Yo creo que no ha sido por casualidad que la Editorial Impedimenta publique en el 30 aniversario de la muerte de Marian Engel, su mejor novela: Oso, que consiguió el Governor General’s Literary Award for Fiction en 1976, y está considerada una gloria nacional en Canadá.
La verdad es que cuando terminé de leer esta novela había en mí una sensación extraña. Me ha gustado mucho, pero no se donde encuadrarla, es un canto a la naturaleza tanto del paisaje como la humana; pero por otro lado tiene un matiz tremendamente erótico, por lo que nos encontramos una novela sólidamente literaria y al mismo tiempo profundamente erótica.
Oso nos narra un retorno a la naturaleza. A la naturaleza con mayúsculas: grandes bosques, grandes ríos, grandes praderas, islas casi mágicas donde la hasta entonces urbanita, encuentra la paz y el sosiego que la ayudará a encontrarse a si misma.
La novela se centra en Lou, una joven introvertida de 27 años que trabaja como bibliotecaria en el Instituto Histórico de Toronto, en el sótano, cerca de la caldera y protegida por un mural de libros. El director se acercó a ella: «—Será mejor que hagas las maletas, Lou, y te encargues del asunto. El cambio te hará bien— dijo el director». Era la oportunidad de escapar de una vida triste y frustrante en Toronto.
La razón de este cambio está en que unos años antes había recibido el Instituto Histórico una carta de un bufete de abogados de Ottawa. En ella les comunicaban que un tal «Coronel Jocelyn Cary» entre otras muchas cosas, incluida la isla, una gran biblioteca con documentación relevante sobre los primeros asentamientos en la zona.
Casi toda la historia tiene lugar en o alrededor de un viejo edificio octogonal, en una pequeña isla en un lago remoto. La ubicación, la isla de Cary, es ficticia. La casa y la finca, anteriormente perteneciente a la familia de Cary, cuyo patriarca luchó en las guerras napoleónicas, se llama Pennarth (en galés «Cabeza del oso»). Su trazado octogonal fue inspirado por los escritos de Orson Squire Fowler, un escritor y arquitecto estadounidense.
La casa, ordenada y limpia, alberga una amplia biblioteca de libros del siglo XIX. Fuera tiene varias dependencias, incluyendo un cobertizo que alberga un gran oso dócil y viejo. Cuando se da cuenta de que este es el único que puede proporcionarle algo de compañía, surgirá entre ellos una extraña relación. Su relación con el oso se vuelve sexual, así como espiritual. Una relación íntima, inquietante y nada ambigua. Gradualmente, Lou se va convenciendo de que el oso es el compañero perfecto, que colma todas sus expectativas. En todos los sentidos. Será entonces cuando emprenda un camino de autodescubrimiento.
El oso lamía. Buscaba. Lou podría haber sido una pulga a la que él estaba persiguiendo. Le lamió los pezones hasta que se le pusieron duros y le relamió el ombligo. Ella lo guio con suaves jadeos hacia abajo.
Movió las caderas: se lo puso fácil.
—Oso, oso— susurró, acariciándole las orejas. La lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le enjugó las lágrimas.
Cuando su trabajo está a punto de terminar, el oso le araña profundamente en la espalda con su zarpa. Su vínculo con el oso se altera, y Lou abandona la isla con un sentido de renovación. No me extraña que la The Canadian Encyclopedia señale que el libro ha sido llamado «la novela más polémica que se ha escrito en Canadá».
La traducción de Magdalena Palmer me ha parecido perfecta.
Por Guillermo Lorén González