En una civilización donde la imagen gana terreno a la palabra escrita, el escritor rumano Mircea Cărtărescu apuesta por el «exceso»
A las diez de la mañana, si estuviera en Bucarest y no impartiendo un fantástico curso de literatura en la UIMP, Mircea Cărtărescu probablemente se dispondría a escribir su página diaria, una página y media a lo sumo. «Escribo muy poco cada día […] Y solo necesito una taza de café y que la puerta de la habitación esté cerrada. Necesito estar totalmente aislado, no me gusta que nadie entre en mi habitación mientras escribo, ni siquiera mis gatos. No tengo ningún otro ritual especial, puedo escribir en cualquier sitio, pero solo por la mañana», dice en un descanso de su ajetreada semana en Santander, donde, además de ejercer como un profesor cercano, amable y alejado de las rigideces académicas, ha protagonizado los ‘Martes Literarios’ y ayer fue investido doctor honoris causa.
Habitualmente, a las diez de la mañana comienza a escribir a mano esa página que dará pie a un relato, una novela, un artículo periodístico o un ensayo. ¿Es en ese momento cuando le alcanza la inspiración? ¿Cuán importante es para él ese momento de rapto creativo; lo busca o espera a que llegue? «La inspiración no se puede buscar, del mismo modo que no se puede pedir que lata tu corazón. O la tienes o no la tienes, y nadie sabe de dónde procede. Soy uno de los pocos artistas actuales que sigue creyendo en ella. La mayoría la entiende de forma irónica, como si fuera algo místico, mera palabrería. Quizá sea eso, pero yo sigo creyendo en la inspiración, porque no siento que sea tan inteligente, tan talentoso, como para ser completamente responsable de lo que escribo», revela con humildad.
La inspiración, admite, es una forma de fe, un estado que le procura seguridad en sí mismo. «Para ser capaz de escribir mi página diaria necesito de algo que provenga de fuera de mí mismo, necesito encontrarme en un estado mental específico, una especie de autohipnosis. No puedo describir lo que siento cuando me siento inspirado, pero es algo así como el estado intermedio del que hablan los místicos budistas tibetanos: un estado intermedio entre la vida y el sueño, la vida y la alucinación. Cuando me siento inspirado, puedo escribir, siento que no me puedo equivocar».
‘Melancolía’ es su último libro de relatos publicado, quizá su obra más perfecta, según ha comentado en la UIMP. Sin embargo, en España, donde es un autor reconocido y, sobre todo, leído, la novedad es el último volumen de su trilogía ‘Cegador’, titulado ‘El ala derecha’, publicado por Impedimenta.
Cărtărescu considera que ‘Cegador’ es la «quintaesencia» de su obra. «En una flota siempre hay un gran barco que ocupa el lugar central, y ese es el papel de esa trilogía en mi modesta flota de libros. Es, con diferencia, lo más importante que he escrito. Me llevó 14 años escribir esa trilogía, y creo que solo podría haberla escrito en ese momento [el primer volumen se publicó en 1996 y el último, en 2007], ahora no sería capaz».
Hay libros vitales para Cărtărescu. Los compara con órganos, como el corazón, el hígado o los pulmones, sin los cuales no se podría sobrevivir. «Sucede lo mismo con el trabajo de un escritor: algunos libros son vitales, y otros no lo son tanto. No te mueres si te cortan uno de tus dedos, es algo que no te gustaría, quieres seguir entero. Pero, aunque todos los libros que he escrito tienen su importancia, su sentido, no todos son tan vitales, y se puede imaginar mi obra sin ellos. ‘Cegador’, ‘Solenoide’, ‘Nostalgia’, o ‘Melancolía’ son vitales para mí. No me puedo definir a mí mismo sin ninguno de ellos», admite.
Aunque el hecho de emplear 14 años en la escritura de un libro pueda resultar sorprendente en estos tiempos veloces y voraces, Cărtărescu compuso las 1.400 páginas de ‘Cegador’ con total libertad, sin presiones, con la confianza plena de su editor en Rumanía. Es más: a pesar de que en la actualidad la palabra escrita pierde peso en favor de la imagen, él parece desafiar con sus obras los acelerados cambios socioculturales. Opta por el exceso. «Ya no vivimos en una civilización de la palabra, sino en una civilización mediática donde las imágenes tienden a superar a las palabras [y, prueba de ello, dice, es el progresivo desinterés por la palabra en redes como Facebook, Instagram y TikTok]. Así que, si esta es la tendencia, la literatura tiene un problema, y los escritores deben aceptarlo. Y hay varias soluciones al problema: una es el silencio, dejar de escribir porque hay muy pocos lectores; y la otra es ser excesivo, escribir cientos de páginas para, de algún modo, forzar a los lectores a adquirir esos libros tan voluminosos con la idea de que si el autor ha empleado tanto tiempo escribiéndolos es porque debe haber algo importante en ellos», reflexiona.
Esto le lleva a vislumbrar un futuro para la literatura: «No va a desaparecer, seguirá existiendo como un nicho que tendrá sus propios fieles, como una suerte de parroquia, como un pequeño monasterio con unos pocos monjes y unos pocos creyentes. Yo prefiero escribir para unos mi-les de personas, y no para millones, porque para mí eso significa-ría diluir mi literatura y mi mensaje. Estoy encantado de escribir para gente que sabe lo que es la literatura».
También escribe columnas semanales en los principales periódicos de su país para cambiarlo. Escribe sobre corrupción, sobre la discriminación que sufre la comunidad romaní, sobre desigualdad… Es su deber como ciudadano. «Creo que todos los ciudadanos tienen el deber cívico de asegurar que la vida de su comunidad se desarrolla en la dirección adecuada. Por eso no puedo aceptar que Rumanía, sea objeto de actitudes liberales, de cualquier tipo de discriminación, de ausencia de derechos humanos… Cuando siento que algo de eso sucede, y por des-gracia sucede continuamente, reacciono. […] Para mí resulta normal reaccionar, pero no solo como intelectual, escritor o artista, sino como ser humano. Esa es mi tarea como periodista».
Poesía y ensayos
Cărtărescu ha insistido en Santander en que «la poesía es un arte de la juventud». La estadística y su propia experiencia le empujan a pensar así. «Escribí poesía con gran convicción desde los 21 o 22 años y a los 30 lo dejé porque sentí que, en cierto modo, podría comenzar a imitarme a mí mismo», revela. Comenzó entonces con la prosa, «con la que estoy muy satisfecho porque no solo tiene una dimensión artística, sino también profesional». Sin embargo, en los últimos años siente que la prosa ya no le satisface como antes y se dedica, cada vez más –y también a raíz de la pandemia, que hizo mella en su ánimo–, a la filosofía o la metafísica. Sus continuas meditaciones buscan ahora encaje en un tipo de ensayo, que, tal vez hoy, a las diez de la mañana, comience a escribir encerrado en su habitación.
—Mada Martínez, El Diario Montañés, 1 de septiembre de 2022