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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Una mirada a la hipocresía

La editorial Impedimenta rescata –proporcionándole una cuidada y delicada edición, a la par de una acertada traducción– una obra maestra de las letras irlandesas: La solitaria pasión de Judith Hearne, escrita por Brian Moore en 1955.

Considerada como la primera obra verdaderamente literario de este autor, narra la historia de la madura, ajada y solterona señorita Hearne, un relato de su pasado y presente, así como de sus poco prometedoras expectativas de un futuro lamentable que se torna cada vez más incierto, conforme salen a la luz sus debilidades, sus miedos y sus fracasos.

Judith Hearne nunca ha tenido una vida fácil, a pesar de congraciarse públicamente de todo lo contrario; huérfana de padres y poco agraciada físicamente, ha pasado toda su vida bajo la tutela de su severa tía. Cuando ésta enferma, la cuida con devoción hasta el final de sus días, aunque su muerte es el inicio de su caída en desgracia y de su declive social. Con una paupérrima renta anual se ve obligada a abandonar su acomodada existencia y a trabajar en ocupaciones acordes a su estatus -profesora de piano y de bordado. sin embargo, los años se suceden y ella no logra cumplir su mayor anhelo: encontrar a su príncipe azul. esta frustración la lleva a refugiarse en el alcohol –una afición que inicia de manera anecdótica y absurda con el único fin de paliar los efectos de una bronquitis- y en su obsesión por cumplir con todos los preceptos de la estricta moralidad católica de la época.

De forma paralela a su inclinación por la bebida y, en gran medida provocada por ésta, inicia un peregrinaje por distintas casas de huéspedes de Belfast, alojamientos de los que acaba huyendo apresuradamente tras provocar lamentables episodios. Finalmente, recala en la casa de la señora de Henry rice, donde habita un pequeño grupo de personas, cuanto menos variopintas: la casera –viuda, cotilla y avara-, su hijo Bernard –un aspirante a poeta venido a menos que vive bajo las faldas de su mamá-, la señorita Friel –soltera, profesora y de firmes principios-, el señor Lenahan –contrapunto de la señorita Friel y de ética más relajada-, James Madden –hermano de la señora rice, un hombre de mundo de confuso pasado, recién llegado de Nueva York, y aspirante a pretendiente de la señorita Hearney Mary –la ingenua y candorosa sirvienta.

En este escenario la protagonista de esta novela inicia un tortuoso camino que la llevará a un agónico final, pero en ese discurrir no estará sola, su alter ego masculino, el señor Madden, le dará la réplica gracias a lo que, en principio, se presupone el inicio de una relación sentimental, pero con intereses contrarios: para ella, él encarna la última oportunidad para colmar sus deseos de formar una familia y disfrutar de su senectud en compañía, mientras que para él, ella solamente supone una manera de prosperar económicamente y salir de la decadente ciudad de Belfast. Cuando ambos descubren –alentados por las artimañas de Bernard- que sus objetivos no coinciden su breve noviazgo salta por los aires y lleva a la señorita Hearne a abandonarse en brazos del alcohol, lo que provoca delirantes y patéticas situaciones.

Ambos personajes se revelan en esta obra como la misma cara de una moneda: fracasados, instalados en una decrépita madurez, menospreciados por su entorno social y familiar -incluso por aquellos a los que la propia señorita Hearne considera sus amigos: los O’Neill, que la ningunean sin pudor, pero ella los visita rigurosamente cada domingo fingiendo sentirse querida-, atenazados por la soledad -que les pesa como una losa- y por la vida que un día soñaron y que nunca se hizo ni se hará realidad. viven fantaseando con imposibles y creándose falsas ilusiones y expectativas sobre el entorno que les rodea, pero cuando se enfrentan a su verdadera existencia ambos son dominados por sus vicios y los sentimientos de culpabilidad.

Un elemento cuya presencia impregna de forma constante este libro es la religión, todas las personas que pululan por sus páginas intentan ser temerosos, con más o menos fortuna, de la doctrina católica irlandesa. respecto a esta actitud sobresale Judith Hearne, que encarna el fervor religioso, un fervor gracias al que ansia encontrar la felicidad. La fe, que terminará perdiendo, la oración y sus creencias son los pilares de su vida, su punto de apoyo cuando cruza el umbral de lo moralmente correcto y se deja llevar por sus demonios.

La prosa de Moore recrea un rutilante fresco de la sociedad irlandesa de posguerra como excusa para hacer una feroz y aparentemente sencilla crítica de la hipocresía, la doble moral y los convencionalismos sociales imperantes, que, a su vez, encierra una estructura narrativa compleja, donde su protagonista acaba transmutando en una persona con una identidad muy diferente a la que aparece en las primeras líneas.

En este sentido, plasma magistralmente su descenso a los infiernos, un hecho que causa la compasión y la pena en aquel que se adentre en esta lectura, debido a su persistente pérdida de dignidad.

El escritor irlandés tiene la habilidad para hacer que el lector pase de la risa al drama en cuestión de segundos, en parte gracias a la ejecución magistral de unos diálogos que se combinan con la narración en tercera persona, el estilo indirecto y las interpelaciones directas al público, así como a personajes soberbiamente concebidos, incluso aquellos que apenas ocupan unas pocas líneas se encuentran perfectamente delineados por Moore.

Con La solitaria pasión de Judith Hearne, Brian Moore eleva a los altares la literatura irlandesa al diseccionar todos los rincones del alma humana con una narración dotada de un ingenioso tono tragicómico y donde su protagonista acaba emergiendo como una alegoría de la debilidad humana

Por Ángela Belmar Talón