Estamos en la Embajada de Rumania y la sala en la que esperamos tiene una alfombra espesa y sofás con bordes de madera y cierto aire marcial. Mircea Cartarescu tarda un rato en aparecer, un rato que pasamos con el traductor de la embajada, que nos dice que allá en Rumania a Mircea se le estudia y se le lee en los colegios. Cuando aparece el autor uno tiene la repentina sensación de que hay algo de sus propios libros en él, una mirada que va de firme a esquiva conforme nos da rápidamente la mano, cierta timidez que denota al tiempo ocultación, al tiempo prisa y esmero. Vamos tomando asiento en los diferentes sofás y Mircea se recuesta y cruza los dedos de las manos en posición reflexiva. Ya estamos cómodos, ya podemos empezar.
Guillermo Aguirre: Todos tus libros traducidos al castellano poseen un músculo claramente vinculado al lenguaje y lo poético, pero, por encima de ello y por así decirlo, dan también una intensa sensación de libertad, de estar escritos sin la amenaza del qué dirán, qué pensará el lector, qué esperará leer. Si nos detenemos en El Levante no sólo cabe preguntarse por lo que parece un ímprobo proceso creativo, sino también por lo que parece una odisea editorial (un libro complejo, en verso, aparentemente escrito para un lector elegido…) ¿Cómo fueron ambos procesos, el creativo y el posterior, hasta que la obra se editó allá en Rumania? ¿Fue fácil su edición?
Mircea Cartarescu: Yo creo que soy un escritor de vocación, nunca he querido hacer otra cosa, yo escribiría literatura aunque fuera el único hombre en la Tierra. Escribo literatura para vivir en ella, no solamente para publicar. Obviamente, cuando escribo algo que a mí me gusta muchísimo no soy tan egoísta como para guardarlo solamente para mí y, por ello, la parte de la publicación resulta importante. También quisiera mencionar que entre todos los países europeos España es uno de mis países favoritos, porque soy un gran admirador de la literatura española y de la latinoamericana.
G.A.: Toda corrección sobre un primer borrador tiene algo de proceso de autocensura, pero tú te enfrentaste a una censura real, la censura del Partido (siempre me ha llamado poderosamente la atención el concepto de la censura, alguien que elimina algo -un hueso- como si la estructura no fuera a sufrir las consecuencias). A este respecto ¿se ha dado (que sería posible) en alguna ocasión que el censor no sólo acertara en su labor sino que con ella hiciera mejor una novela o texto? ¿Que diera, digamos, con un inesperado hallazgo literario al eliminar?
M.C.: La censura tiene múltiples caras, puede haber una censura religiosa o política y luego está la autocensura, la censura interior. Pero la censura política de la época en Rumania y sobre la literatura era un fenómeno real y no podía darse nada bueno en ello. La censura estaba organizada como aquel ministerio de la verdad de Orwell, era kafkiana… El último libro aparecido y publicado durante la época comunista llevaba siete sellos porque la censura tenía siete instancias y cada una debía dar su visto bueno, cada uno de esos niveles sacaba unas páginas de la obra y, por lo tanto, tan sólo dos terceras partes llegaron a publicarse del volumen. La censura era terrible pero también era un proceso interesante porque como nada funcionaba debidamente en Rumania, tampoco la censura lo hacía. Incluso la policía política estaba llena de imbéciles a los que se podía engañar fácilmente, y me refiero esta vez a los censores. Alguno de ellos eran también escritores que formaban parte del sistema y, por lo tanto, había un cierto margen para la negociación. Otros, sin embargo, eran duros y no se podía hablar con ellos. Me imagino que durante la época de Franco en España se daba una situación semejante, o en la época de los grandes obispos en Irlanda, que fueron quienes prohibieron la obra de Joyce. Sin embargo, la cesura interior sí que es muy interesante, una censura que también puede tener efectos positivos y a esto me refiero en relación a que te mantiene en tu propio estilo y no permite que te desparrames en otras direcciones. Cualquier escritor conoce esto: yo no puedo escribir los libros de otro escritor, sólo puedo escribir los míos propios.
G.A.: Por ejemplo este que nos traes, recién editado por Impedimenta, El levante, un poema de 7000 alejandrinos que has tenido que volcar en prosa para su traducción… A este respecto, quisiera saber cómo fue el trabajo… ¿Inevitable? ¿Resultó acaso doloroso?
