Que el narrador sea corresponsal de un importante medio americano con el prestigio de haber cubierto las protestas de la Plaza de Tienanmén en Pekín plantea ya desde el principio de esta novela gráfica el papel de la prensa en el desarrollo de la historia con mayúsculas y cuestiona el relato construido por ella. El protagonista aquí es Tom Sandman, el reportero que ha bautizado al «hombre del tanque» que se enfrentó a los tanques chinos impidiendo su avance, convirtiéndose así en el icono de esa contestación duramente reprimida. Sin embargo el inventor de ese personaje simbólico es perseguido en sueños por ese hombre real del que nadie sabe nada desde entonces y que probablemente haya sido una víctima más del régimen chino y de la voracidad con la que nuestra sociedad consume la información.
Con el prestigio ganado en Pekín y acompañado de sus fantasmas le corresponde a él cubrir la celebración del 40 aniversario de la República Democrática Alemana en espera de que la corriente protestataria china alcance Europa. Es testigo de los últimos fastos oficiales y conoce a Ingrid, una ex-nadadora de élite de la RDA expulsada al Oeste, de la que se enamora y a través de la cual entra en contacto con la existencia cotidiana de un sistema político psicótico. Al leer esas páginas es inevitable recordar la excelente película La vida de los otros ya que el clima de opresión y de desconfianza organizada desde el poder es el mismo. El drama de Ingrid y de su familia es la sospecha, la imposibilidad de volver a la inocencia de los tiempos pasados tras su intento fallido de fuga que acabó con ella en la carcel y de rebote con la carrera política de su padre y de su hermano, contaminados a su pesar por el estigma de la falta de fe en la sociedad comunista.
La pureza ideológica, llevada hasta la paranoia, generó un estado alucinado a la vez que aterrador, totalmente desconectado de la realidad, que se alimentaba de sus propios ciudadanos. Los jerarcas del régimen, cada vez más aislados, no supieron reconocer los síntomas de lo que rápidamente se convertiría en una marea humana que tampoco supieron parar o que no se atrevieron a ahogar en sangre. El libro detalla como fue este proceso, con un guion que conjuga hábilmente la documentación histórica y los testimonios personales que sirvieron de inspiración a los autores, el periodista científico Max Mönch y el director de cine Alexander Lahl, ambos niños cuando sucedieron los hechos narrados.
Hay que mencionar el interesante trabajo de la ilustradora Kitty Kahane, autora de libros infantiles y diseñadora de producto, que ha sabido recrear el ambiente y la iconografía de la extinta RDA con un dibujo que recuerda vagamente a George Grosz y sus escenas berlinesas de entreguerras. La narración gráfica se degusta con placer y nos abandona en la incertidumbre con el deseo de conocer qué sucedió a los personajes protagonistas después del derrumbamiento del Muro.
Por Leonardo Santos.