En el comienzo del siglo XX Europa iba a ser el terreno en que se tenía que dar el enfrentamiento mayor de todos los conocidos en la Historia. Años antes de 1914 la burguesía alemana agitaba el patrioterismo chovinista sobre la base de enfrentamientos anteriores en los que la burguesía francesa había salido mejor librada. Y en ese año, que algunos califican de comienzo del siglo XX, estalló la guerra para la propaganda como un ajuste de cuentas. Para semejante acto contra la Humanidad, el capitalismo de uno y otro lado forzó a la población a entrar en el espíritu conformista con su violencia organizada, buscando escapar de su crisis mediante el expansionismo con la guerra entre los pueblos. Pero no toda la población quedó callada, hubo movimientos contra la guerra, hubo intelectuales que dieron la voz de alarma, que denunciaron la maniobra, entre estos Karl Kraus, que escribió “Los últimos días de la Humanidad” para mostrar el camino que recorrían quienes alentaban la guerra en su propio beneficio. En aquellos trágicos momentos informaba periodísticamente sobre lo que acontecía en el campo de batalla el también escritor Vicente Blasco Ibañez, su experiencia la plasmó en su novela “Los cuatro jinetes del apocalipsis”. Sobre la misma guerra, adoptando un tono burlesco que pone en evidencia la bajeza moral de los provocadores de la guerra, Jaroslav Hasek nos dejó la gran novela “Aventuras y desventuras del soldado Swejk”, libro del que puede encontrarse una película en internet. La novela es una gran denuncia que no debe dejar de leerse.
Ahora se nos ofrece otra obra literaria cuyo autor, un profesor universitario, personaje ciertamente acomodado, la escribió en el periodo entre la Primera y la Segunda guerra. Empleó un seudónimo, posiblemente ante el temor del ascenso del nazismo, y una vez iniciada la contienda se vio obligada a formar parte de la vida institucional del régimen nazi y no levantó su voz. El miedo le sumió en el silencio. La obra literaria a que me refiero lleva el título de: “Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump”, su autor se llamaba Hans Herbert Grimm. Hans Herbert Grimm supo ridiculizar las continuas tropelías que los responsables militares mandaban cometer a las tropas que lanzaban a los campos de batalla, gentes que cegadas por el patrioterismo no eran conscientes de los intereses del gran capital. El autor de “Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump” creó su novela antibélica y esta se publicó en 1928. Desde el final de la Primera guerra, en 1918, se respiraba la inmensa crisis del capitalismo que iba a reventar en 1929, cuyas consecuencias arrastrarían a la Segunda.
La literatura antibélica fruto de la primera matanza europea contó con numerosísimas gentes lectoras. Entre las dos guerras se escuchaba el retumbar de los pasados pisotones de las tropas desfilando, el ruido de la maquinaria militar y el griterío histérico de quienes habían seguido los mandatos burgueses. Y las creaciones literarias y el apoyo a la idea de la paz mediante las lecturas en el periodo de entreguerras, no fueron suficientes para detener la propaganda guerrera que llevaría a los pueblos al enfrentamiento atroz.
“Historia y desventuras del desconocido soldado Schulmp” nos muestra cómo el protagonista, Schulmp, un muchacho de familia trabajadora, vacío de pensamiento propio, absorbido por el patrioterismo alemán, sin formar críticamente, creyendo que el alistamiento iba a ser una oportunidad de aparentar, pasa por mil vicisitudes trágicas para, finalmente, sobrevivir en medio de la catástrofe de 1914. La gota más inocente que le decide al alistamiento parte de la creencia en la atracción que causaría entre las chicas si vistiese el uniforme militar. Nuestro protagonista, Schlump, tiene 17 años, le han vendido el absurdo en esencia. Y sueña con la vuelta a su pueblo después de haber ganado la guerra, como si fuese a un divertimento, se ilusiona pensando en las fiestas con que celebrarían el final triunfante, es así como se lo ha vendido la propaganda burguesa. Pero desde su alistamiento cae sobre él, con todo el peso clasista, la existencia cuartelera más despreciativa. Él, como los demás soldados, no es más que carne de cañón. La conciencia rancia y despótica de la oficialidad actúa contra lo más bajo del escalafón del ejército alemán al que pertenece, dirigido éste por grandes saqueadores en un conflicto en el que la rapiña burguesa es el signo. La guerra irá marcando al protagonista, irá deshaciendo sus sueños, y añadiéndole por momentos degradación humana. Todo en él seguirá su marcha de resignación bajo el mandato de los gerifaltes despóticos, hasta el día que recuerde cómo, en el último momento, antes de subir al tren militar, había escuchado decir a un subteniente burlándose de los que viajaban: “A las trincheras solo van los tontos o los que han hecho alguna maldad.” La experiencia vivida le ha enseñado, y por eso le sobreviene el recuerdo de aquel momento y de aquellas palabras. Ese va a ser el instante de su pequeño despertar. El autor nos dice: “El enfado de Schlump fue en aumento, de repente lo vio todo con otros ojos”. La toma de conciencia sobre un aspecto sólo de un conflicto general indica un cambio de punto vista: “Todos nos tratan con tal desprecio que hasta un ciego lo vería”. Desde ese momento se le viene abajo lo que le habían hecho creer y la idea en que se apoya para ver el mundo, se ha dado cuenta del papel de imbécil que venía representando.
