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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

‘Una casa llena de gente’, una historia edificante de Mariana Sández – Valencia Plaza

Entrevista a Mariana Sández

Una comunidad de vecinos es un universo inquietante, sobre todo cuando se comparte un mismo edificio. Esa gente al otro lado de la pared viviendo sus vidas al mismo tiempo que nosotros nos hace formar parte de una obra de teatro, habitar un terrario. Sus sonidos se transfieren a nuestras vidas y los nuestros a las suyas: la intimidad se convierte en una realidad relativa y al final, lo queramos o no, compartimos mucho. En ocasiones, demasiado. La argentina Mariana Sández ha construido una novela comunitaria, Una casa llena de gente, que publica Impedimenta. En ella se entreveran las familias, los familiares, las perspectivas y las voces. Le hemos preguntado al respecto, y lo que sigue es lo que nos ha contado.

-¿Por qué la figura del edificio? ¿Por qué su protagonismo a diferentes niveles en esta historia?

-Mariana Sández: El libro está organizado en las partes que sigue la construcción de un edificio o de una casa (cimientos, andamiajes, exteriores, interiores, etc.) por un lado porque es un ciclo vital, con principio y fin. Por otro, porque si bien al comienzo los vecinos de esta comunidad solo se conocen por lo que infieren unos de otros a partir de ruidos, portazos, taconeos, discusiones oídas a través de paredes y ventanas, a medida que avanza la historia nos vamos metiendo más en el mundo interior de los personajes y se descubren en profundidad. También mantiene un paralelismo con el recorrido que hace una persona cuando se va formando desde las bases de la infancia y cómo en función de todo se va conformando esa personalidad: en qué ámbito crecemos, cómo es y cómo nos tratan las personas cercanas. Lo mismo ocurre con las decisiones que toman un arquitecto, un director de obra, los albañiles, todo contribuye al resultado final.

¿Quién o qué habita en mayor medida este edificio que es tu novela?

-Con los Almeida, una familia ensamblada, convive una pequeña comunidad de vecinos que comparten un mismo jardín y se ven obligados a trabar relaciones: una pareja con una hija única, un matrimonio sin hijos donde la mujer tiene comportamientos muy extraños, un hombre solo con sus perros. Se volverán, de pronto, mucho más que simples vecinos, para bien y para mal. A los choques generacionales entre Leila Almeida, su madre y su hija, se sumará la intensidad que muchas veces supone una amistad entre mujeres. En ese minúsculo ámbito hay un muestrario de tipos de matrimonios, de maternidades y paternidades, así como formas de asumir la vocación y lo doméstico.

¿Dónde se hunden y afianzan los cimientos de esta historia?

-En este pequeño edificio caben muchas historias, tantas como puntos de vista. Todos percibimos las cosas de distinta manera y además esa percepción se modifica y se contradice dentro de uno mismo todo el tiempo. No hay nada estático ni uniforme en la percepción de la realidad y por tanto, tampoco en la vida humana. A partir de esa idea, se ponen en juego las relaciones familiares y en este caso también entre vecinos, entre amigas adultas y amigas niñas. Todos van a recrear lo que pasó durante esos años de diversa manera. Y creo que los cimientos más hondos de la historia están en el amor: el amor de pareja, el amor entre madres y padres e hijos, el amor de la amistad, pero poniendo el acento en que todos hacemos lo que podemos, con unas u otras limitaciones.

-Siempre me ha gustado el nombre del oficio del diseño de interiores. Creo es un nombre que también podría definir a quienes se dedican a la escritura. ¿Cómo diseñas los interiores de tu historia y de sus protagonistas? ¿Fueron antes ellos, o el edificio?

Fueron antes ellos. Más bien, ellas. Porque si bien es un libro que tiene hombres y que gusta mucho a los lectores masculinos, en el centro –con nombre de tsunami– están sobre todo las mujeres. Decidí concentrarme en dos mujeres en sus cuarenta, con una sola hija cada una, como opuestos que se necesitan y a la vez se rechazan, pero quieren conocerse para decidir en cuál de esos extremos ubicarse. Amistad o rivalidad, más bien, amistad teñida de rivalidad. También tenía la imagen de una niña de entre ocho y diez años que se representaba la vida de sus vecinos a partir de los ruidos, sobre todo de una pareja que discute mucho y con violencia. Me interesaba saber cómo podría sentirse la niña en un escenario así. Fui uniendo unas cosas con otras y ya sabes, se arma la historia sin que nos demos cuenta.

-En la presentación de tu libro en València mencionaste algo maravilloso: el concepto de la escritera, diferente a la escritora. La escritera sería una suerte de Bartleby, aunque por incapacidad. También, de la misma joven autora explicaste el concepto librólogo.

-Las palabras “escritera” y “librólogo” son errores gramaticales de mi hija cuando tenía unos cuatro años y la gente le preguntaba a qué se dedicaban sus padres (mi pareja es editor, y yo soy cualquier cosa que se relacione con libros). En la novela hay una protagonista que desea ser escritora pero su inseguridad se lo impide y es una mujer que además deforma el lenguaje, juega con él, inventa palabras; me resultó útil recordar aquella idea de “escritera”. Como alguien que en la práctica es escritora pero por falta de autoestima no logra publicar, no se anima a ser lo que ya es, alguien que por la modificación de una letra no alcanza su objetivo. Es muy Bartleby, pero sobre todo los que retrata Vila-Matas en su Bartleby y compañía.

-Se habló también de otra cosa, de que escribir es corregirse. Además de corregirse a uno mismo, ¿se puede también corregir?

-Leila, la protagonista, ha crecido bajo el karma de una madre que todo lo ve a través del “hubiera”: cualquier camino que tomes, podría haber sido quizás mejor en otra dirección. Un nivel de exigencia y perfeccionismo descomunales. Por eso es tan insegura y por eso en el terreno de la literatura siente ese alivio del poder corregir: lo que en la escritura produce potencia, porque nos permite modificar los hechos y las decisiones en todos los planos, en la vida real es impotencia, ya que no se puede cambiar lo que es o cómo ocurrió. Y en ese sentido, le resulta muy necesario refugiarse del lado de la ficción.

-Un piso, un adosado, un chalet, un bungalow, un apartamento frente al mar… ¿Qué forma tiene para ti la casa llena de gente que es la literatura?

-Tiene forma de libro (jaja). Realmente veo eso: una casa llena de libros o un libro lleno hasta el infinito de personajes, lectores, escritores, y las innumerabilísimas relaciones entre todos ellos. El paraíso, vamos.

—Eduardo Almiñana, 20 de junio de 2022