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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La construcción del personaje

De una novela que concluye: «-¡Qué bobada, queridos! ¡Hay que joderse!» puede esperarse lo mejor.

Lo mismo que su facilidad para articular, como quien no quiere la cosa, diálogos completamente creíbles, me suele maravillar en las novelas inglesas, hasta en las más ligeras e incluso frívolas, que los autores, por menores que sean, tengan una capacidad innata para levantar caracteres de una pieza. Así sucede en ‘La vida soñada de Rachel Waring’ (Impedimenta) de Stephen Benatar. La protagonista, casi siempre desde la primera persona narrativa, se configura, al modo de los tipos dramáticos, a partir de sus actos y desvaríos y a través de las conversaciones que entabla. Londinense hasta la médula, cuarenta y siete años, once de ellos en el departamento de venta por correo de una empresa, virgen y solterona, sosa e insegura, recibe en herencia la casa de una tía en Bristol, lo que desencadena sus sueños nocturnos y los diurnos, pronto enfocados hacia la ficción como alivio y necesidad frente al anodino y castrante transcurso de lo cotidiano, que lo ficticio invade y anula, con el peligro subsiguiente. Todos deberíamos tener, como ella, una segunda oportunidad, una primavera renovada, pero a qué precio.

De una novela que concluye: «-¡Qué bobada, queridos! ¡Hay que joderse!» puede esperarse lo mejor. Y la de S. Benatar cumple estas expectativas, sobre todo por la parte british, en el humor de media sonrisa atravesado de ironía, a veces desaforado, como en la descripción de la oportunidad perdida por Rachel debido al gatillazo en un coche, o en los fragmentos de canciones populares y de poemas –como el de Burns de donde tomó el título Salinger para ‘El guardián entre el centeno’– que se intercalan. Es muy british hasta en la semblanza de solapa de este escritor tardío, «profesor de inglés en Francia, vendedor de paraguas y portero de hotel », cómo no, que «tiene cuatro hijos y actualmente vive en Londres, con su compañero el diseñador gráfico John F. Murphy». Toma ya, propiamente el típico perro verde inglés. Sus tipos participan de esta excentricidad, con el instinto de supervivencia como único horizonte y el principio shakespeariano de que ‘las cosas siempre empeoran’ como creencia empírica básica.

Por Fermín Herrero