Catherine Meurisse, que trabajaba en la revista satítica francesa Charlie Hebdo cuando sufrió un brutal atentado en 2015, publica la novela gráfica El puente de las artes. Pequeñas historias de grandes amistades entre pintores y escritores (Impedimenta), por donde desfilan Zola y Cézanne, George Sand y Delacroix y toda la tropa de impresionistas. Un libro que cuenta desde el humor la historia pequeña del arte y cómo Picasso y Apollinaire fueron los primeros sospechosos tras el robo de la Gioconda en 1911.
Catherine Meurisse ilustra en El puente de las artes las relaciones de reconocidos escritores con pintores.
Es una pequeña joya. Catherine Meurisse se ha fijado en las relaciones, a veces de amistad, otras tóxicas, entre escritores y artistas. Por El Puente de las Artes, desfilan Picasso, Proust, Zola, Balzac, los impresionistas, George Sand, Veermer o Diderot.
El 7 de enero de 2015 Catherine Meurisse llegó tarde a trabajar porque se durmió. Esto le salvó la vida. En la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo dos enmascarados habían sembrado el terror. Meurisse publicó aquel trágico episodio en una novela gráfica, La levedad, una suerte de ejercicio catártico. Después contó su infancia en el campo en Los grandes espacios. Ahora, la autora, que en 2020 se convirtió en la primera historietista en ingresar en la Academia de Bellas Artes de Francia, sorprende con Le pont des arts (El puente de las artes). Pequeñas historias de grandes amistades entre pintores y escritores (Editorial Impedimenta). Una novela gráfica que, en poco más de un centenar de páginas, recorre algunas de las relaciones por amor al arte que cultivaron personajes como Zola y Cézanne, George Sand y Delacroix, Diderot y Greuze o Picasso y Apollinaire.
Una obra en la que el lector, de la mano de Baudelaire, aprenderá a distinguir una obra maestra de un cuadrucho. Y que le mostrará qué hacían, cuando no hacían nada, André Breton, Kiki de Montparnase y Man Ray. Un libro que destila humor y erudición a partes iguales. No en vano, la autora es licenciada en Lenguas Modernas e Historia del Arte. Aparte de publicar novelas gráficas, Meurisse colabora con medios como Libération, Les Échos, Télérama o L’Observateur.
Ya en 2019 Meurisse llevó a cabo en Delacroix, su personalísima adaptación gráfica de las memorias de Alejandro Dumas, gran amigo del pintor. En 2020 el Centro Pompidou dedicó una gran retrospectiva a la artista nacida en 1980 en la región francesa de Nueva Aquitania.. El acierto de Meursisse es humanizar a los grandes maestros de la pintura y la literatura. Mostrarlos en zapatillas, en la vida íntima, con sus neuras, sus miserias y sus locuras. A través de la historia pequeña, de anécdotas y sucesos curiosos vividos por estos grandes pintores y escritores, Meurisse hace un retrato, en ocasiones despiadado, de los protagonistas más singulares del arte y la literatura. Un ejercicio realmente difícil, en el que demuestra, sin abrumar al lector —todo lo contrario— su profundo conocimiento de la historia del arte.
A través de algunas de estas extrañas parejas —la mayoría franceses, aunque no todos—, Meurisse se convierte en guía por un museo de personajes excéntricos, a los que caricaturiza tirando de su biografía menos conocida. Expone abiertamente cómo algunos defectos y enfermedades se convirtieron en virtudes; así, por ejemplo, una afección visual dio como resultado las conocidas figuras alargadas de El Greco. La autora se pregunta si Rembrandt padecía estrabismo o más bien ictericia, dada la paleta de colores que utilizó el artista.
También cuenta el desagrado que causó entre la crítica y público Lola de Valencia, obra de Manet. Se trata del retrato que el impresionista realizó en 1862 a la célebre bailarina española, cuyo nombre real era Dolores Melea, estrella del ballet de Mariano Camprubí.
A Picasso le dedica dos historias muy jugosas. La primera, cómo el pintor estuvo en el punto de mira, con su amigo Apollinaire, en el robo de la Gioconda en 1911; la segunda, cómo Balzac y el pintor malagueño embarcados en la búsqueda de la obra maestra desconocida, se topan en el mismo estudio. En 1936 el cómico Jean-Louis Barrault avisa a Picasso que deja libre un enorme granero en el centro de París. Se trata del número 7 de la rue des Grands Augustins. Es aquí donde Picasso pinta el Guernica —un encargo del gobierno republicano para que formara parte del Pabellón Español en la Exposición Internacional de París de 1937—. En el mismo lugar, mucho antes, Balzac ubicó el taller del pintor Frenhofer, protagonista de su novela La obra maestra desconocida.
