La editorial Impedimenta recupera Sinsonte, la emblemática novela de ciencia-ficción de Walter Tevis, en una reveladora traducción a cargo de Jon Bilbao
El éxito de la adaptación televisiva favoreció hace un par de años el regreso a las librerías de la novela Gambito de dama, publicada originalmente en 1983, y de paso renovó el interés por su autor, Walter Tevis (San Francisco, 1928 – Nueva York, 1984), quien a pesar de su popularidad, y seguramente a cuenta de su temprano fallecimiento, nunca llegó a ser objeto del reconocimiento merecido. Tevis debió esta popularidad gracias, principalmente, al cine: dedicó a una de sus creaciones más celebradas, el jugador de billar Eddie Felson, dos novelas, El buscavidas (1959) y El color del dinero (1984), llevadas a la pantalla respectivamente por Robert Rossen y Martin Scorsese mediante dos películas magníficas protagonizadas por Paul Newman. Además, su novela de ciencia-ficción The man who fell to Earth (1963) fue adaptada por Nicolas Roeg en otro inolvidable film, El hombre que vino de las estrellas, con David Bowie en la piel de un extraterrestre en busca de agua para su planeta. Desde sus primeros cuentos, Tevis mostraba una especial facilidad para escribir con la mayor soltura sobre cualquier cuestión que le interesara, ya fuese el billar, el ajedrez o la ciencia-ficción. En lo relativo a la misma, el título más representativo de Walter Tevis es su novela Mockingbird, publicada en 1980 y con la que llegó a ser finalista en los premios Nébula. La obra gozó del favor de los lectores y conoció una temprana edición española como El pájaro burlón, lanzada por Plaza y Janés en 1982. Ahora, sin embargo, que la distopía vuelve a estar en el tablero de juego, bien por una cuestión de mera oportunidad, bien por su revisión crítica, resulta oportuno el regreso a Mockingbird por los matices harto singulares con los que Tevis brinda su particular lectura del fin de la humanidad. La editorial Impedimenta se ha dado por aludida y acaba de recuperar la novela bajo el título Sinsonte bajo la traducción, reveladora en esos mismos matices, de Jon Bilbao, autor que por su parte ha explorado las posibilidades contemporáneas de la ciencia-ficción en títulos como su última novela, Los extraños, publicada también en Impedimenta.
Walter Tevis hizo cristalizar en ‘Sinsonte’ su experiencia como profesor en la Universidad de Ohio al imaginar un mundo cuya humanidad respondiera con fidelidad al modelo proyectado por la plana mayor de sus estudiantes. En la sociedad futura de Tevis no hay nada que hacer más que holgazanear. Las sucesivas generaciones de robots han asumido todas las tareas productivas y los seres humanos no tienen que preocuparse por nada. La literatura y el arte están prohibidos, no tanto con el férreo ánimo totalitarista imaginado por Ray Bradbury en Fahrenheit 451, sino, fundamentalmente, para evitar que nadie venga a aguar la fiesta. El consumo de drogas, por el contrario, sí es norma obligada mientras que únicamente se permiten los encuentros sexuales esporádicos: ninguna pareja puede permanecer junta más de una semana. Dado que no nacen niños, esta humanidad ociosa asiste a su cantada extinción ebria y satisfecha. A partir de aquí, Tevis despliega un aparato narrativo que en varios sentidos resulta convencional respecto a los mismos moldes de la ciencia-ficción, con una pareja de disidentes al uso, según las directrices señaladas por Zamiatin, Orwell, Huxley y el citado Bradbury; al mismo tiempo, sin embargo, Sinsonte abraza hallazgos notables como el robot Spofforth, quien asume el relevo de los rasgos más humanos en el deseo ferviente de quitarse la vida, una opción que sin embargo le ha sido vetada por sus programadores. Es aquí donde Tevis se muestra más cercano a Philip K. Dick; de hecho, más de una vez se ha especulado con la posibilidad de que el ánimo de trascendencia de Spofforth influyera en la definición de los replicantes de Blade Runner, estrenada en 1982: el autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? había abordado en sus androides la cuestión de la identidad, mientras que había reservado la materia trascendental a sus extraterrestres divinos y sus rayos de color rosa. En Sinsonte, sin embargo, Spofforth se presenta como una criatura que ambiciona lo absoluto, casi un dios en comparación con una humanidad desnortada. Tevis sabe mostrarse así convencional a la hora de que su escritura sea reconocida dentro de la ciencia-ficción a la vez que dota a su obra de una extrañeza notoria. Asistimos, tal vez, a una versión de Philip K. Dick exenta de paranoia, donde la lucidez amenaza con hacerse insostenible y que sin embargo se vierte con la mayor placidez, la misma que exhiben los seres humanos en el mundo de Tevis cuando, hartos ya de aburrimiento, se prenden fuego como si pidieran un cigarrillo.
ASISTIMOS, TAL VEZ, A UNA VERSIÓN DE PHILIP K. DICK EXENTA DE PARANOIA
No es difícil rastrear la influencia de Sinsonte en novelas como Hijos de los hombres de P. D. James y hasta en canciones como It’s the end of the world as we know it (and I feel fine) de REM, ni encontrar en la obra de Tevis un puente eficaz entre la ciencia-ficción clásica y la literaria especulativa postmoderna. La verdad con la que se expresan sus personajes llega a ser dolorosa, entre versos de T. S. Eliot y manuales de ginecología: “Sentí una opresión abrumadora al pensar (…) en los estúpidos seres vivos que se desplazaban aturdidos por las calles agonizantes (…) Seres vivos que eran como yo lo había sido en el pasado, indignos de seguir respirando. Una sociedad acechada por la muerte y no lo bastante viva para percatarse de nada”. Aquí estaba, quién lo iba a decir, el siglo XXI.
—Pablo Bujalance, Diario de Sevilla