Posiblemente no haya campo de estudio más concomitante con la ficción que el del psicoanálisis. Un paciente sintetiza y configura su existencia en torno a unos pocos elementos –traumas, filias, fobias, neurosis…– y un terapeuta los interpreta con la intención de encajarlos en su corpus teórico. un escritor de su propia vida, ergo, un fantaseador, enfrentado a uno de los infinitos lectores posibles de la misma. No en vano se ha repetido hasta la saciedad que en las historias clínicas de Freud cabía poner el acento en el sustantivo más que en el adjetivo, antes relatos que registros.
El familiarizado con la corta pero memorable producción novelística de Graeme Macrae Burnet (Kilmarnock, Escocia, 1967) quizá concluya que era solo cuestión de tiempo que su mente juguetona abordara la disciplina. En definitiva, tanto La desaparición de Adèle Bedau como Un plan sangriento tenían mucho de rompecabezas o de gincana a la caza de una verdad esquiva o directamente imposible, de ejercicios narrativos tendentes a diluir las fronteras entre realidad y ficción, choque de fuentes de información interesadas, constatación de que una persona o un hecho llevan encapsuladas tantas versiones como miradas atraigan.
A imagen de Un plan sangriento, el autor recurre a la fórmula del manuscrito encontrado pero aquí tiene lugar más de un tirabuzón (imponiéndose aún más en no bucear por internet para despejar dudas, comportémonos como si estuviéramos en los años 60 en los que transcurre la acción): un desconocido se pone en contacto con el autor para entregarle los cuadernos de una mujer anónima que comenzó a visitarla consulta de un controvertido psiquiatra, A. Collins Braithwaite, tras sospechar que en uno de los casos descritos en su libro Antiterapia (reproducido también en la novela) retrataba a su hermana,que se suicidó muy joven.
Caso clínico se refracta, por un lado, en la reproducción de esos cuadernos en los que la protagonista relata su atribulada vida y las sesiones de pretendido desenmascaramiento de la responsabilidad del médico en la trágica decisión de su hermana, marcadas por una danza de fingimiento y manipulación, y por el otro, en la reconstrucción en tercera persona de la trayectoria vital y profesional de Braithwaite, ególatra insufrible y enfant terrible de su especialidad.
El campo de fuerzas y el laberinto de espejos que despliega el autor es prodigioso. Braithwaite, desinhibida fuerza
telúrica, sostiene que sofocar las múltiples personalidades que contenemos, la necesidad social de aparentar una única my sólida identidad (“¿y si el doble fuera más auténtico que el presunto original?”, llega a preguntarse), está en la base de todos nuestros problemas mentales. Y Caso clínico es precisamente eso, revelarnos la personalidad escindida de una mujer –una composición inolvidable– atrapada en una maraña de autoengaños y paranoia, una bomba de represión sexual y carencias de infancia. Pero es hacerlo a través de sus propias palabras y no del trabajo psiquiátrico. la literatura, parece filtrar Macrae Burnet, aporta ficciones más hondas y valiosas en esa arrogante presunción humana que es explicarse a uno mismo.
—Antonio Lozano, Cultura La Vanguardia, 24 de julio de 2022