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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Eduardo Berti busca las huellas de un padre judío – Babelia

Algo parecido a un mareo. La sensación que acompañaba la lectura de Un padre extranjero mezclaba el desconcierto con la expectativa por saber cómo acabaría esa confluencia de historias. No era un mareo cualquiera. Más bien sentirse en la extrañez, avanzar por caminos narrativos y no saber dónde te llevaba el texto. El libro de 2016 de Eduardo Berti era un artefacto extraño. Una novela donde se bifurcaba ficción y biografía. Estaba el hombre del título: el padre del autor. Un expatriado de origen rumano que huye de la Europa de entreguerras para llegar a Argentina y que, en ese tránsito, cambia la edad e incluso cambia de nombre en los papeles, como si ese cambio administrativo pudiese borrar la identidad como condición necesaria para volver a empezar. Lo sabe él y estará décadas sin que aparentemente lo sepa nadie más. A la vez estaba la historia extraña de Joseph Conrad en su casa inglesa de Pent Farm cruzada con la investigación de Berti para escribir un libro sobre el novelista que también mutó. Y, en fin, entre todos esos hilos, fragmentos transcritos de una narración que escribió el padre del autor, en parte rememorando el imaginario de partida que no quiso legar a su hijo.

“El cambio de apellido fue una especie de cirugía estética, una forma de borrar una porción del pasado”. Berti indagaba para reconstruir esa amputación, a la búsqueda de sus raíces segadas. Incluso, al final, contaba con la inesperada complicidad de la Embajada rumana en Madrid, donde le entregaron fotocopias de documentos centenarios de su familia: actas de nacimiento, notas de la escuela, escritos en el rumano que su padre apenas hablaba. Luego, tras la publicación, lo que ocurre cuando una investigación se funde a tu vida. Más papeles: el legajo que en 1952 su padre presentó para obtener la nacionalidad argentina. Eso lo cuenta ya en Un hijo extranjero. Descubre el nombre del barco con el que su padre cruzó el Atlántico o el día que puso el pie en tierra, reconfirma apellidos de los abuelos y da con un dato que, como una biodramina, podría paliar ese mareo de saberse un desarraigado: “La dirección exacta de la casa de Galati donde mi padre nació”. El nuevo libro, sobre una ciudad del este de Rumania y su relación con el pasado, es un nuevo paso más en la indagación sobre la identidad —viajar para descubrirse— y la imposibilidad de conocerla porque era inestable: el padre también fue un judío errante.

¿Cómo salvar tantas grietas entre pasado y presente? Como otros autores que exploran espacios ambiguos de la memoria, con recursos anfibios. Por ejemplo, aquí, la presencia de los dietarios de Mihail Sebastian, bajo continuo que permita reforzar esa sensación de desaparición de un mundo que el autor irá descubriendo. Pero sobre todo las fotografías. Como el fundador Sebald o como recientemente Marta Marín-Dòmine en el soberbio libro sobre el padre que es Huir fue lo más bello que tuvimos. En realidad, este volumen de Berti podría leerse como el texto creativo que acompañase un catálogo fotográfico que mostrase la incrustación del silencio sobre el pasado judío en la piel de Galati. En su mirada no hay personas, como prácticamente no quedan sinagogas, solo lugares. Escaleras, fachadas, indicaciones callejeras. Alguna postal antigua, los cajones de un fichero y algún documento. Solo rastros que permiten intuir más que constatar. Por eso la mejor escena es en la que el autor siente la emoción al abrir la puerta que da acceso a la casa donde nació su padre. Al cabo de pocos minutos lo sabrá: hubo un cambio de numeración, no era allí, la búsqueda no se acaba, el mareo continúa.

—Jordi Amat, 11 de junio de 2022