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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña: «Una libertad luminosa», de T. C. Boyle – El Cultural

Tan atractiva (me) resulta a simple vista la premisa de Una libertad luminosa, que una vez leída y disfrutada enormemente, creo convendría señalar primero (por respeto tanto a las verdaderas pretensiones del texto como a las expectativas que puedan tener sus potenciales futuros lectores) lo que no es esta novela, la penúltima firmada por el (casi) siempre interesante T(homas) C(oraghessan) Boyle (Peekskill, 1948), que tantas vueltas editoriales ha dado en España

Así, si bien es cierto que en ella, el escritor se atreve a contar desde la ficción las primeras experimentaciones científicas con el ácido lisérgico, no lo es menos que no estamos ante ninguna narración psicodélica, o al menos no en los términos en los que sí lo era claramente una obra tan experimental como Cuando 900 mil mach aprox (1973) de Mariano Antolín Rato, por poner un ejemplo. Tampoco pretende ser Una libertad luminosa una biografía novelada (en todo caso parcial) de Timothy Leary (pues quien busque esto, ahí tiene su LSD Flashbacks. Una autobiografía, publicada aquí muy voluntariosamente por la editorial Alpha Decay), el polémico psicólogo investigador que sería expulsado de la Universidad de Harvard a principios de los sesenta por saltarse alguna que otra norma ética en su empeño por llevar al límite el uso clínico del LSD. Sustancia que, como se sabe, acabó con el tiempo asociada indisoluble mente al despertar del movimiento hippie, que tampoco será retratado en ningún momento por Boyle en su novela, en tanto en cuanto su relato termina en 1964, a las puertas de todo aquello. Una libertad luminosa enlaza, eso sí, al final, en un pequeñísimo (y glorioso) momento dado, con el Ponche de ácido lisérgico (1968)de Tom Wolfe, y hasta aquí puedo (o debo) contar.

Advirtiendo lo anterior se pueden llegar a potenciar, a mi juicio, los muchos logros de esta narración de tono en el fondo intimista, que huye más que conscientemente de la tentación de plasmar en sus páginas infinitos viajes en ácido para sumergirse en algo mucho más complejo e interesante: como son, fueron o serían los procesos de descomposición vital que probablemente vivieron muchos de aquellos primeros “peregrinos” lisérgicos, que olvidaron por el camino la verdadera misión de su tarea, puramente científica en sus inicios, para dejarse llevar por esa “libertad luminosa” a la que alude la extraña traducción (por llamarla de alguna manera) que se le ha dado en castellano al Outside looking in del título original.

Especialmente elocuentes son en este sentido los largos capítulos dedicados a las estancias en Zihuatanejo y Millbrook, (festiva la primera, decadente la segunda), que por contraste cuentan por sí solas la aventura mental que debió de suponer aquel auténtico experimento humano. La novela cuenta a su vez con una de las escenas finales más brillantes y precisas que ha leído uno en mucho tiempo, desmitificadora a su vez de la propia mitología que más tarde Timothy Leary crearía al hilo de los sucesos narrados precisamente en esta novela.

Así visto, es fácil vislumbrar que Una libertad luminosa no es más ni menos que la última entrega de la larga serie dedicada a estrafalarios pioneros americanos que Boyle viene construyendo indirectamente con su novelística desde hace años, en concreto desde su primera novela, Música acuática (1982), pasando por su exitosa El balneario de Battle Creek (1993), y llegando hasta Encierro en Riven Rock (1998), Las mujeres (2009) y The inner circle (2004) (sorprendentemente, que yo sepa, sin traducir todavía al castellano). Todas ellas están protagonizadas por mesiánicos y muy diversos personajes históricos: el explorador Mungo Park, el matrimonio filántropo formado por Stanley y Katharine McCormick, el doctor John Harvey Kellog, el arquitecto Frank Lloyd Wright, el sexólogo Alfred Kinsey…, representantes todos ellos de la emprendeduría y los afanes más quijotescos.

A este selecto club debemos añadir desde ya al iluminado Timothy Leary y por ende a sus primeros acólitos, en parte conejillos de Indias, verdaderos protagonistas en última instancia de esta Historia, así con mayúsculas, aquí contada no obstante en fantabuloso tono menor.

—Fran G. Matute, El Cultural