Impedimenta publica en España la última entrega del proyecto Cegador, la trilogía con forma de mariposa del inclasificable autor rumano; uno de los grandes renovadores de la literatura europea. Todo un prodigio apocalíptico y narrativo, con el ocaso del comunismo como vibrante telón de fondo.
Mientras campanillean los ecos inevitables en torno al Nobel -lo más parecido que existe en la literatura, desde las bravuconadas de Cela, a los sinsabores del fútbol o de la patria, que tanto da- la cosa de los libros, tan distinta a sus añadidos y chirigotas, sigue su paciente curso poniendo negro sobre blanco lo único que en atención a las letras está destinado mínimamente a perdurar. El rumano Mircea Cartarescu, de obra de amplio recorrido, pese a su juventud -un autor, y más si cultiva la poesía, es considerado joven hasta cerca del tercer baipás- tiene la dudosa fortuna de pertenecer a la estirpe de escritores que aparecen siempre entre los candidatos a toda clase de premios. Y lo que es más embarazoso aún, en ocasiones, hasta los gana -el último, el FIL, concedido por la Feria de Guadalajara en 2022-, aunque, en su caso, a diferencia de los españolazos que viajaban a La Alcarria, sin que eso venga acompañado de ninguna modificación indeseable de su circuito neuronal. Ni siquiera en cuanto a inquietudes y ambición, que todo parece indicar que continúan siendo las mismas que gobiernan el dietario que escribe desde los 17 años -y del que dice que es como su segunda piel- y sus poemas de juventud.
Desde que la tecnología y el pudor democrático decidieron privar a la crítica de su antiguo y ceremonioso poder -acaso con buen criterio, pero hasta un límite- cada vez resulta más difícil y azaroso descubrir las costuras de una presunta novedad. Y más en un país como España, donde la autoridad prescriptiva no siempre se corresponde con las personas más formadas e instruidas, sino con cualquier hijo de vecino con un altavoz o con ínfulas de comendador de una diputación provincial. Por eso es tan de agradecer la labor de algunos editores, que favorecen el encuentro menos sospechoso de todos, que es el acercamiento al lector, traduciendo a autores que, de lo contrario, y pese a su condición de meritorios, podrían haber quedado encajonados en los límites de su idioma original. Al sello Impedimenta, y a su traductora de cabecera del rumano, Marian Ochoa de Eribe, le debemos, en este sentido, que el público español haya podido disfrutar puntualmente de cada una de las obras de Mircea Cartarescu. Y, además, en una versión y un castellano tan deslumbrante, natural y preciosista que, en caso de tratarse de una traslación creativa y nada fiel al original-mi conocimiento del rumano es más que inexistente- convertiría a la traductora en aspirante máxima al Cervantes para este malhadado 2022.
Impedimenta y Ochoa de Eribe, por supuesto -a veces es justo ejercer de apologeta y desempolvar el laúd-, forman el tándem que trae a España el nuevo libro de Cartarescu, que no es cronológicamente el último, pero sí el que completa la trilogía Cegador; su enésimo proyecto ciclópeo e inagotable. En esta ocasión, y no es una pirueta verbal, con forma de mariposa y acompañando un tríptico simbólico que, del peso preeminente del humor en títulos como ‘Las bellas extranjeras,’ de encontrar las obsesiones temáticas que han hecho de Cartarescu un autor fundamental y uno de los mayores renovadores de la literatura europea: su escritura onírica e incontenible; su humanismo; su acidez; las figuras mitológicas de la hecatombe bucarestina y del gemelo perdido; de la decadencia y fragilidad del hombre; de las sombras de la infancia. El ala derecha, que así se llama esta nueva entrega, considerada como la gran novela de la caída del comunismo en Rumanía, mantiene un pulso experimental que sitúa a Cartarescu en el mismo desfiladero por el que avanzaron anteriormente Cervantes o Joyce. Y no por una cuestión tanto de equivalencia, sino por su riesgo e innovación; Cartarescu se ha quedado triunfalmente solo en su propuesta, sin imitadores ni correligionarios posibles, desentrañando un universo literario que funciona como una vanguardia personalísima. Y que hace avanzar al arte de narrar en su elasticidad, potencial y precisión. Los nudos que se congregan en este nuevo libro son todo un prodigio, por su diversidad, en el uso de la palabra escrita: pasajes lúcidos y divertidísimos sobre la opresión, alucinaciones poéticas, personajes y situaciones que convive donde todo es símbolo y metáfora y a la vez realidad, que se abrazan en una lectura de fondo en la que se entrevera la física cuántica con el texto sagrado y hasta con una interpretación de la existencia que va desde lo más anecdótico a la existencia universal; con todas sus brumas, estertores, accidentes históricos. Cartarescu no se conforma con escribir un libro, sino que parece, como insinúa de fondo, que es el libro el que escribe lo demás; aplica, de nuevo, una nueva dimensión. Un ejercicio maravilloso de síntesis conceptual y filosófica en el que fondo y forma se conjugan para engendrar un teatro de variedades tan generoso como poético, inteligente y desgarrador. Cartarescu vuelve a crear un monumento. No escribe libros, sino libros que contienen bibliotecas, que cincelan el mundo. Que otros ganen el Nobel. Ya hablará el futuro por él.
—Lucas Martín, La Opinión de Málaga, 9 de octubre de 2022