Durante mil quinientos años, la más que minoritaria Europa culta y letrada vivió bajo el yugo de una encantadora fantasía: cuando deseaba saber alguna cosa sobre los animales y la zoología, la única fuente de referencia posible era alguno de los bestiarios ilustrados —repletos de delicias poéticas y maravillas fantásticas— que tentaron durante siglos a los (pocos) lectores europeos con la magia de la ignorancia. En ese eterno debate entre el logos y el mito, aquellos animales dibujados en los bestiarios eran una mezcla de supercherías religiosas de variada procedencia, elementos folclóricos diversos y ese delicado atrevimiento de aquellos que dibujan, hablan o narran (hoy como ayer) aquello que nunca han visto. Durante siglos y siglos, las ilustraciones de animales se apartaron más y más de eso que nos empeñamos sin razón en llamar «realidad» para adentrarse en los procelosos caprichos de unos copistas y escribas fantasiosos que nunca dudaban en añadir de su propia cosecha cualquier elemento que conviniera a la historia pública de tal o cual animal.
Aquellos trabajos de ilustración zoológica —que habían nacido con la obra del griego Fisiólogo («naturalista»), de quien hoy sabemos más bien poco más allá de que su trabajo (escrito a mediados del siglo II) tenía unos 48 capítulos asociados a partes y textos de la Biblia— se podían resumir en pocas palabras. Dios como señor y creador de todas las cosas vivientes, escasos datos serios y mucho embellecimiento asociado a doctrinas y pautas morales de comportamiento, mitología remezclada y rumores folclóricos personalizados según el área geográfica junto a fábulas más o menos populares.
En ese eterno debate entre el logos y el mito, aquellos animales dibujados en los bestiarios eran una mezcla de supercherías Animalium es un magnífico trabajo de Katie Scott (ilustradora) y Jenny Broom (escritora) que se parece a una antigua enciclopedia (modernizada y adaptada a los saberes de la zoología actual) y se acerca al mundo animal al estilo de aquellas delicadas maravillas clásicas, pero sin su parte mítica. Los animales están distribuidos como si de láminas antiguas se tratara —muy al estilo de aquellos viejos copistas que retrataban el mundo animal— pero con todo el respeto por la ciencia, la evolución y la historia natural. Scott y Broom actúan en el libro como si fueran las comisarias de una exposición que tiene lugar en la salas de un museo de historia natural en papel y que tiene también la gran virtud de ofrecernos una visión detallista y detallada de lo que significó y significa la evolución de la vida animal en el planeta. Cada capítulo del libro muestra una clase particular de animal, como los reptiles, las aves o los mamíferos. Las especies están organizadas según un orden evolutivo para mostrar cómo el universo animal se ha desplegado a lo largo del tiempo. Animalium es el árbol de la vida y su evolución desde una pingüino hasta nuestros primos primates y, además, en sus páginas se pueden explorar los hábitats donde viven los animales y sus diferentes climas y ecosistemas.
Animalium —una de las sensaciones recientes de la literatura ilustrada europea— es un curioso recorrido gráfico por la historia de la vida animal, muy atractivo para jóvenes y adultos interesados por la naturaleza y que aprecian un trabajo delicado y detallista, desarrollado con buen gusto y gran ambición estética, pero que, además, nos remite a todas aquellas ilustraciones antiguas y sus textos asociados, que constituyeron durante siglos algo parecido a lo que hoy llamaríamos zoología. Además, nos demuestra también que, en el siglo XXI y más allá de la fantasía recreativa de la mano que dibuja, la ilustración zoológica es una gran herramienta de conocimiento y descripción de la naturaleza con todos sus múltiples, curiosos y, en ocasiones, aún inexplicables matices.
El camino para llegar hasta una obra ilustrada como Animalium no fue fácil y conviene recordar que sólo fue posible gracias al nunca bien ponderado y hoy medio olvidado trabajo de unos pocos en defensa de la razón frente a la superstición. John Ray (1627-1705), que contribuyó a despojar a la literatura científica de las criaturas míticas extraídas del folclore y colocó entre imborrables signos de interrogación a todas aquellas entonces llamada criaturas «de generación espontánea». Carolus Linneo (1707-1778), el Freud del mundo biológico, quien, con sus sucesivas ediciones de Systema Naturae, sentó las bases de toda la biología sistemática moderna. Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), pionero rompedor de la ciencia pública con una nueva visión del lenguaje y que se resistía a creer que las «especies» proporcionaran la clave de ningún plan divino u ofrecieran la pista de ninguna verdad teológica; y que nunca permitió que la religión embruteciera su visión. El barón de Holbach (1723-1789), cabeza pensante junto a Diderot de una gran época de ilustración y pensamiento radical que era punta de lanza para «destruir las quimeras religiosas que afligen a la raza humana». Edward Tyson (1651-1708), pionero de la anatomía animal comparada y la antropología física con sus trabajos seminales sobre el orangután con los que empezó a apartar al ser humano de su puesto superior y separado del resto del mundo animal sin referencias a Dios ni especulaciones sobre «almas inmortales». Alfred R. Wallace (1823-1913), a quien la historia acabaría por reconocer como co-autor de la idea de selección natural. Y Charles Darwin (1809-1882), el más conocido de todos los naturalistas, quien postuló que todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo a partir de un antepasado común mediante un proceso denominado «selección natural».
El camino para llegar hasta una obra ilustrada como Animalium no fue fácil y conviene recordar que sólo fue posible gracias al trabajo de unos pocos en defensa de la razón Gracias a todos ellos (y a muchos otros) y «contra natura» en tiempos en los que Dios seguía siendo omnipotente, hoy podemos disfrutar de libros como Animalium; hablamos y estudiamos zoología; tratamos de comprender lo que significa la biología molecular; discutimos sobre especies y taxonomía; hablamos de ecología; dibujamos, representamos y nos relacionamos con las características y comportamientos animales de una forma radicalmente diferente a la de hace tan sólo unos pocos siglos.
Hemos entendido, por fin, que las imágenes de aquellas criaturas míticas —creadas siempre a partir de Dios— sólo existían en los imaginativos cerebros de aquellos que durante siglos trabajaron para perpetuar los mitos, ya que, como es bien sabido —y al contrario de los hechos— los mitos no se pueden corregir. Pero, en todo caso, ¿importa demasiado que no existan (o no los hayamos descubierto aún) ni el ave Fénix, ni el Kraken, ni tampoco las gorgonas o las sirenas?
Al final puede que, siguiendo la reflexión de la Dra. S. Knapp del Museo de Historia Natural de Londres en Animalium, lo que importe en definitiva es que «podamos imaginar un futuro en que la humanidad sea capaz de compartir un planeta mejor con toda esta alucinante diversidad. La Tierra, en definitiva, es el hogar de todos y cada uno de nosotros…» Incluidos también todos esos otros animales no humanos que un día fueron dibujados como criaturas fantásticas y que para nuestra suerte siguen hoy pudiendo ser ilustrados en trabajos como Animalium y también, sobre todo, siguen habitando junto a nosotros en este curioso planeta que, visto con los ojos de un astronauta, es de color azul.
Por Pere Ortín