- Los melancólicos y chapuceros robots de Walter Tevis vienen a desmontar el mito del perpetuo avance tecnológico
Si bien el nombre de Walter Tevis permanece casi secreto para el gran público, su literatura ha sido amplia y exitosamente divulgada por el cine (El buscavidas, El color del dinero) y la televisión (Gambito de dama). Además, firmó docenas de relatos, que aparecieron en las mejores revistas norteamericanas, y también un par de clásicos indiscutibles de la ciencia ficción dura como El hombre que vino de las estrellas y Sinsonte, recién publicada por Impedimenta. Una melancólica advertencia sobre las posibilidades y los límites de la inteligencia artificial.
Claro que el tema es recurrente, puede que ya lo fuera en 1980, el año de su publicación. Desde entonces se ha explotado hasta la saciedad, a menudo con el previsible resultado de mecanismos artificiales (replicantes, superordenadores…) levantándose en armas. La humanidad, ya saben, devorada por su propio juguete. O reproducciones tan avanzadas que acabarían experimentando emociones, desarrollando auto consciencia, soñando, efectivamente, con ovejas eléctricas. El punto de partida de Sinsonte es, también, reconocible: un atolondrado mundo feliz gobernado por androides. Robots que se encargan de todas las tareas, desde la producción de bienes de consumo a la organización social o la administración de justicia. También de la ‘formación’ que los humanos precisan para resultar funcionales. Porque las personas, liberadas de la pesada carga del trabajo, tampoco viven vidas plenas. Más bien languidecen, químicamente adormecidas, y se arrastran sin demasiado entusiasmo (muchos se suicidan, en ceremonias de inmolación colectiva). El producto de este laboratorio de ingeniería social a gran escala es una humanidad al borde de la extinción y perfectamente sometida mediante programas de condicionamiento extremo.
Es en ese contexto en el que tiene lugar una triple excepcionalidad. Bentley, que afortunadamente ya ha sido encarcelado, ha aprendido a leer por sí mismo, lo cual constituye no tanto un milagro como un delito grave. Además, confiesa haber cohabitado durante semanas con Mary Lou, quien presenta síntomas compatibles con un embarazo a pesar de que debe ría haber sido esterilizada. El triángulo lo completa Spofforth, un Nivel 9, la máquina más perfecta y de mayor jerarquía jamás creada, que ha empezado a experimentar punzadas de vértigo existencial.
En la novela de Tevis resuenan ecos de la mejor tradición del género, pero su acercamiento es más antropológico y filosófico que estrictamente científico. Desmiente a Arthur C. Clarke y aquello de que “cualquier tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia” presentándonos unos robots bastante incapaces y chapuceros, más monstruo de Frankenstein que HAL 9000.
—Miguel Artaza, Pérgola