cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La obra de un perfeccionista resulta a veces opaca e impenetrable, especialmente, por los numerosos giros y transformaciones experimentadas a lo largo de su vida. Además, claro, de los vaivenes psicológicos y creativos a que autor y obra se ven sometidos cuando es mayúscula, como en este caso, la obsesión por el control y la consiguiente refacción. Algo así debió pensar Enrique Redel, editor de Impedimenta, cuando se acercó al secretario de Stanislaw Lem (1921-2006), Wojciech Zemek, para pedirle los derechos al castellano de su novela «La nube de Magallanes» (originalmente publicada por entregas entre 1953 y 1954) y recibió un “no” por respuesta –Lem no se sentía demasiado satisfecho del resultado final.

Pero, ya lo dice el refrán, “no hay mal que por bien no venga”. Y por eso, junto a la negativa a sus pretensiones iniciales, Redel recibió también la oferta de una recopilación de relatos de ciencia-ficción que, por haberse caído de otras antologías o compilaciones previas debido a motivos de extensión o temática o por ser proyectos inéditos, permanecía todavía sin su traducción directa desde la lengua polaca a la lengua castellana. Un tesoro inesperado editado bajo el título de «Máscara» (Impedimenta, 2013, disponible en FantasyTienda) en cuyo interior se albergan trece relatos de factura heterogénea que, además, recorren cronológicamente una extensa etapa creativa de, nada más y nada menos, cuarenta años (1957-1996).

Tal es su valor que se puede considerar a este libro, sin mucho esfuerzo, como un maravilloso portal introductorio al extraordinariamente vasto mundo de Lem; especialmente indicado para el lector curioso o para aquel todavía dubitativo ante la abrumadora densidad de obras como «El hospital de la transfiguración» (1948), «Edén» (1959), «Solaris» (1961) o «Fiasco» (1986), entre otras.

Una consecuencia, inherente a esta condición de portal, es que en «Máscara» (Impedimenta, 2013) se contienen las principales constantes de Stanislaw Lem a lo largo de toda su producción. En primer lugar, ocupando un lugar predominante en estos relatos, está la reflexión alrededor de la vida: tanto cuando afronta el tema del contacto extraterrestre (“Invasión” o “La invasión de Aldebarán”) como cuando afronta el del reto de la robótica (“El acertijo”) o de la inteligencia artificial (“El amigo”, “El martillo” o “La fórmula de Lymphater”), subyace una reflexión de fondo sobre la humanidad y su futuro.

La vida se expresa a través de la supervivencia y, en Lem, late como en pocos autores un sentimiento puro de amenaza a la vida humana proyectada a partir de fuentes ajenas y de fuentes propias. Porque Lem reconoce en el ser humano no solo una vida frágil, sino también una vida responsable de su propia fragilidad a la hora de afrontar el reto de su supervivencia. Consciente, quizás, de los peligros tras el antropocentrismo.

Tales ideas lo llevan a preferir, para referirse a las amenazas ajenas a la vida humana, los retratos no antropomórficos. Bien optando por IA’s claramente antagónicas respecto a la especie humana (prefiriendo los ordenadores o los satélites a los robots) o bien eligiendo personajes caricaturescos o grotescos (la pérfida máquina con forma de mantis, en “Máscara”) o, si opta por humanizarlos, los distancia a través de la incomunicación (“La rata en el laberinto”). De esta forma, remarca la diferente naturaleza entre la forma de vida humana y las demás formas de vida, haciéndolas no solo esencialmente diferentes sino, a través de la hostilidad o la incomunicación, claramente incompatibles y, en última instancia, declarándolas un peligro fehaciente la una para la otra.

A la hora de desarrollar el contenido de esta diferencia mórfica, de explicarnos porqué esa incomprensión y esa peligrosidad son consecuencias aparentemente ineludibles, es cuando Lem materializa en su literatura el adagio latino “Homo homini lupus” (“El hombre es un lobo para el hombre”). Lo hace desde el punto de vista más escéptico que leer se pueda: negando con rotundidad la capacidad del ser humano para manejar conocimientos y/o fuerzas capaces de ir más allá de sí mismo. Una perspectiva que nos lleva a otro de sus temas recurrentes, también presentes en «Máscara«: los experimentos que o bien salen rematadamente mal (“Moho y oscuridad”, “La verdad”), o tienen consecuencias inesperadas que suponen cambios drásticos o riesgos imprevistos (“El diario”, “Ciento treinta y siete segundos”), o bien se utilizan para pérfidos fines entre los que está la amenaza a la vida de las personas (“La colchoneta”).

Esta capacidad de Lem para crear una filosofía personal densa y, al tiempo, permeable para sus lectores, es lo que ha hecho de él un genio indiscutible. Pero, además, posee un estilo reconocible por su gusto del juego con la perspectiva y con el tono; presente tanto en sus relatos como en sus novelas. En «Máscara» (Impedimenta, 2013) nos muestra cómo, sea cual sea el marco del texto entre los muchos utilizados por Lem en su narrativa (humorísticos, terroríficos, ensayísticos, policiacos, etc.), la perspectiva utilizada por el personaje narrador (ególatras, locos, cínicos, escépticos, despistados…) o su tono (jocoso, científico-analítico…), el mensaje de fondo permanece constante y resulta coherente. De esta forma, su obra posee la virtud de constituir un todo más complejo cuanto más se profundiza en su lectura pero, al mismo tiempo, de mensaje claro y unívoco aunque se lea pieza a pieza.

«Máscara» (Impedimenta, 2013) supone un triple regalo porque, además de poseer trece piezas de altura representativas de la mejor narrativa lemniana, también permiten hacer un recorrido extenso por su evolución creativa para, finalmente, captar con profundidad los matices de su pensamiento personal. Todo ello aderezado con la acostumbrada excelsa calidad editorial de Impedimenta y, también como siempre, con la sólida traducción a cargo, en esta ocasión, de Joanna Orzechowska. Pasen y lean.

Por Francisco Martínez Hidalgo