El escritor escocés compone en ‘Caso clínico’ una apasionante intriga ambientada en el Londres de los 60 en la que habla de la identidad desde el punto de vista de una mujer reprimida atendida por un controvertido psiquiatra.
Graeme Macrae Burnet alcanzó el reconocimiento gracias a su segunda novela, Un plan sangriento, finalista del Man Booker Prize, en la que se adentraba en una intriga que remitía a sus orígenes escoceses en forma de true crime. Ahora se traslada al ambiente contracultural del Londres de los 60 en Caso clínico (Impedimenta), un apasionante thriller psicológico que utiliza las terapias psiquiátricas como eje para hablar de dos personajes fascinantes: el doctor Braithwaite y su paciente, una joven que adquiere una identidad falsa para investigar el suicidio de su hermana. Una novela como un rompecabezas que habla de la identidad desde un punto de vista hichcockiano.
— Me gustaría que me hablara del germen de la novela. ¿Le interesaba la psiquiatría?
— Desde joven, sí. Me gustaba leer casos de estudio al respecto de Freud y empecé a verlos como pequeñas novelas narradas por el terapeuta y, a menudo, dudaba, porque no se podía saber si lo que se contaba era verdad o mentira. Sentí curiosidad por esos encuentros, siempre descritos desde el otro lado de la sala. ¿Y si fuera el propio paciente quién los describiera? Así que quise escribir algo desde ese punto de vista, poniendo en duda precisamente a la otra parte. — ¿Cómo fue el proceso de documentación? Porque la novela está plagada de citas — Leí muchos casos de terapias y encontré material muy interesante alrededor del que construir la historia. Yo no soy ningún experto en el terreno, pero me interesan las teorías del comportamiento humano porque a través de ellas, aprendo sobre mí mismo. Muchas de esas lecturas aparecen en la novela, como las de R.D. Laing y su estudio El yo dividido, que me ayudó a sentar las bases de la historia. Por supuesto, también regresé a Freud y a uno de sus casos en particular, el de Dora, una chica de 18 años de Viena, que era muy extraño, porque el propio Freud inventó parte de su historia para adaptarla a sus propias teorías del psicoanálisis, creándose un espacio de lo más ambiguo en torno a la autenticidad del estudio.
— ¿Cómo configuró el personaje de Colin Braithwaite?
— El propio R.D. Laing, que era parte del movimiento de la antipsiquiatría, era muy carismático, un pensador radical que influyó mucho en la contracultura. Y yo quería que Braithwaite fuera todavía más carismático y radical, que sus ideas fueran todavía más extremas, por eso lo vinculé con los angry young men, procedentes de la clase trabajadora del norte de Inglaterra y que revolucionaron la literatura y el teatro de la época. Él es una especie de outsider, tiene algo de monstruo, sí, pero también es una víctima de sí mismo.
— Me preguntaba si a través de la protagonista quería representar la represión de las mujeres tras la postguerra.
— Intento que mis personajes no se conviertan en una parábola o en un símbolo de nada. Pero sí, es cierto que hay algo de eso. El swinging London estuvo acotado a un número muy pequeño de personas, a una élite cultural. Fuera de ese entorno seguía existiendo represión para las mujeres, para los homosexuales. Ella viene de toda esa herencia y existe un conflicto muy grande entre sus deseos sexuales y su miedo a los hombres, algo que choca de lleno con ese ambiente en el que se mueve.
— Hábleme de la estructura, porque remite inevitablemente a Un plan sangriento: usted encuentra unos documentos que le conducen a investigar esa historia
— Me gusta que el lector cree sus propias opiniones a partir del relato. Y esta estructura me permite que no haya una versión definitiva de la verdad. Cada uno puede interpretarla a su manera. Puede que esos documentos sean realidad o ficción, puede que la protagonista se lo invente todo o no. Es algo que está ahí desde Cervantes o Daniel Defoe y es muy común en la literatura del XIX, en Robert Louis Stevenson.
— Hay un concepto que resuena en la novela que se puede trasponer a la actualidad, el de la identidad en la era de las redes sociales en las que podemos ofrecer muchas caras de nosotros mismos. ¿Cree que este paralelismo es intencionado?
— Sí, de hecho, es la verdadera clave del libro. Todo eso ya estaba en las teorías de Laing, que decía que cada persona podía adoptar diferentes personalidades dependiendo de las circunstancias. Cada uno tiene muchas caras, eso es normal. Pero lo extraño es inventarse una identidad por completo, como le ocurre a la protagonista, porque no se atreve a hacer las cosas que le gustaría en la vida real. Y eso también ocurre en las redes sociales, puede ser liberador o peligroso.
— ¿Tuvo algún tipo de referencias procedentes de la cultura popular? Resulta inevitable, en este caso, hablar de Alfred Hitchcock
— Sí, es una novela muy hitchcockiana (risas). Sobre todo, bebe de Vértigo, pero, también de Rebeca, de la película y de la novela de Daphne du Maurier que me encanta, y hay varias referencias a ella en Caso clínico. Y de Blow Up, de Antonioni, que es la quintaesencia del swinging London. También leí muchas revistas femeninas de la época y recuperé El amante de Lady Chatterley, la mayor parte del lenguaje del alter ego de la protagonista procede de ahí.
—Beatriz Martínez, 22 de mayo de 2022