Eduardo Berti retoma la aproximación a la figura de su padre para reflexionar sobre memoria e identidad
Es inevitable comenzar la lectura de Un hijo extranjero con ese entusiasmo que solo aparece cuando uno se reencuentra con un autor al que se ha leído siempre con sumo interés. Resulta imposible acercarse a lo nuevo de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) sin acordarse de Todos los Funes, El país imaginado o El padre extranjero. Y es justo esta imposibilidad la que hace que al terminar Un hijo extranjero la satisfacción lectora no sea la esperada. Porque este breve texto autobiográfico no es lo mejor de Berti, si bien sus lectores reconocerán en él los temas que han marcado su narrativa: la identidad, la memoria, el sentimiento de extranjería, la relación padre-hijo o el descubrimiento de lo inesperado.
Un hijo extranjero puede considerarse una apostilla de Un padre extranjero. En ambos textos, el sustrato autobiográfico es evidente, pero mientras en este último lo biográfico se diluía en la ficción y en ese juego de espejos entre un padre y un hijo que se siguen los pasos desde la distancia geográfica y temporal, aquí Berti opta por una escritura fragmentaria a medio camino entre el diario, el relato de viaje y la indagación periodística.
Lo que nos narra Berti es un viaje hacia un pasado que no es como él creía. El hallazgo de un legajo de documentos en los que se detalla el nombre y apellido de ese judío errante que fue su padre o la dirección de la casa en la que vivió en la ciudad rumana de Galati son el punto de partida de este viaje de regreso a un país imaginado en el que se reencontrará con un padre cuya existencia también le resulta desconocida. No se reconoce en ese hombre que huyó de una Rumania desaparecida –primero con la guerra y, a continuación, con la dictadura de Ceaucescu– y recaló en Argentina, donde se cambió de nombre y comenzó una nueva vida.
Un hijo extranjero reflexiona sobre la insalvable ruptura entre el pasado y el presente y sobre la necesidad de reconstruir esas fisuras, aunque sea a través de la imaginación, o a través de fotos que evocan aún más si cabe los vacíos que nunca podrán ser llenados. «No vine a llevarme nada, más allá de unos míseros recuerdos que no sé si son míos o ajenos», apunta hacia el final. No estamos frente al mejor Eduardo Berti, pero, incluso, lo menos destacable de este escritor argentino resulta de interés.
—Anna María Iglesia, 10 de julio de 2022