La obra de Natsume Soseki (Japón, 1867-1916) sigue con paso firme el camino hacia su completitud en España. Especialmente, gracias a la iniciativa editorial de Impedimenta y de Satori, las dos editoriales que, con más ahínco y seriedad, están apostando por la obra del autor tokiota. Gracias a ellas podemos tener la oportunidad de observar, en magníficas traducciones, el proceso de madurez y definición de un autor fundamental en la evolución de la literatura japonesa contemporánea. Muchos le deben mucho a este endeble autor japonés, a quien la vida destinó no pocos reveses y sinsabores, todos ellos imprescindibles para entender con perspectiva cómo del brillante e inocente humorismo de sus primeras obras pudo pasar a la oscuridad y al pesimismo de sus últimos títulos.
«Luz y oscuridad» (Impedimenta, 2013, disponible en FantasyTienda) fue su última obra. Comenzó a publicarse por entregas en el diario Asahi Shimbun hasta que su muerte prematura, resultado de una úlcera de estómago que lo estuvo atormentando durante años, acabó finalmente con su vida (murió a los 49 años). La primera consecuencia de esta desgracia es que, por inesperada, hizo de ésta una obra inconclusa. La segunda consecuencia, derivada de la anterior, es que todas las conclusiones surgidas de su análisis argumental deben cogerse con pinzas pues, mientras no sea posible la comunicación con el más allá, somos incapaces de saber a priori cuál habría sido el final elegido por Soseki –por más que su temática y desarrollo nos recuerde a otras obras anteriores como La puerta (1910), El caminante (1912) o Las hierbas del camino (1915). Y, finalmente, por inconclusa debemos observar esta obra con la debida reserva; por más que aquí mostrase un manejo de la estructura, el estilo o la construcción de los personajes de una gran calidad –lo que ha llevado a cierta crítica a calificarla por ello como la mejor obra de Soseki.
Con estas advertencias en mente, podemos ya adentrarnos con solvencia en las entrañas de «Luz y oscuridad» (Impedimenta, 2013) para responder a la cuestión clave de porqué esta obra se nos hace tan reconocible en comparación con otras del autor escritas por esta misma época (1910-1916).
El primer factor común es que sitúa a una pareja en el centro de la trama. En esta ocasión se trata de Yoshio Tsuda y Nobuko Okamoto (cariñosamente conocida como O-Nobu), un matrimonio casi como quien dice recién casado, para quien sus comienzos no están siendo nada sencillos. El principal motivo de conflicto es que él alberga elevadas aspiraciones sociales, pero su situación económica no le permite volar tan alto como le gustaría. Sin embargo, para mantener las apariencias y por simple orgullo, ambos viven enganchados a la pensión de su pobre padre; con la intención añadida de quitarse de encima la presión ejercida por la adinerada familia de su mujer. Por desgracia, esta situación de precario equilibrio da un doble vuelco cuando, inopinadamente, el padre de Yoshio decide dejar de darles su pensión y además él, un oficinista bastante enfermizo, se encuentra inesperadamente con el gasto necesario de una operación.
Para más inri, por si las tensiones venidas desde fuera fuesen pocas, O-Nobu alberga la sospecha de que su marido no la ama. Algo en su comportamiento le hace creer que guarda un secreto capaz de dar al traste con el matrimonio, un hecho del pasado que podría estar condicionando su vida en pareja y, con ella, su felicidad. A estos pensamientos contribuyen, en un primer momento, su cuñada, O-Hide Tsuda, quien no estima demasiado a su nueva pariente; un amigo de su marido, el desaliñado señor Kobayashi; e incluso la esposa de su jefe, la señora Yoshikawa. Pero no habrá hecho más certero para confirmar estas sospechas que la aparición de Kiyoko Seki, una antigua relación de su marido, con quién había estado prometido, pero que a última hora decidió abandonarlo por otro hombre.
