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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Entrevista: «Una casa llena de gente», de Mariana Sández – MaMagazine

Me ha pasado algo muy curioso durante la lectura de Una casa llena de gente de la escritora y gestora cultural argentina Mariana Sández (Buenos Aires, 1973), y es que todos los nombres me decían algo. Nunca leí una novela en la que la  de los nombres de sus personajes me llevasen, directamente, a una persona de mi vida. Incluso a una canción. Charo, como mi tía. Julián, como un viejo amor. Leila, como el viejo amor de Clapton. Darío, como mi hijo. Vicky, como yo. Y podría seguir sumando. Pero hasta aquí la anécdota. Dice la sinopsis de este libro que la literatura es, ni más ni menos, una casa llena de gente y tiene mucha razón.

Suelo decir que los libros nos los apropiamos quienes los leemos y que tomamos de ellos, en algunas ocasiones, rasgos que nos acompañan de por vida. Que somos también lo que somos por lo que leemos. Esta historia que cuenta Mariana Sández es la historia de una memoria que Leila ha recopilado y curado a través de sus diarios, que ha traspasado a su hija Charo junto a unas instrucciones sobre cómo lidiar con ello. Es la historia, también, del particular edificio que habitan y, entre muchas cosas más, es una oda de amor a la literatura, a la psicología y a la filosofía. Es la manera que tiene Charo de reconstruir la historia de sus vecinos, de quienes habitaron el castello, el hogar de su infancia. Es una lucha entre el recuerdo y la realidad —¿será que el recuerdo siempre gana?—. Es una historia coral en la que lo que no se dice carga con el peso de lo que sugiere.

Hemos hablado con su autora, Mariana Sández, sobre la construcción de sus personajes, el peso de la literatura en la vida y el papel de la memoria.

¿Cuál es el germen de Una casa llena de gente? ¿Qué te motivó a crear esta historia?

La primera idea fue escribir sobre un grupo de mujeres que se conocen cuando llevan a sus hijos pequeños a la guardería. Cuatro madres, como suele ser, de una extracción social similar pero con profesiones y vidas totalmente diversas unidas por ese momento puntual de la maternidad. Un momento en que una necesita muchas respuestas y seguridades. Luego lo reduje a dos mujeres que se conocen cuando se convierten en vecinas y sus hijas de ocho años se hacen amigas. Son opuestas en su personalidad pero tienen un punto en común que las marca y las alía: son madres de una sola hija y se sienten perseguidas por una sociedad que parece condenarlas por esa interrupción reproductora. Quería además hablar sobre la amistad femenina que, cuando se vuelve muy íntima e intensa, arrastra todos los otros temas: pareja, hijos, y especialmente una ambivalencia fuerte entre la admiración y la envidia. Son némesis una de la otra. Pero finalmente los hombres son centrales en la historia igual que ellas. No hay retratos de maternidad sino también de paternidad.

¿Cómo fue el proceso de composición/escritura? 

Tardé bastante en darle forma porque tenía varias ideas claras pero no terminaba de decidir cómo reunirlas y quién lideraría la historia: el punto de vista, la voz, etc. Hasta que lo relacioné con un trabajo que había hecho antes: escribir biografías personales por encargo. Me entrevistaba por separado con los distintos miembros de una familia para luego componer, con ese mosaico de voces, su historia: el legado que dejaban los adultos a sus hijos, a sus nietos, a la posteridad. Ese es finalmente el recurso que usa Charo en la novela para interrogar a las personas que influyeron durante su infancia y conocieron bien a su madre ya fallecida. Ella hace algo a medias entre el rol del psicoanalista y del periodista.

¿Cuánto hay de ti en esta novela? 

Hay y no hay asuntos del que escribe en la escritura, hay pero mestizas, nunca son puramente propias. Porque son mías también las cosas que veo a mi alrededor, cómo reparo en ellas, cómo decido quedarme con los gestos, la respuesta o la actitud de las personas cercanas y desconocidas. Toda esa observación, al pasar por mi experiencia, ya está teñida de mí por más que las haya tomado de otros. Un poco el edificio donde ocurre la historia, un poco los diarios dedicados a una hija, un poco el amor por la literatura son más míos pero siempre inevitablemente desdibujados, transformados.

La literatura, también, es protagonista y espacio en tu novela. ¿Qué das y qué te da la literatura?

Todo y todo (jaja). No vivo las cosas a medias cuando me importan, y la literatura es el eje vertebral de mi vida desde que tengo memoria. Me fascina leer o hablar de libros, dar talleres sobre literatura, necesito escribir como una rutina física, y cuando no escribo estoy mirado la vida como material para un libro, todo el tiempo. Para conciliar el sueño descubrí un truco útil: seguir pensando rasgos de algún personaje que tengo en proceso, eso termina por aflojar la resistencia y me duermo.

¿Qué es lo que más interés te provoca al trabajar las relaciones familiares en tus libros? 

Hay cierto interés por comportamientos que estudian la psicología y la filosofía que siempre tuve inclinación a observar con mucho detalle por intuición propia. Recientemente descubrí que quizás el campo de la microsociología es lo que mejor describe esta manera de mirar con un microscopio el por qué de las actitudes humanas. Lo dicho y lo expresado contra lo no dicho, lo reprimido, lo disimulado, lo fingido, lo que sale a pesar de uno, los gestos involuntarios. Cómo me veo y cómo me ve cada uno de los otros. Lo que inferimos de los demás y cómo desde ahí construimos una imagen de alguien que solo puede ser real de forma muy parcial. Las deducciones, las inferencias, en general, no solo entre miembros de una familia. Por eso los vecinos son ideales en tanto objeto de estudio: están lejos y cerca a la vez para dejar jugar lo suficiente la imaginación.

Sobre el papel de la memoria: ¿tenemos que fijar o confiar solo en lo que recuerda nuestra cabeza?

Creo que así como no existe una sola dimensión de cada persona —cada uno es miles de seres a la vez, según somos vistos por nosotros mismos y por cada uno de los demás—, tampoco hay una posible versión única o estática de la realidad. Muchísimo menos de los recuerdos. La imagen fija de las cosas, opino, es solamente una ilusión óptica y mental. Como escribió Nietzsche: “no existen hechos sino interpretaciones”. Y como dice Vila-Matas retomando a Pessoa: “los recuerdos son inventados”.

Me encanta la relación de los capítulos: me imagino que el proceso de construcción de una casa se asemeja al proceso de construcción de la personalidad. ¿Tenías clara esta estructura?

Lo que más disfruto de escribir es precisamente no saber una gran parte de las ideas que van a aparecen durante el proceso de escritura. Si supiera todo de antemano, posiblemente no escribiría, no habría reto, juego, búsqueda. Me encanta esa manera en que se presentan y se implican unas con otras por sí mismas, casi sin que me dé cuenta hasta luego de haberlo plasmado. Así me pasó con la estructura de la novela, quise hacerla siguiendo las etapas de la construcción edilicia, porque el escenario principal es un edificio, pero en ese proceso entendí que representaba también la evolución de las personas mientras crecemos, nos hacemos complejos y enriquecemos, luego nos derrumbamos al final cuando ya se cumplió el ciclo de vida útil.

¿Crees que la reconstrucción siempre llega?

No sabría decirte, solo creo que no hay reglas fijas para los modos de ser y relacionarse.

¿Qué viene después de Una casa llena de gente?

Estoy trabajando una segunda novela con el personaje de Charo, esperemos que termine de tomar forma. Y tengo otras dos en espera.