La editorial Impedimenta recupera y traduce Mockingbird (1980), el clásico de ciencia ficción de Walter Tevis editado en castellano como Sinsonte.
Autor de clásicos incontestables de la literatura universal como El Buscavidas (1959) y de obras, recientemente, adaptadas a la televisión, como Gambito de dama, por lo que verdaderamente se conoce a Walter Tevis es por sus incursiones en la ciencia ficción. Suya es una novela inmortal como El hombre que cayó en la tierra (The Man Who Fell To Earth, 1963); en palabras del propio Tevis, una «velada autobiografía» de su niñez. Sin duda, una curiosa interpretación de esta oda a la melancolía, representada en T. J. Newton, el extraterrestre más lacónico que yo recuerdo, y al que resulta imposible disociarlo de la imagen del Bowie berlinés, que le dio vida en la brillante adaptación cinematográfica que Nicolas Roeg hizo de esta novela en 1976.
Sin embargo, la verdadera cumbre de Tevis llegó en 1980, con Sinsonte, pieza capital en la instauración de la distopía futurista como metáfora de sus tiempos. Con este trabajo, Tevis no se hizo con un nombre tan icónico como el de Philip K. Dick, por ejemplo, aunque hay que decir que ninguna novela de este último alcanza la clarividencia y composición de estilo aquí destilados.
Portador de una capacidad única para la descripción de un lugar de trazos moebiusianos y de seres robóticos que ansían perder la inmortalidad, Tevis nos regala la gran Biblia androide, una obra mayúscula que no desentonaría como grotesca distopía posapocalípta de los temores que asolaban en la era del pánico nuclear a la misma estupidez humana. En este sentido, la mirada de Tevis conecta más con la ironía desencantada de Roland Topor que con las, generalmente, sobadas reflexiones del anteriormente mencionado Philip K. Dick. Tan inhabitual postura deviene en un clásico que se sirve de la ciencia ficción para ampliar, en proyección escalonada, sus filias existenciales y lo hace por medio de un guion centrado en tres figuras centrales, las cuales dotan del gen shakesperiano a tan memorable muras de tramas y subtramas de una originalidad armada en torno a momentos que conectan tanto con Farenheit 451 como con el alma androide pregonada por Osamu Tezuka en sus comics futuristas de finales de los años sesenta, como Fenix.
Ni que decir tiene que estamos ante una obra de una magnitud tal que los momentos más icónicos de Stanislaw Lem. Y eso es mucho decir. Pero mucho.
—Marcos Gendre, El enano rabioso