Otro aspecto en común está en la disposición de la trama. Si observamos los elementos que la componen vemos cómo, en el centro y desde una perspectiva individualista, se sitúa a Yoshio Tsuda como protagonista principal. A su alrededor se superponen capas que, desde un punto u otro, ejercen presión sobre él con la intención de que éste cumpla las expectativas del entorno y que, de la más particular a la más general, podríamos decir que son: el matrimonio y las relaciones de pareja (O-Nobu y, en un segundo plano, Kiyoko Seki), las relaciones con los familiares directos (su padre) y con la familia política (los Okamoto, padres de O-Nobu), las relaciones laborales en la empresa (la señora Yoshikawa) y las presiones del conjunto de la sociedad (el señor Kobayashi). Todos entrometiéndose para hacerle entender que lo mejor para él, por encima de su deseo o de su voluntad, es responder a las expectativas ajenas.
Ante este dilema ¿cómo actúa nuestro protagonista? Toma la callada por respuesta. Y esto, claro, genera en él unas tensiones que son el epicentro del trabajo psicológico de Soseki en su elaboración de los personajes. Una decisión de estilo que afecta, por supuesto, al ritmo de la narración: haciéndolo extremadamente pausado durante la mayor parte del texto. Tanto es así, que los amantes de la acción o el suceso pensarán que no pasa nada. En absoluto. Simplemente, al ser un retrato social expuesto desde la tensión psíquica generada en el individuo, la acción substituye los escenarios habituales por el interior de los personajes, por cómo expresan los numerosos dilemas a que se enfrentan -todos ellos derivados de esta tensión central entre lo socio-cultural y lo individual-, por cómo toman sus decisiones y por qué decisiones toman en cada momento.
El estilo de Soseki resulta coherente con este fin narrativo por cuanto, primero a través del diálogo y después a través de la introspección, intenta primero explorar la naturaleza y objetivo de las distintas subtensiones para, más tarde, explorar el interior de los personajes en su relación con ellas. Tampoco conviene obviar el efecto de la contraposición entre lo que se dice y lo que se piensa. De hecho, el silencio social guarda aquí un papel trascendental pues es lo que se calla, lo que se inhibe, lo que se guarda uno dentro sin poder expresarlo o querer decirlo, la representación idónea de la presión general de la sociedad ejercida sobre individuo, así como de sus consecuencias.
Esta elaboración de la trama también nos hace recordar una conferencia impartida por Soseki, a la que no se suele hacer mención, titulada “Mi individualismo”. Tal discurso tuvo lugar en la Universidad de Gakushuin, alma mater de numerosos miembros de la familia imperial además de otras personalidades de la intelectualidad japonesa, en 1914. En ella, el autor tokiota se refirió a la obligación moral de ser uno mismo frente a presiones u opiniones ajenas, siendo esta personalidad propia un reflejo del ser libre y de la responsabilidad aneja a esa libertad; frente a los que defendían que todo estaba permitido si era por y para la patria. Palabras valientes si tenemos en cuenta que, en aquel tiempo, el gobierno japonés perseguía, reprimía e incluso torturaba a los defensores del aperturismo (fundamentalmente, comunistas y liberales), otrora centro ideológico de la (en 1912) extinta Era Meiji.
El Soseki de «Luz y oscuridad» (Impedimenta, 2013) mostraba un dominio de las técnicas narrativas, una madurez ideológica en cuanto a qué expresar en su obra y a través de qué ideas o metáforas o figuras hacerlo, un control del estilo y del tempo, de la descripción de personajes a través de su acción y psique, inédita hasta entonces. Por eso, con motivos más que fundamentados, ésta se viene considerando no solo como su mejor obra sino también como su obra cumbre. Ojalá los posible lectores no se arruguen ante su condición de obra inacabada y decidan, porque merece la pena, darle una oportunidad a esta obra que es, además de todo lo ya dicho, un excelso trabajo de edición culminado, a modo de colofón, con el “Postfacio” a cargo del escritor Premio Nobel Kenzaburo Oé.
Por Fco. Martínez Hidalgo