Muchas han sido las adaptaciones de la obra más conocida de Gastón Leroux. Muchas adaptaciones que, en los últimos años, han hecho que pudiéramos disfrutar –con más o menos acierto– de musicales, obras de teatro y películas que han servido para ampliar el imaginario de El fantasma de la ópera y de todo el universo dramático que lo rodea. Una de esas adaptaciones es la que aparece hoy reseñada en el blog que, aunque apareciera en abril de 2014, es una de las que mejor recuerdo me dejó en su momento como ya comenté en alguna otra reseña. Por ello, tratándose de la semana del cómic y más concretamente, de la Editorial Impedimenta, no podía faltar esta nueva visión de una historia tan clásica como imprescindible en un género como el del terror, un terror en cualquier caso clásico y alejado de los nuevos ingredientes que aparecen en obras literarias, films, y demás concepciones artísticas –aunque de un tiempo a esta parte todo lo relacionado con lo gótico esté en auge-. No hay que olvidar que esta obra fue publicada a principios del siglo XX y la visión que se tenía de dichas historias dista mucho de lo que hoy consideraríamos, tal vez, una historia de terror al uso. Pero como ya viene siendo habitual en aquello que ha venido a llamarse «clásico», consigue traspasar una barrera del tiempo y llegar a nuestros días con toda la fuerza necesaria para que, en este caso en forma de novela gráfica, descubramos una nueva forma de disfrutar de esta historia de amor y terror.
Así como en la novela gráfica Huck Finn el color intenso es lo que predominaba en la estructura de la obra, en esta ocasión nos veremos inmersos en los juegos de sombras y luces, en los claroscuros, en la oscuridad que desprenden los entresijos de una ópera, donde se guardan crímenes, accidentes, y amores condenados desde el principio. Si algo tiene de característica esta historia es la de un amor trágico, la de un amor sobrenatural que alcanza a una joven y la mantiene hipnotizada hasta las últimas consecuencias. El fantasma de la ópera que aquí nos ocupa es una de esas lecturas que sirven para acercarnos a la obra original, que mantiene las características principales a través de la visión de Christophe Gaultier y que nos permitirá descubrir qué es lo que se nos ha propuesto desde siempre, pero con una fuerza inusual en algunas de sus páginas –no hay más que ver su portada, esa figura envuelta en un rojo, casi como un traje de sangre, mientras su sombra se alarga por la pared– e incluso con el dulce gusto de provocarnos un leve escalofrío en el cuerpo. Sí, ya lo dije antes, el concepto del miedo no es el mismo que en la actualidad, y es muy probable que a muchos de los que lean esta obra no les parezca que sea uno de los ingredientes principales, pero en realidad lo es, y lo es porque desde tiempos inmemoriales, la oscuridad y lo que se esconde en ella ha sido uno de los terrores más universales que existen.
El terror, el magistral deseo de los lectores por sentir miedo, ese temblor que hace que el vello se erice, esa sensación de descontrol, todo eso es lo que nos puede provocar, con mayor o menor intensidad, El fantasma de la ópera que aquí nos ocupa. Pero habrá que hacer una advertencia a todos aquellos que se acerquen a esta historia por algunas películas que han profanado de la manera más vil esta historia: nada se asemejará a lo que haya aparecido en grandes o pequeñas pantallas. Porque lo que esta novela gráfica contiene es un descenso al miedo que se esconde entre bambalinas, es una historia de amor gótico, es el destino de un hombre y de su obsesión, es la salvación o la muerte de una mujer que tendrá que decidir entre dos destinos, cada cual más tenebroso. Es, como algunas de las mejores óperas que se han fraguado en los escenarios, una obra que te dejará en silencio.
Por Sergio Sancor