró durante mucho tiempo un escritor para niños. Solo en la década de 1980, su obra empezó a ser tratada con seriedad. En la Unión Soviética y en Alemania fue tratado con más respeto que en su propio país. Pero bueno, como dice la Biblia, “Nadie es profeta en su tierra”…

P: Lem dirigió una colección de obras maestras de ciencia ficción: Stanisław Lem presenta. Su abandono repentino nos permite ver al autor comprometido y furioso contra los regímenes comunistas (al abandonar la editorial por el despido político de uno de sus traductores y la censura de las galeradas de Un mago de Terramar de K. Le Guin), pero ¿qué supuso para Polonia dicha colección?

R: La década de 1970 supone el periodo de decadencia de la libertad cultural en Polonia. Es cuando los caminos de Occidente y Oriente se separan. Después de 1968, en general, Occidente apostó por la libertad (incluyendo España y Portugal), mientras que el Este se decantó por la opresión.

La lógica de la censura (es una contradicción en sí misma, al igual que la “inteligencia militar”) se volvió totalmente grotesca. Cualquier expresión de disidencia acababa contigo en una lista negra. Una vez que llegabas allí, ya no existías, eras como una “no-persona” orwelliana. Nada escrito, dirigido, coescrito o traducido por una no-persona podía existir. Libros, películas, incluso revistas enteras, desaparecían. No físicamente, por supuesto, pero no podían ser mencionados.

La mala suerte de Lem —o quizá la lógica contradictoria de la censura— le llevó a escoger a los traductores que estaban demasiado activos políticamente para su propio bien. De ahí que Un mago de Terramar, de Ursula Le Guin, traducido por Stanisław Barańczak, dejara de existir en Polonia, solo porque Barańczak firmó casualmente una protesta contra el cambio opresivo de la Constitución en 1976. Por razones similares, el Picnic al borde del camino de los hermanos Strugatsky —que sirvió de base para la película Stalker de Andréi Tarkovski y el consiguiente sufragio— desapareció en la Polonia comunista, aún debiendo ser publicado en esta nefasta serie…

P: Una de las anécdotas más jugosas es la denuncia presentada al FBI por Philip K. Dick movido por una catarata de alucinaciones donde acusaba a Lem. ¿Podría desgranar la anécdota sucintamente?

R: De nuevo, se requiere la comprensión de este extraño sistema. Así que en 1973, Dick era un genio adicto a las drogas, con fuertes paranoias e importantes deudas contraídas con los traficantes. Cuando se enteró de que su novela se publicaría tras la Cortina de Acero, se alegró al pensar que ese dinero podría sacarlo a flote. Se enteró de que no se le podía pagar en ninguna moneda normal, sólo en esloti polaco, que entonces no tenía ningún valor en el mundo occidental (de hecho, era ilegal cambiarlo).

El sistema polaco tenía una especie de “reclamo” para pagar a los autores extranjeros: debían venir a Polonia, recibir su pago en eslotis y luego pasarlo como nunca durante una o dos semanas, gastando frenéticamente este dinero en los mejores hoteles, restaurantes, bares y otras actividades placenteras… La popularidad de los escritores latinoamericanos en Polonia se vio parcialmente alimentada por la aceptación general que estos sentían hacia este mecanismo.

Sin embargo, para Dick, esto no era la solución a sus problemas. Si hubiera sabido que las drogas psicodélicas eran legales en la Polonia de entonces… ¡podría solicitar asilo político!

Lem era consciente del problema de Dick, pero Lem era médico de formación. Para un médico, la adicción no es un delito, es una condición de salud. Entonces, Lem le preguntó a Dick sobre sus “problemas de salud”. Por el contexto, se puede ver claramente que Lem estaba tratando de decir “tío, relájate, lo que necesites, mis amigos de la Clínica de Psiquiatría de la Universidad de Cracovia te lo pueden arreglar”, pero se resiste a decirlo abiertamente. Por otro lado, Dick niega con vehemencia tener “problemas de salud”… y la cosa va a más.

Y como Dick, efectivamente, tenía serios problemas de salud mental, se obsesionó con la idea de que alguna viciosa institución soviética estaba tratando de hacerle daño (“¿LEM? ¿es eso siquiera un nombre? ¡Se parece más bien a Lenin-Engels-Marx!”).

—Francisco A. Estévez Regidor, El Imparcial