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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Inmensa y oceánica Murdoch – «La máquina del amor sagrado y profano», de Iris Murdoch – ABC Cultural

La máquina del amor sagrado y profano es una de las piezas más desconocidas de Iris Murdoch y de título más sugerente

La máquina del amor sagrado y profano (1974) no suele ser la novela más conocida o reconocidacida de Iris Murdoch (Dublín, 1919-Oxford, 1999); pero, a no dudarlo, cuenta con el mejor título entre todas las suyas porque, por mucho, es el que mejor define lo suyo. Su tema y (pre)ocupación. El asunto al que regresaba una y otra vez hasta conseguir (igual que Saul Bellow, aunque con modales diferentes, orquestar picaresca y sinfónicamente la Emocional Gran Novela de Ideas) que cada una de sus obras acaben siendo eficaces variaciones/engranajes/resortes girando y tensándose alrededor de la idea del Amor con mayúsculas como ingenio movilizador de todas las cosas en vidas siempre escenificadas con gracia y desgracias shakesperianas. «Considerar a una persona como aquello que nunca se agota es, simplemente, la definición del Amor… Y todo artista es un amante infeliz; y los amantes infelices quieren contar sus historias», postuló alguna vez. Así, podría pensarse en Murdoch como autora de una sola obra en la que se funden ficciones y ensayos y que bien podría llamarse El océano, el océano.
Murdoch –comparada con George Eliot, Henry James, Dostoievski, Dickens, Austen, Hardy, Trollope, Tolstoi y Proust– volvió una y otra vez al vaudeville amoroso intelectual. Y en La máquina del amor sagrado y profano reincide en sus motivos: el personaje artista (aquí el escritor de policiales Montague «Monty» Small, creador del detective Milo Fane e inconsolable viudo reciente) de pronto arrancado de su pacífica zona de confort para ser arrojado al campo de batalla de otros. Aquí, los amigables vecinos de Gavender en Buckinghamshire quienes no son lo que parecían. Monty no demora en descubrirse cómo involuntario, pero a la vez, fascinado cómplice de un poco recto y agudo triángulo amoroso. Y, sí, ser o no ser es la cuestión que en verdad esconde a un amor o no amar y, una vez decididos, si se lo practicará apolínea o dionisíacamente. Seguidores de la Gran Dama encontrarán aquí ecos de El castillo de arena, El unicornio y El príncipe negro y que se escucharán con mayor claridad en las sucesivas Henry y Cato y El mar, el mar. Es decir: la locura del arte y la razón de lo falsificado (párrafo aparte merece el por Monty imaginado enfermo/paciente y multisintomático Magnus Bowles como coartada para la infidelidad de su vecino psicoterapeuta) y el permitirse hacer el mal con el corazón y el cerebro. Así, suele ocurrir en Murdochlandia, alguien muere de trama rebosante de giros con la proporción justa y equitativa de malicia y bondad (no tan equitativa y justa, en verdad).
Arquitectura precisa
En más de una ocasión Murdoch manifestó su poco interés por las novelas de arquitectura precisa. Murdoch entendía al género como una criatura de personalidad expansiva y cuyo gran desafío para el novelista era el de «ser como Shakespeare: una entidad inmensa que contenga al mundo entero». En su entrevista con’ The Paris Review’, dijo: «La lectura de grandes libros es algo muy bueno. En cuanto a los míos, me gustaría que la gente disfrutara, y que se sintiera mejor después». Amorosa y oceánicamente, una vez más, deseo concedido a autora y beneficio a gozar por lectores.

—Rodrigo Fresán, ABC Cultural