M.C.: Durante los veinte años nunca pensé en convertir El Levante en prosa. Me había resignado a la idea de que El Levante nunca iba a ser traducido. Su transformación en prosa ha sido por ello un gesto de desesperación tras darme cuenta de que esa era la última posibilidad, la última esperanza de que el libro fuera traducido, porque nadie intentaría traducir 7000 alejandrinos. Y aunque era consciente de que el libro iba a perder muchísimo a través de esta trasformación pensé que era mejor darle una oportunidad. Solo hace dos años que realicé esta transformación en prosa y me lo tomé como un experimento. Después envié el manuscrito a todos los traductores que tengo y les pregunté si creían que lo podían traducir. Cuatro de ellos me han dicho que sí, que se puede, y hoy en día tenemos la versión traducida al español y al francés, pronto saldrá la versión en sueco y el año que viene en alemán y espero, por ello, también en el futuro otras ediciones.
G.A.: Y nosotros lo agradecemos porque además el aroma mediterráneo y bizantino nos resulta bastante cercano en España.
M.C.: Si, de hecho esto es lo que he querido destacar en este libro, el faro de luz que representa el Mediterráneo porque creo, como he dicho en otras entrevistas, que tengo algunos recuerdos que me han sido transmitidos a través del ADN. Probablemente he tenido antepasados marineros o incluso piratas, porque de otro modo no puedo encontrar otra explicación por la fascinación que tengo por el mar y, especialmente, por el Mediterráneo, por este mare nostrum.
G.A.: El Levante ¿es una novela-poema de evasión o una crítica despiadada al Partido? ¿Quizás ambas cosas? ¿Una novela que en la evasión tropieza con aquello de lo que escapa?
M.C.: Sí, también es un libro político, una parábola política en contra de las tiranías y, por eso, siquiera intenté publicarlo durante la época de Ceaușescu pero el manuscrito tuvo, sin embargo, cierta circulación. Y había muchas personas que lo habían leído antes de la caída del muro de Berlín y de la Revolución Rumana aunque obviamente era un libro que entonces no se podía publicar.
G.A.: Tú mismo como autor (o el autor como figura) así como la presencia de niños-jóvenes es permanente en tus libros. A este último respecto pareciera de hecho que los niños poseen en su mirada la virginidad del creador o del autor. Es algo que ocurre en tus libros, también: poseen esa sorpresa por el descubrimiento y la inventiva. ¿Cuánto hay (cuando escribes) del niño que fuiste en el autor que eres?
M.C.: Para mí la infancia es esencial: la definición de que el poeta es una persona que se ha quedado en su estado de niñez. Y los libros que yo he publicado hace treinta años, libros dedicados a los niños, a la literatura infantil, han inaugurado en la literatura rumana una corriente de escritos literarios vistos desde el punto de vista de los niños. Para mí son muy importantes, ya que los adultos nunca me han interesado desde un punto de vista literario: mis personajes preferidos son niños o adolescentes, seres humanos que escapan a la socialización, que escapan de la hipocresía, de la mentira, y que todavía no conocen los males de la sociedad. Por eso los niños y los adolescentes me parecen la parte más importante de la humanidad.
G.A.: Y luego está el humor, un humor de hígado y travesura, por así decirlo, que jalona El Levante, que recorre conjunto al músculo del lenguaje también toda tu obra y que podemos percibir muy claro en el conjunto de relatos de Las bellas extranjeras (por ejemplo) donde también parecemos acercarnos a unos textos de origen abiertamente biográfico. A este respecto, el primero, con la extraña carta del Ántrax me pregunto: ¿sucedió acaso? ¿Partimos de una anécdota real? ¿Y es acaso ese humor, o al fin la risa cruda, lo que subyace en el fondo de la tragedia?
