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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Los amigos se entretienen – «Enredo en Willow Gables», de Philip Larkin – Zenda

Qué lejos estamos de aquel tiempo en el que un escritor en ciernes no tenía otra misión en la vida que entretener a sus amigos con sus escritos, hasta el punto de montar un par de novelillas con el propósito de reír un rato y, al tiempo, dejar constancia de sus críticas contra el sistema escolar femenino, mientras desataba sus ganas de encontrar una voz propia. Sabemos que, finalmente, la encontró en la poesía y en sus escritos jazzísticos para el Daily Telegraph (con apenas diez años ya estaba suscrito a la revista Down Beat), pero el joven Philip Larkin (1922-1985) todavía tenía cuerda entonces para inventar un seudónimo que hiciera un guiño a Blanche Coleman (la conocida líder de una banda de jazz formada por mujeres) y de paso animara a sus queridos Kingsley Amis, Diana Gollancz y Edmund Crispin.»La escritura incesante de Larkin lo llevó a montar alrededor de cinco novelas, aunque todas acabaron destruidas antes de ingresar en Oxford»

Con Enredo en Willow Gables y su secuela, Trimestre de Michaelmas en St Bride, el bribón de Larkin dio rienda suelta a su querencia por la novela de internado femenino (en su primera novela, Jill, haría lo propio con los internados masculinos), con enredos nocturnos de trasfondo lésbico y esa mirada festiva por el hockey hierba que bien pudiera ser un trasunto lujurioso de las peleas de chicas en el barro que acontecían en la mente del poeta bibliotecario. Richard Bradford, biógrafo de Larkin, ha escrito que estas curiosas obras muestran “tres registros: indiferencia cautelosa, ingenioso simbolismo sobrescrito y una pizca de [Thomas Edward] Lawrence y de prosa que parece revelar los sentimientos involuntarios de excitación sexual por parte de su autor”. Nada que objetar. Pero alguien que con menos de veinte años llega a esta finezza de escritura tiene todo nuestro respeto. Cómo no llenar de emoticonos con las palmas en alto cierres de novela como el de la primera historia: “Fuera, una gran nube se disponía a apartarse del sol tras arrojar su sombra admonitoria”. Veinte añitos a la sazón. Eran los primeros años cuarenta.»Otros, por el contrario, vieron en estos textos tentativos y, no olvidemos, festivos, el camino obligado para que Larkin sea el Larkin que hoy conocemos»

La escritura incesante de Larkin lo llevó a montar alrededor de cinco novelas, aunque todas acabaron destruidas antes de ingresar en Oxford. A la supuesta autobiografía de Brunette Coleman, recogida con acierto al final de esta cuidadísima edición de Impedimenta con el título de Ante Meridian, habría que añadir un igualmente ficticio manifiesto creativo que lleva por título Para qué escribimos, pero que aquí no aparece. Todo son guiños, apuntes vivaces de la vida competitiva de internado, y hasta desplantes irónicos que no desmerecen en ritmo ni atmósfera. Un ejemplo: en la segunda de las nouvelles, Marie comenta a Margaret con acritud que dónde va con ese libro que lleva en la mano. Son las Elegías de Duino, de Rainer Maria Rilke, y Margaret lo deja en “menudo bluf”, mientras pellizca el trasero de una camarera al pasar, como si fuera una suerte premonitoria de Jonathan Hemlock, ese asesino reconvertido en profesor de arte que palmea nalgas sin sonrojo, en la desprejuiciada y libérrima Licencia para matar (Clint Eastwood, 1975).

Cuando estas piezas salieron a la luz hace ahora veinte años, tras haber dado noticia de su existencia el también biógrafo de Larkin Andrew Morton, hubo quien no vio con buenos ojos la decisión de publicar la obra juvenil de Larkin, como si todo tuviera que ser Ventanas altas y no pudiera haber algo parecido a “Ultimatum”, el primer poema publicado del autor. Argumentaron que afeaba su legado. Otros, por el contrario, vieron en estos textos tentativos y, no olvidemos, festivos, el camino obligado para que Larkin sea el Larkin que hoy conocemos. Ni los internados ingleses para señoritas tendrían el mismo aura si Philip Larkin no hubiera parido a la exquisita y paródica Brunette Coleman. Y por supuesto, no habría podido ayudar a su querido Kingsley Amis con su primera novela, La suerte de Jim (1954). De ahí la dedicatoria a Larkin, quien inspiraría al personaje protagonista. En cualquier caso, de las tres mujeres que llevaba en liza el músico-humanista Jack White en “Three Women” (“red, blonde and brunette”) nos quedamos, sin duda, con la tercera. Digna heredera de Coleman, Brunette Coleman. Razón: Internado Willow Gables para señoritas, pichi granate, blusa blanca y medias negras.

—Enrique Turpin, Zenda Libros, 3 de septiembre de 2022