No adquiere conciencia política de lo que sucede, no se eleva sobre la realidad, ve la realidad y trata de salvarse, y utiliza cualquier ocasión de corruptela para mejorar sus expectativas en medio del desastre. La influencia burguesa alemana no le impulsará a repensar las causas de la guerra ni de quienes son los causantes, aunque si le llevara a añorar desde la experiencia lo que ha dejado atrás. Debe señalarse que en algún momento ha sentido un corte con el periodo egocéntrico guerrero, pues la voz narrativa nos indica en cierta ocasión que “por vez primera en su vida pensó en sí mismo y en el mundo que lo rodeaba”.
Desde ese día va a buscar la manera de escabullirse, de salvarse de las órdenes, de conseguir pasar por algo más favorable para escalar hasta donde le sea posible. En su condición de soldado raso advierte que para obtener alguna mejora personal debía apostar por participar en acciones en las que corriese un gran riesgo. Y obtiene esa mejora participando en enfrentamientos sumamente peligrosos en las que contempla escenas de gran horror.
En medio de la guerra se suceden las amistades, el sexo, el amor, la ganancia material, puntales que le iban sosteniendo, con lo que se fue deslizando en el aprendizaje de que nada, ni él mismo, iba siendo, iba a ser igual que antes. Habiendo asumido el resultado fue a recordar las palabras de un profesor más consciente, palabras de las que no aprendió a su debido tiempo, y que ahora apuntaban en su recuerdo el cambio en su consideración hacia la guerra y hacia un nuevo sistema de gobierno, un sistema de gobierno que debía provenir de la conciencia social de los gobernantes: “Muchachos, no creo que tengáis que ir a la guerra, pero acordaos de una cosa: estáis llamados a dirigir al pueblo alemán, y eso significa dar ejemplo. Si sus dirigentes son trabajadores, todo el pueblo trabajará. Solo entonces saldremos adelante… Y pobre del pueblo cuyos adalides se nieguen a hacer mayores sacrificios que el último hombre de la fila… un buen dirigente debe empezar por ocuparse de quienes alzan la vista hacia él”.
El final de la guerra se precipitaba con la derrota y con la retirada, más que todo desbandada, del ejército alemán. Entonces apareció entre la tropa tan utilizada, tan manipulada por la burguesía, el desprecio a los mandos y el enfrentamiento contra ellos. Ante los ojos de la tropa disuelta crecía haciéndose patente el desastre: “Todos juntos como un terrible tren fantasma, pero con gritos y lamentos… Cada vez somos menos. Uno de los que iban desnudos se sentó en la hierba fresca y comenzó a llorar. “Mamá”, gimió, “voy a morir”. A nuestro paso vamos dejando un ancho rastro de sangre y vendas”. Pero también había otra cara, la de los vencedores, que Schlump pudo ver conforme volvía a su casa cruzando el territorio de los vencedores, y compartió con aquella otra gente la seguridad de su victoria. Además conoció la noticia asombrosa, la que iba de corro en corro y se comentaba con asombro: “… afirmaban que la revolución había estallado en todo el mundo”, era la revolución de los soviets, de los campesinos, obreros y soldados, aunque en este punto el autor no pone una palabra más.
En medio del gran desbarajuste que suponía la vuelta a casa de miles y miles de soldados ajenos a toda disciplina, los pocos medios de transporte que aparecían eran asaltados lo mismo para viajar como para vaciarlos de mercancías, y en uno de esos asaltos en un descuido se deshizo de una cantidad de dinero, botín de guerra que había llevado oculto, de modo que volvería a su casa sin un céntimo, como había salido de ella, y sin ninguna ilusión sobre lo que al principio le habían hecho creer de la guerra. Solo le quedaban los sueños con las escenas terribles vividas y la temblorosa felicidad que le causaba la vuelta, a lo que se añadía ya otro tipo de ilusión: “trabajaría, él sí que quería lograr algo, ya que la paz volvería pronto ¡enseguida!, ¡paz!, paz y honradez ¡cuán hermosa sería la vida así! ¡Una edad de oro!”. La vuelta a casa fue un reguero de condicionantes, anécdotas y cambios de transporte y personajes hasta poner los pies en su pueblo: “salió de la estación como un simple soldado, tal y como había partido”. Un soldado “desconocido” como nos dice el título de la novela, porque todos los soldados que se prestan a defender los intereses de la gran burguesía son para ella simples herramientas.
Esta novela antibelicista ha sido editada por primera vez después de permanecer 80 años escondida. 80 años después de su primera y única salida a las librerías. Se debe a que fue encontrada por azar en un agujero en una pared de la casa del autor, que ocultó un ejemplar para que los nazis no la hiciesen desaparecer en las hogueras de libros que hacían con aquellos que ponían en evidencia la barbarie promovida por el capitalismo en su expansión y decadencia.
La historia de esta novela y lo que la novela misma cuenta es hoy una llamada de atención, una advertencia, una invitación a conocer los intereses de clase de la gran burguesía, y el daño que causa, en primer lugar a los pueblos, que son quienes no pueden escapar a ella.
Quien lea entendiendo sabrá lo trágica que es la actualidad guerrera para algunos pueblos bajo el Imperio, y que cuantos soldados Schlump emplea el Imperio a éste le son simples “desconocidos”, “carne de cañón”. Quien lea debe saber, y hacer saber a los Schlump lo que significa participar del lado imperial, para que despierten ante la amenaza que supone a cada uno de ellos, a sus pueblos, y al resto del mundo.
Por Ramón Pedregal Casanova