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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Escribo de un espacio mítico, no de la España real» – «Malaventura», de Fernando Navarro – El Heraldo de Aragón

¿Le debe Malaventura (Impedmenta) algo a El bandido adolescente, de Ramón J. Sender?

La novela le debe mucho a algunas lecturas del pasado, todo un cóctel, y esa es una de las que me gusta porque Sender me interesa especialmente, igual que me gusta la ‘Crónica equinoccial de Lope de Aguirre’. A mi padre le encantaba La tesis de Nancy.

¿Y esos términos, tan aragoneses como zagalicos?

Nosotros también los usamos. En zonas de Granada se usa mucho (se dice, la tierra del Chavico), Almería, zonas de Alicante y Murcia. En la capital no se dice mucho; yo he pensado más en el habla de lugares del desierto.

No sé si sabe que hay otro hermanamiento a través del oeste. Ustedes rodaban en Almería, aquí se rodaba en Fraga, escenario de espagueti westerns.

Lo tenía ahí. Me lo habían contado mis amigos aragoneses. Al fin y al cabo dos de los grandes desiertos del sur de Europa son los Monegros y Tabernas. Mucha veces viendo donde se ruedan las películas, aparecen Burgos, el sur, Madrid y, por supuesto, Aragón.

¿Había tenido siempre en la cabeza la idea de hacer una novela del oeste?

Sí, siempre. Soy un guionista que quiere pasar inadvertido. Y aquí quería retratar antes que nada el paisaje. Me habría gustado redactar una película del oeste. Es difícil porque las películas son de época, no son rentables y a veces tienes que hacerlas en inglés. Busqué la manera de hacer mi western, y pensé qué mejor que esto: una novela, donde hay mucha más libertad.

¿Siente pasión por el género?

A mí me gusta el western como género literario. Mucho. Me gustan los libros de Valdemar, en la colección Frontera, los libros de Elmore Leonard, etc. Es un género que leo. Y a la vez es un género natural literario para mí.

Su novela es del oeste, pero la ha llenado de todo: es muy andaluza, aflamencada, sangrienta, desesperada y muy gótica...

No había nada deliberado para hacer una mezcla entre el western y el terror. Eso bullía en mi cabeza. Yo escribí una película gótica vallecana como era Verónica (Paco Plaza), he escrito un western andaluz como era Toro (Kike Maíllo) o un western nevado como Bajocero (Lluís Quílez), son las cosas que me atraen. Mis gustos personales son de serie B. Y es natural que acaben entrando los fantasmas y el narrador Lovecraft. Veo el mundo un poco así, como un relato gótico con matanzas y tiros.

EL PERSONAJE

Nacido en Granada en 1980, es un guionista talentoso. Debuta en la novela con Malaventura, una historia telúrica del sur con criaturas complejas y extrañas

¿Tiene la sensación de que en los espacios hay fantasmas?

Sí. Lo tengo claro. Para mí todo el libro es un relato de fantasmas. A mí la impregnación sobrenatural de los espacios y de los objetos me llama. Todas las novelas son de fantasmas.

A veces parece una película de Álex de la Iglesia con ecos de Juan Rulfo.

Creo que Álex ha sido uno de los primeros que, con criterio y con presupuesto, intentó crear una España fantástica. O no fue el primero, porque ahí está Chicho Ibáñez, pero sí creo que ha conseguido una tradición más continuista. Lo de Juan Rulfo es algo que yo no tenía en la cabeza y que al final dices: «Pues tienen razón. He escrito un wéstern de fantasmas, polvoriento, y se acaba pareciendo en cosas a Pedro Páramo o El llano en llamas.

Como en Juan Rulfo, está muy presente la violencia…

De la violencia no puedo escapar. Casi todo lo que escribo, para el cine o la literatura, acaba tocado por la violencia, la crueldad, pero es algo inevitable e igual de fuerte que el amor. La atmósfera creo que en realidad tiene algo de tiempo detenido. Salvo las referencias que hacemos a Franco y a los bandoleros, no se puede decir mucho más de cuándo sucede.

Es clave el bandolerismo…

Sí, sí, aunque ese mundo ya se había abordado en la serie de Curro Jiménez y en la lírica de García Lorca. Lorca, entre otros, convirtió a los forajidos de la Andalucía mítica en hombres de acción, los sacó de lo etnográfico y los convirtió en seres de acción, y yo retomo ese mundo y le doy una vuelta posmoderna.

El libro es todo un ejercicio de estilo literario. ¿Qué buscaba?

Más que la historia en sí misma o el argumento, tengo una gran obsesión por el ritmo. Aprendo de la calle, de los amigos, de los bares y sobre todo de las canciones y de sus personajes, de la emoción, del rap. La música es clave.

¿Qué imagen quería dar de España o de Andalucía?

Ninguna. Este es un libro onírico, alucinado. Retrata un espacio mítico intemporal que igual se proyecta en el pasado que en el futuro, y no querría que nadie pensase que esto es la España real o la Andalucía real. No lo es.

—Antón Castro, El Heraldo de Aragón