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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Kingsley Amis, en el trago corto

Editan los cuentos completos de Kingsley Amis, más conocido por estos pagos como progenitor del novelista Martin Amis que por la gloria de las letras británicas que fue en su tiempo. Estos relatos dan algunas claves de su justificada fama

Es fácil confundirse en su literatura como lo era hacerlo con su persona. La anécdota y el desorden a veces pueden desviar la atención, como ocurre al que pretende explicar con nitidez cómo sir Kingsley Amis (Londres, 1922-1995), escritor de gran éxito, fue estalinista en sus años iniciales en Oxford, integró -con Philip Larkin, Allan Sillitoe o Harold Pinter- la generación de los llamados Jóvenes Airados (Angry Young Men), de marcada sensibilidad social hacia los estratos obreros y actitud crítica hacia las clases dominantes, y acabó siendo un completo reaccionario, hasta adorar a la reina y la gélida Margaret Tatcher. ¿Quién sabe lo que había de boutade provocadora en aquel desternillante sueño que le gustaba recordar en público? Lo describía su hijo -Martin, otro enfant terrible de la literatura inglesa- en un documental de la BBC: «Tenía sueños eróticos cada vez que la veía [a la reina Isabel II]. En ellos, ella está sentada sobre mí, la siento y la toco?», relata su hijo que le contó más de una vez. Y, entonces, colocaba su mano sobre el pecho de la reina y lo acariciaba. La mujer, superada, con cierta mojigatería, amonestaba a su invitado, quizá sin demasiada convicción: «No, Kingsley, no debemos hacerlo». ¿Quién sabe hasta qué punto su afición a la bebida animaba esas pesadillas eróticas o su posterior narración? Decía el periodista Enric González en su bello libro Historias de Londres que Amis padre, «como aperitivo, ingería dos copazos de Wild Turkey, el bourbon de más elevada graduación alcohólica».

En todo caso, más allá de las abundantes leyendas, y de su desastrosa y culposa vida familiar, queda su literatura, en la que además dejó bien establecida su fructífera y longeva relación con el alcohol, como muestran los textos reunidos en Sobrebeber (Malpaso), en los que lo mismo glosa y discute una receta -como en un manual de coctelería-, analiza los efectos de la resaca, explica las ventajas de la sangría -«esa antigua pócima española»-, da consejos sobre cómo evitar una enojosa borrachera o elogia la incomparable calidad del vodka ruso, sin abandonar jamás una sana perspectiva humorística.

Además de sus novelas más notables -quizá La suerte de Jim (1954) y Los viejos demonios (1986)-, Kingsley Amis escribió un buen puñado de narraciones breves que ahora trae al castellano el sello Impedimenta en el cuidado volumen Cuentos completos. Él consideraba que los relatos, por su dimensión, eran algo como «trabajar en vacaciones», aunque en su peculiar esencia funcionaban casi como novelas. Aun no siendo un cuentista al uso, sin embargo, y en su evidente irregularidad, deja algunas piezas muy hermosas como Toda la sangre que hay en mí, Querida ilusión o El secreto del señor Barrett. En estos 24 cuentos -publicados entre los años 1955 y 1993- encontrará el lector abundantes muestras de inteligencia, humor, también rastros de amargura, y una firme crítica a las convenciones sociales, a la disciplina del ejército, a la burocracia, a la cobardía del hombre, a la guerra… Pero también hay espacio (¿bizarro?) para el género: así la ciencia ficción, el espionaje, la parodia de lo detectivesco… Amis se sitúa en una línea próxima a la gozosa tradición británica en la que entroncan autores como Evelyn Waugh o Saki.

En fin, dulce trago.

Por Héctor J. Port