M.C.: Porque mi escritura contiene tantos elementos oníricos y visionarios, la crítica entendida generalmente ha dejado de lado los aspectos humorísticos de mis libros. Normalmente los críticos de mi país ven las tendencias hacia el humor como un elemento menor, poco importante, y a mí siempre me ha molestado esto… Yo no quiero ser visto como un mártir de la idea de la literatura, sino ser visto como un hombre corriente, un hombre que tiene tantos momentos de pánico como de felicidad, humor o risa. La ironía y el humor son así partes muy importantes de aquello que escribo. En cuanto a la pregunta de si las anécdotas son verdaderas, esto tiene poco sentido para mí. Yo siquiera sé si los eventos históricos importantes son de verdad y sinceramente siquiera sé si el mundo es real, por lo tanto me tomo la plena libertad para usar esa «realidad»: me he inventado ancestros, familiares que no tengo y los he sentado en el mismo nivel que aquellos que sí existen. Por lo tanto no me interesa tanto la diferenciación entre la realidad y la ficción, pero he de decir que en el volumen de Las bellas extranjeras todo es real (aunque quizás algunos acontecimiento son un tanto exagerados para hacerlos más interesantes) y toda la historia del Ántrax es completamente cierta y así de grotesca como la escribo. También es verdadera toda la historia del viaje a Francia con el resto de escritores. Siempre me preguntaban si por ejemplo en Rumania teníamos bibliotecas, si conocíamos los teléfonos móviles o si comíamos con tenedor y cuchillo. Una señora muy simpática me llegó a decir “me apiado de usted que vive en un país donde la gente anda descalza”. Y yo le dije, señora, tengo 50 años y toda mi vida la he vivido en Rumania pero nunca he visto a nadie por la calle andando descalzo… Ella era sin embargo muy sincera en lo que decía, era lo que había escuchado… Por lo tanto no he tenido que inventar nada para esas historias porque todo el material que se me presentaba era tan vivo, ridículo y real, que no hacía falta inventar. Con este libro pasó algo extraño, después de publicarlo la gente comenzó a mostrar reticencia hacia mí porque tenían la impresión de que iban a convertirse en personajes de un segundo volumen a pesar de que yo les aseguraba que no existiría un segundo volumen.
G.A.: A este respecto de otras personas y de otras gentes y lo que piensan… Cuando se habla de Mircea, se habla de él y se habla del Nobel, se habla de él y se habla del escritor vivo más importante de Rumania y, generalmente, los mundillos de la letras, aunque muy humanos, siempre están cargados de pequeñas envidias subterráneas… Quería preguntarte cómo llevan tus colegas escritores tu posición actual.
M.C.: En Rumania se han dado varias etapas. Inicialmente, cuando era aún un joven poeta todo el mundo me daba ánimos porque en aquel momento no resultaba peligroso y todo el mundo era amigo. Cuando empecé a ser un poco más conocido ya aparecieron las primeras adversidades y el punto culminante fue en el momento en el que publiqué un libro de cuentos (Nostalgia) que se convirtió en un bestseller. Mientras el libro sólo tenía una tirada de 10.000 ejemplares todo estaba bien, pero a partir de los 40.000 comencé a escuchar cosas. Luego, a partir de los 100.000 ejemplares vendidos comencé a tener solamente enemigos. Incluso los buenos amigos del pasado se habían convertido de algún modo en enemigos. Con 150.000 libros ya nadie me quería ver o recibir en su casa, pero resultó extraño porque cuando el libro llegó a los 200.000 todo el mundo volvió a ser mi amigo. Para mí es una carga ya que nunca quise ser un autor de bestseller y gracias a ellos (a mis amigos) nunca he vuelto a repetir esta experiencia con libros posteriores. Y esto lo digo por el bien de mi vida social (Risas).
G.A.: Lo onírico y perturbador, el sueño y su pesadilla, los ambientes que como en Kafka se enrarecen en estructura y paisaje (por ejemplo en ese bestseller de Nostalgia), se ocultan y se oscurecen, elementos todos constantes en tus escritos… elementos que de algún modo al lector extranjero también parecen remitirle a Rumania, a su clima político y social, a sus ecos de leyenda, un aliento surrealista que viene de Centroeuropa … ¿Te has preguntado alguna vez cómo sería tu prosa si hubieras nacido en otro lugar? ¿Por ejemplo en Londres o París?
