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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La vida corregible – «Una casa llena de gente», de Mariana Sández – Revista Clarín

Una casa llena de gente es la historia de Leila, una madre que tuvo la suficiente entereza para ver el futuro, las preguntas que se quedarían sin respuesta, cuando sabía que su enfermedad la conduciría a la muerte. Es la historia de una mujer que no fue capaz de expresar lo que sentía hacia los que amaba, como su hija Charo, y tenía el hábito adictivo de la escritura, que sí le permitía decir lo que jamás pudo decir en vida. Por eso, Leila dejó a su hija unos cuadernos donde estaba todo lo importante.
La costumbre de escribir, en cuadernos que guardaba bajo llave, fue la vía de escape de Leila ante una vida sentida como asfixiante. Esa escritura a solas la ayudó a soportar la realidad: “Eran las horas de tu mamá entregada a un ejercicio que la transformaba, el territorio de donde volvía con la expresión de alguien distinto”, dice en uno de estos cuadernos.
La novela de Mariana Sández (Buenos Aires, 1973) es también la historia de los habitantes de un edificio construido en el terreno que antes ocupaba una casona antigua, la historia, entre otros, de la familia Almeida. La protagonista, Charo, recuerda su infancia tras la mudanza a la nueva casa, que ella llamaba châtelet, en el edificio compartido con los vecinos. La novela muestra, como en un caleidoscopio, de forma coral, las vidas de las otras familias que habitaban el edificio y la importancia que las nuevas relaciones tendrían para los Almeida. Era inevitable la convivencia, en esos apartamentos con paredes de papel, pues los defectos de construcción impedían la independencia, y todo, absolutamente todo, se escuchaba, como cuenta la protagonista en escenas hilarantes.

Construida con una arquitectura precisa, y prodigiosa, con un estilo fragmentario y teatral, la novela muestra, a través de los cuadernos de Leila y las declaraciones de Charo y sus hermanos y otros familiares y vecinos, la imagen de esa madre, cuya vida fue salvada una y otra vez por la literatura: “Un día sin escribir para tu mamá era un día menos valioso; sin lectura, una jornada casi nula, arruinada”, nos dice Julián, hermano de Charo. La propia Leila trata de explicar esta necesidad de escribir como la única forma de explicarse a sí misma. Escribir es una forma de darse una y otra vez una nueva oportunidad, una manera de parar el tiempo y borrar lo que no pudo ser, al igual que las teclas borran las sílabas mal ordenadas. De esta forma, dice Leila, “no ocurre el fracaso hasta que saliste de la página”. Esta es una bella forma de definir el efecto benéfico y salvador de la literatura.
Las cosas que nos ocurren y nuestras decisiones son siempre en cierto sentido fatales, pues no se puede deshacer lo hecho, no se puede volver atrás. Eso sólo es posible en la literatura, en la escritura: “Escribir es corregir. Es corregirse. La vida perfecta es la vida corregible”, dice Leila. Sin embargo, la literatura también puede llegar a apartarnos de la realidad. Su función de isla donde todo es posible atrapó a Leila y la impidió estar en momentos decisivos, dramáticos. Por eso, se disculpa, trata de explicar a su hija que en cierto sentido no podía soportar la realidad, el mundo tal y como es, pues para ella “la única casa llena de gente que vale la pena es la literatura”.
Comprender a nuestros padres es importante para seguir viviendo, para vivir el presente y el futuro. Por eso redactó esos cuadernos, por eso guardó y archivó meticulosamente las fotos familiares: “Necesito preservar el pasado para el futuro”, escribió mientras estaba enferma. Sabía que esas fotos y esos recuerdos eran el patrimonio existencial de la familia Almeida, algo de valor incalculable.
Leila siente, como tantos escritores, que escribir ayudará a que no todo se borre, a que ella misma no se borre tras su desaparición, porque “escribir es permanecer”. Es parte de un sueño en el que volvemos a empezar una y otra vez, dándonos esa oportunidad que no da la vida. Gracias a la escritura, tenemos la posibilidad de corregirnos. Es, por tanto, merodear lo imposible.

Una casa llena de gente es una novela coral, como ya he dicho, planteada como una obra de teatro por la hija, que en su vida adulta se ha convertido en dramaturga. La obra se estructura a través de las declaraciones de los distintos personajes, entrevistados por la protagonista, Charo. Así, se reconstruye la memoria de la infancia, recreando el pasado a base de memorias fragmentarias.
Leila contribuye con los cuadernos, esa herencia que deja a su hija, a explicar aspectos de su personalidad y hechos que jamás se vio con fuerza para explicar en vida. De esta forma, consigue que reine la claridad, para que su hija pueda comprender y perdonar a la madre, sin juzgarla.
A modo de muñecas rusas, la lectura de esta obra nos conduce a descubrir nuevos laberintos, a armar un rompecabezas que nos deleita, sorprende y conmueve. Ficción dentro de la ficción, la obra permite, además, lo imposible. Leila puede ver convertido en realidad su sueño de convertirse en escritora que publica, algo que no logró ver en vida. Son sus cuadernos el origen de esta obra de teatro que es a la vez novela. Muñecas dentro de muñecas. El pozo inagotable de bendición de la literatura.

—Isabel Marina, Revista Clarín