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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

El fino arte del engaño – «La mujer zorro y el doctor Shimamura», de Christine Wunnicke – Zenda


La conocida fábula de Esopo —esa en la que la raposa engaña al cuervo para que suelte el apetecible bocado que lleva en el pico— es el mejor ejemplo de que la astucia zorruna forma parte de la cultura popular universal. El imaginario japonés, sin embargo, confiere multitud de significados adicionales a este animal saltarín. El periodista británico Lafcadio Hearn (1850-1904), tipo fascinante nacido en la isla griega de Léucade —de ahí su nombre— y nacionalizado japonés hacia el final de su vida, escribió con profusión sobre los mitos y leyendas orientales. Entre los kitsune o zorros nipones distinguió dos tipos: los servidores de la deidad sintoísta Inari —mensajeros luminosos, símbolo de prosperidad y escultura habitual en los santuarios y caminos—, y los demás. Dentro de estos últimos se situaría el devoragallinas común, pero también burlones yōkai —criaturas demoníacas— especializados en el arte del engaño y la posesión de espíritus débiles… como el del ser humano.

Christine Wunnicke (1966) hace gala de esa misma astucia vulpina en La mujer zorro y el doctor Shimamura (Impedimenta, 2022), caleidoscópica e inteligentísima novela sobre la eterna pugna razón contra superstición, y que —partiendo de personajes y hechos reales— no solo refleja el traumático choque entre la locomotora occidental de finales del XIX y un Japón recién abierto al mundo, sino que también nos insta a internarnos en las profundidades del bosque —y de la psique— para comprobar hasta qué punto podemos confiar en nuestra propia memoria.

«Wunnicke lleva a cabo un extraordinario ejercicio de ficción para despejar las incógnitas en la biografía de un personaje insólito»

Aunque el neurólogo Shunichi Shimamura (1862-1923) desarrolló una notable carrera académica en Japón, allí quizás sea más conocido por haber investigado la epidemia de mujeres presuntamente poseídas por el espíritu del zorro, acaecida en la prefectura de Shimane el verano de 1891. Sobre la base de este hecho histórico, de la vida familiar de Shimamura y de su estancia formativa en Europa —con paradas en Berlín, París y Viena—, Wunnicke lleva a cabo un extraordinario ejercicio de ficción para despejar las incógnitas en la biografía de un personaje insólito. O, más bien, para desbocar la imaginación lectora en torno a las mismas. De este modo, tras su encuentro con la llamada «princesa zorro de Shimane», nuestro confuso doctor conocerá a los popes de la teoría psiquiátrica moderna; desde los franceses Jean-Martin Charcot (1825-1893), Alfred Binet (1857-1911) y Georges Gilles de la Tourette (1857-1904), epónimo del conocido síndrome de Tourette, hasta los austriacos Sigmund Freud (1856-1939) y Josef Breuer (1842-1925), para algunos verdadero fundador del psicoanálisis. En su compañía vivirá una plétora de situaciones rayanas en el surrealismo y que evidencian lo que quien alguna vez se haya interesado por la historia de la ciencia ya habrá intuido: no todos los avances que conocemos se deben a intensas sesiones de trabajo y enclaustramiento. Prueba de ello son las conversaciones de estas respetables figuras científicas con Shimamura —absurdas hasta el punto de resultar gloriosamente cómicas— y los vagabundeos de este por facultades, hospitales y oscuras callejuelas, en un momento en que el estudio de la mente compartía no pocos cauces con el rito, el teatro y la sugestión.

«Tampoco me cabe duda de que el alma del libro son las mujeres. Aquellas que, durante siglos, fueron vistas como místicas, embrujadas, poseídas, endemoniadas»

No importa que Wunnicke sea alemana; el libro muestra lo que suele entenderse como caracteres diferenciales de la mejor literatura nipona: un estilo depurado y conciso, hondas emociones sugeridas en diálogos brillantes, situaciones de humor inesperado y habilidad para conjugar lo material con lo onírico.

Tampoco me cabe duda de que el alma del libro son las mujeres. Aquellas que, durante siglos, fueron vistas como místicas, embrujadas, poseídas, endemoniadas o, sin ulterior consideración, histéricas. Apartadas de la centralidad de su propio relato por un diagnóstico vago y acientífico, relegadas a sujetos pasivos por los eminentes bustos de bigote y lentes redondas que llenaban las orlas de la época. Shimamura ejerce como un magnífico narrador no fiable al relatarnos el origen de sus traumas y su tempestuosa relación con lo femenino; al mismo tiempo, esa egolatría le impide advertir el complejo discurrir de las cuatro mujeres que velan por él —su esposa, su suegra, su madre y su criada— igual que si fuese un infante.

Si todo lo anterior no basta para convencerles de las bondades de este cuidadísimo volumen, quizás lo haga la actualidad: en el momento de escribir esta reseña, leo que la Sesshōseki —roca milenaria ubicada en Nasu, prefectura de Tochigi, y que, según la leyenda, encerraba al espíritu asesino de un zorro de nueve colas cuya liberación solo traería calamidades sin fin— se ha partido en dos de la noche a la mañana. Luego no digan que nadie les avisó.

—Miguel Garrido de Vega, Zenda