M.C.: Obviamente no lo puedo saber y tampoco me quiero lanzar en historias paralelas pero lo que sí creo o puedo confirmar es que pocas cosas de la realidad exterior me han influenciado a la hora de escribir. Yo he vivido más bien en el mundo de los libros, de la literatura, y ha sido esta literatura la que ha moldeado mi paisaje interior. Para mí los libros de Kafka han sido mucho más importantes que la dictadura de Ceaușescu, así que yo me considero un escritor que vive en esta gran tradición literaria europea y que tiene un sentido extra para un tipo de literatura, una que no es necesariamente moderna… Por ejemplo, me siento muy atraído por la gran literatura manierista del siglo XVII y XVIII, la literatura de los laberintos… Por esta cara invisible de Europa, ese mundo subterráneo de las minas, de todo lo que significan metáforas del subconsciente. Todo mi mundo es un mundo interior, un paisaje de las cuevas que he encontrado en este tipo de literatura, en el Romanticismo también, especialmente en el Romanticismo Alemán (Novalis, Hoffmann) y también en la literatura española y latinoamericana, en Sabato, por ejemplo, que es para mí uno de los mayores escritores del mundo contemporáneo.
G.A.: Sí, es cierto, todos te hemos oído mencionar autores de habla hispana. Te hemos oído mencionar a Márquez, Cortázar, Sabato, Unamuno, Javier Marías… A este respecto nosotros quisiéramos saber si tienes alguna otra recomendación para nuestros lectores.
M.C.: A mí me gustan muchísimos autores. En realidad amo toda la literatura desde la Antigüedad hasta hoy en día, y creo que tampoco puedes pensar en autores individuales porque todos contribuyen a este gran edificio de la literatura. También leo muchas obras del latín, del griego de la Antigüedad y hasta los últimos escritores de hoy en día… Por eso creo que un verdadero lector lee no sólo algunos autores individuales sino literaturas enteras… Pero os voy a hablar de un autor que creo que todavía no ha sido traducido al español, es un escritor rumano que vivió entre las dos guerras mundiales y que ha sido descubierto recientemente. Su nombre es Max Blecher… y este era un escritor de origen judío, muy semejante a Kafka, al que mucha gente llama “el Kafka rumano” y que también recuerda mucho a Bruno Schulz… Es un escritor con una vida muy trágica, que murió cuando tenía tan sólo 29 años, tras pasar diez años encerrado en una cáscara de yeso porque tenía tuberculosis ósea. Sus libros poseen por ello una extraordinaria visión del mundo interior y son una experiencia literaria fantástica. Su obra ya ha sido traducida a algunos grandes idiomas y ha supuesto toda una revelación… No sé si ha sido traducido al español pero espero que se haga pronto.
G.A.: En más de una ocasión has señalado que el escritor es un lector que al escribir busca encontrar su lectura perfecta: «Es ese libro que no existe, la rosa ausente en cualquier ramo». Entonces el lector se da cuenta de que ese libro no existe porque no lo ha escrito y lo escribe para leerlo. Siguiendo este hilo, el autor entonces y tras su primer libro escrito, ¿continua escribiendo porque nunca jamás consigue crear esa rosa ausente? ¿Una y otra vez fracasa?
M.C.: Yo soy fundamentalmente un autor de diarios. Escribo diarios desde hace más de cuarenta años y ya he publicado algunos de ellos. Es de estos diarios de los que se desprenden como ramas mis libros, mis novelas…Por lo tanto podría decir que yo escribo un solo libro, un libro continuo, a pesar de que cada libro es distinto a los anteriores, como si fueran provincias del mismo país. Por lo tanto nunca me encuentro en esta búsqueda de una lectura perfecta porque siempre escribo un único libro, mi libro constante.
G.A.: Y ente ellas, entre esas ramas, está Orbitor: 1.400 páginas, 14 años de trabajo, de esfuerzo y de lenguaje, según apuntas. Eso te tiene que dejar la cabeza de un modo que ni imagino. Se dice que pronto lo veremos editado a nuestro idioma, ¿se ha comenzado ya con ese proceso?
M.C.: Mucha gente considera que Orbitor es mi libro más importante aunque lo único que se puede decir con seguridad es que es el más grueso. Tiene 2.000 páginas ya y está escrito durante quince años. Borges en uno de sus prefacios decía que no tiene sentido escribir libros tan largos, que es una locura escribir 500 páginas cuando lo puedes reducir todo a 10. Y esto es cierto en el caso de muchos libros, pero por ejemplo Lolita de Nabokov no lo puedes resumir en 10 páginas. En este caso incluso saltarse dos palabras sería un pecado. Lolita sólo lo puedes resumir en tantas páginas como tiene el libro. Con Orbitor he intentado también eso, hacer un libro en el que no se pueda saltar ninguna línea. Es por ello que los lectores de la trilogía tienen la impresión de una lectura muy intensa. Es la mayor locura que he realizado y yo creo que cualquier escritor en algún momento de su vida debe realizar una locura como esta…Tras este libro no he vuelto a sentir la necesidad de escribir tanto ni tan intensamente. Una vez ya basta. La mejor metáfora para Orbitor sería decir que representa el portaaviones para mis otras obras… Y no siento la necesidad de tener dos portaaviones, con uno me basta. De hecho me daría el mismo placer tener un solo barco.