El puente de las artes es una espléndida novela gráfica sobre la intimidad de los artistas y lo que habitualmente no cuentan otros libros dedicados a artistas y escritores.
León y Picasso, sospechosos del robo de la Gioconda
Una de las historias que relata Catherine Meurisse en El puente de las artes es el célebre robo de la Gioconda en 1911. Ella se centra en cómo los primeros sospechosos fueron Picasso y su amigo Apollinaire. Pero León también jugó un papel en aquella historia. De hecho, los ojos del mundo se posaron en esta pequeña ciudad de provincias tras la desaparición de la Mona Lisa.
La prensa internacional se hizo eco de la posibilidad de que el ladrón fuera de esta ciudad o hubiera escondido aquí la gran obra que Leonardo da Vinci pintó entre 1503 y 1506. Jesús F. Pascual Molina, profesor de la Universidad de Valladolid, abordó el caso en El robo de la Gioconda en la prensa española (1911-1914). El nacimiento de un icono artístico, donde explica cómo una obra de arte que apenas era conocida en 1911 se convirtió, tras su desaparición, en León y Picasso, sospechosos del robo de la Gioconda la pintura más famosa del mundo. «La gente hasta visitaba el Louvre para ver el hueco del cuadro», dice el historiador. Durante el tiempo en que el lienzo permaneció desaparecido, el Louvre batió un récord de visitantes. El robo fue, en realidad, muy sencillo. En aquella época la gran pinacoteca parisina apenas tenía medidas de seguridad y artistas como Picasso y Apollinaire disfrutaban llevándose y devolviendo piezas de una colección de estatuillas íberas que marcaron profundamente al autor del Guernica. De ahí que ambos fueran investigados por la Policía.
Pascual Molina centró sus pesquisas en rastrear la prensa de la época. Periódicos como ABC o El Norte de Castilla publicaron que un personaje leonés o refugiado en León era quien había perpetrado el robo. Pero no fueron los únicos. Rotativos de otros países europeos copiaron la noticia. Al final, tuvo que intervenir el embajador de Francia, que se encontraba de visita en España, para desmentir los hechos. Según Pascual, todo fue fruto de la broma que unos periodistas le gastaron a un compañero destinado fuera, quien reenvió la noticia por cable, de ahí el revuelo que se levantó en Europa.
Personalidades destacadas del momento, como la escritora Emilia Pardo Bazán, descartaron desde el primer momento la veracidad de la noticia.
El propio rey Alfonso XII comentó que le parecía raro que apareciera una obra de arte cuando lo habitual era que aquí el patrimonio desapareciera. Diario de León publica el 11 de septiembre de 1911: «Respecto al robo de la Gioconda y su hallazgo en León, hemos visitado a las personas que se citan en varios periódicos de Madrid y resulta un infundio colosal, pues no hay hallazgo, y pudiera resultar nada más que una broma pesada a los periodistas franceses».
Pascual Molina cuenta que muchos anunciantes de la época aprovecharon el robo como reclamo para vender desde reproducciones del cuadro a perfumes y corsés «para estar tan guapa como la Mona Lisa».
En realidad, quien se llevó el cuadro fue Vicente Peruggia, un ex empleado del museo. Todo ocurrió el domingo 20 de agosto de 1911. El ladrón se escondió en un armario del Louvre y salió a primera hora del lunes, día de descanso semanal del museo. Horas antes había descolgado el cuadro, que se llevó oculto bajo el abrigo. El robo no se detectó hasta el martes. Fue un escándalo mundial.
Los primeros sospechosos del robo fueron Picasso y Apollinaire. La prensa internacional se hizo eco del bulo de que el ladrón podría ser leonés.
Dos años desaparecida
La Mona Lisa permaneció en paradero desconocido más de dos años. Durante este tiempo se convirtió en un icono internacional. Aparecía en postales, vallas, cajas de chocolate…. Hasta que Peruggia fue detenido cuando intentaba vender el cuadro a un anticuario de Florencia. El ladrón aseguró que había actuado en solitario y que su intención no era enriquecerse, sino devolver la obra de Da Vinci que, según él, Napoleón había expoliado a Italia, aunque fue el propio artista quien la trasladó a Francia en 1516 cuando aceptó trasladarse al Loira por invitación del rey Francisco I.
Al final, Peruggia fue condenado a siete meses de prisión. Algunos investigadores consideran al aristócrata argentino Eduardo de Valfierno el autor intelectual del robo.
Valfierno habría hecho pintar seis copias del cuadro al conocido falsificador Yves Chaudron y las habría vendido por cantidades desorbitadas. Pero otros historiadores apuntan como promotor del robo al traficante alemán Otto Rosenberg.
—Verónica Viñas, Diario de León