El Levante, de Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), es un fastuoso pastiche. Alrededor de la aventura que constituye el eje del libro –el viaje que emprenden el protagonista, Manoil, y su inverosímil caterva de acólitos (un espía francés, un bucanero feroz, un Antropófago con el mono llamado Hércules, un sabio sufí, entre otros) para liberar su patria, Valaquia, del vaivoda que la tiraniza– se disponen otros libros, otras lecturas, otros significados, por los que el lector se desplaza dichosamente, entre ebrio e hipnotizado. En primer lugar, El Levante es un poema novelado, cuya condición poética se desprende con frecuencia del ropaje de la prosa y cristaliza en versos: en todos los capítulos –llamados «cantos»– se intercalan poemas, que, en algunos casos, como en la literatura del Renacimiento, constituyen historias independientes: así sucede en el extenso romance «Dadme más vino y sonreídme…», del canto IV. Cărtărescu llama a su libro «poema» o «gran poema» a menudo, y hacia el final aclara: «¿Es que no te das cuenta de que todo en mi poema es únicamente artificio No te eleves por encima del molde. En gramática puedes ser un Apolo de las declinaciones y los morfemas, pero esto, mon cher, es poesía…?». No obstante, el espíritu lírico de El Levante…
Por Eduardo Moga.
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