G.A.: Y en ello se han dado todo tipo de barcos o embarcaciones… relatos, literatura infantil, juvenil, género periodístico, poesía, novela… ¿Te queda algún género por tocar?
M.C.: El teatro.
G.A.: ¿Y por qué?
M.C.: Nunca he escrito teatro y evito lo máximo posible los diálogos. Soy bastante asocial y no comprendo por ello como hablan las personas y por eso no me atrevo a imitar el habla ni en la prosa, menos en el teatro. Así que sé que nunca escribiré teatro, pero esto también es bueno ya que uno no tiene que convertirte en una enciclopedia andante. Siempre hay que dejar algo fuera.
G.A.: Entendemos que entonces tampoco escribirás nunca un guión de cine.
M.C.: Nunca lo he intentado. He aprendido a trabajar con programas que hacen escenarios para películas, guiones… pero tan sólo como hobbie o experimento.
G.A.: Y Mircea Cartarescu ¿ve también cine o sólo lee libros?
M.C.: Me gusta muchísimo el cine de todo tipo de géneros y ahora que tengo un niño de 12 años siempre veo con él películas de fantasía y aventuras. Uno de mis mejores momentos es poder quedarme con él y ver películas juntos, pero obviamente también veo películas de arte. Y aquí tengo también mis dioses: Tarkovski, Fellini… Algunos gigantes.
G.A.: ¿Eres capaz de imaginar alguno de tus libros adaptado a la gran pantalla?
M.C.: He tenido ofertas en este sentido pero que no se han concretado finalmente. Pero igual que los libros tienen su propia suerte lo mismo pasa con las dramatizaciones. Hasta ahora no se ha dado el caso pero ya lo veremos en el futuro. No tengo nada en contra de que cualquiera de mis libros sea llevado a la gran pantalla.
G.A.: Por último, España y Rumania… ¿Diferencias? ¿Similitudes?
M.C.: Bueno, conozco bastante bien esta cuestión… Algunos familiares míos viven desde hace unos cuantos años aquí, en España. Son gente trabajadora y corriente y que agradecen muchísimo a España y que han tenido una gran experiencia viviendo aquí. Es un placer para mí decir que la experiencia de los rumanos aquí en España es muy buena. Nunca se han encontrado con la discriminación, sino todo lo contrario, con un ambiente abierto y muy liberal y gente muy similar a la de Rumania… Nunca ha habido grandes incidentes entre los inmigrantes rumanos y los españoles y esto da una buena calificación para ambos pueblos y para ambos países.
G.A.: ¿Sería posible que en ello tuviera que ver la raíz del idioma? Cuando comenzaron a llegar aquí los primeros rumanos fue un poco una sorpresa descubrir que el rumano proviene del latín ya que mucha gente no lo sabía. Y por ello, da la sensación de que pocos pueblos son capaces de aprender tan rápido Español con soltura como lo es el pueblo de Rumania…
M.C.: Esa podría ser una explicación, pero muy tangencial… No desde luego la más importante porque, por ejemplo, la situación de los rumanos que trabajan en Italia es muy diferente. Allí han sido utilizados políticamente, discriminados por la mayoría de la derecha política. Yo creo que más bien se trata de madurez política y tolerancia. Y la situación os puedo decir francamente que es mucho mejor en España.
Quizás no sea por la raíz del idioma, pero la sensación que nos deja la entrevista es de cercanía, calma y comodidad. Poco a poco se apagan las grabadoras ya que Mircea tiene que prepararse para la presentación de El Levante. Nos despedimos un poco como nos saludamos, con cierta patosidad en los gestos y la mesa de madera de por medio, y lo vemos alejarse. Quién sabe si algún día Mircea será o no Premio Nobel. Tampoco importa porque a día de hoy ya nos queda claro que con la literatura, Cartarescu ha cumplido ya sobradamente.
Por Guillermo Aguirre