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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña de ‘Cegador’, de Mircea Cărtărescu – Dosis kafkiana – 22 de octubre de 2022

El autor Iván Cantero publica su reseña sobre la trilogía ‘Cegador‘, de Mircea Cărtărescu.

El escritor Mircea Cărtărescu. Foto: Carlos Valbuena

El escritor Mircea Cărtărescu. Foto: Carlos Valbuena


Después de terminar Solenoide, me costaba creer a quien afirmaba que aquella no era la obra cumbre de Mircea Cărtărescu; la distinción correspondería a una trilogía que todavía no estaba editada de manera íntegra en nuestro país, por desgracia más desapercibida. Emprendí su lectura convaleciente del maldito bicho y hasta aquí hemos llegado: con El ala derecha, el autor cierra una trilogía monumental, salvaje y suicida que lo canoniza como santo literario, según la taxonomía catedralicia que a él mismo le gusta emplear para catalogar a los escritores. Podría haberse llamado Mariposa o El manuscrito de Mircea, pero por el deslumbramiento que provoca en el lector admitiremos que el novelista ha elegido el mejor título posible.

Para engendrar un monstruo novelístico de mil quinientas páginas (incluso aunque fuesen la mitad) es imprescindible hacer trampas, buscar una excusa que soporte de manera razonable la densidad narrativa, pues resulta imposible llegar a tal extensión a base de pura trama. El adminículo tópico del que se ha tirado casi siempre en los últimos cuatro siglos es el costumbrismo, por próximo y asequible a tirar muchísima prosa fecunda a cualquier vividor de su tiempo; y en las últimas décadas se particulariza en un movimiento centrípeto hacia la denominada auto ficción, tal vez por pura desidia o escrúpulos a que un exceso de contexto terminase por hacer caducar la obra. Cărtărescu da otra vuelta de tuerca y nos hace navegar en Cegador por un universo en el que no distinguimos vivencias infantiles de sus sueños o la propia redacción de un manuscrito en el que fantaseaba acerca de sus propios orígenes, mostrándonos del modo más cercano la cantera de sufrimiento con la que se edifica el castillo (su castillo) íntimo desde el que trabaja todo escritor con pretensiones. De este modo, la historia abarca desde mucho antes del nacimiento de Mircisor a su última etapa de juventud, que coincide con la caída del régimen comunista de Ceaușescu en 1989 y es el capítulo histórico que vertebra la mayoría de la narración de El ala derecha; presentada desde su primera página como una suerte de Apocalipsis, por esto de que se aparece un buen día sobre el cielo de Bucarest el famoso Tetramorfo del relato bíblico.

No nos hace falta perspectiva para poder afirmar a puerta gayola que Cegador no es obra maestra, sino una nueva cumbre de la literatura universal, sin parangón en el siglo XXI y muy pocas creaciones comparables en los dos siglos anteriores. El término completivo se utiliza con demasiada ligereza para etiquetar novelas transversales y testamentarias, pero lo cierto es que apenas un puñado en toda la historia lo alcanza en justicia; y esto es así porque necesita un ejercicio homérico de alambicado que va más allá de las generalidades contemporáneas, capaz de capilarizar hasta el tuétano de la esencia del mono desnudo para poder convertirse en una reflexión transcultural y atemporal. Cegador cumple este objetivo a nivel antropológico, cosmogónico, natural e incluso metafísico, al punto de que quizás solo El Quijote pueda superarlo en lo exhaustivo a la hora de glosar las relaciones humanas. Cărtărescu logra hacerlo, y esta es una de sus mayores proezas, huyendo de la pura novela de tesis, a través de una espiral entre fantasía, crónica y metaliteratura que apenas permite discernir las fronteras o el peso de la aleación en cada página: el autor afirma que entre los tres volúmenes ha ido con el resto, entregando todo lo que sabe y lo que es, a conciencia de que ya no podrá volver a escribir algo comparable… Y yo ahora lo creo. El maestro rumano consigue sin despeinarse saltar entre registros y estilos, renunciando a trampantojos o conceder una sola página, una sola línea, en la que no derrame su sangre. Esto está muy relacionado con su propia naturaleza, pues tiene mucho más de cuentista o poeta que de novelista; gran parte de su obra se puede paladear por capítulos como si de relatos independientes se tratara, incluso despreciando el orden cronológico de la novela madre, dejando a cualquier curioso saciado. Al cabo, Cegador tiene capítulos tan brillantes (pienso en el del circo o el que describe la génesis del pueblo de María) que de por sí podrían batallar contra toda la creación de muchos premios Nobel de Literatura vestidos y calzados, justificar la preeminencia de Cărtărescu sin necesidad de nada más. A nosotros llega después de una brillante traducción a cargo de Marian Ochoa.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, debo añadir que otro de los grandes méritos de la trilogía es conseguir hacer creíble la historia al lector: nadie tiene suficientes propágulos como para refutar que cualquiera de los pasajes protagonizados por securistas u otros elementos paisajísticos de la dictadura bolchevique narran situaciones típicas cuando no reales, su humor tiene más de crónica que de tributo a Kafka aunque la maldita comparatística nos pretenda confundir. Así mismo, toda su fantasía está apeada cualquier ejercicio estilístico o recurso para enriquecer la prosa; antes bien, se digiere de buena gana como la percepción del mundo en sus diferentes dimensiones que tendría un niño, cualquier niño, antes de atrofiársele las facultades para recebar con imaginación sus huecos de desconocimiento… Si es que el viento Paráclito no lo empuja luego a ser artista. Dejémonos, por consiguiente, de chorradas y analogías: Cărtărescu no escribe realismo mágico rumano ni es un autor kafkiano, por mucho que se reconozca deudor de los autores hispanoamericanos y deifique al genio checo. Incluso podemos certificar sin miedo a equivocarnos que su Big Bang en prosa se haya desencadenado tras leer el tercer capítulo de El desaparecido (o América, para castizos), que también podría resumir toda la obra del propio Kafka; pero nada de eso le arrebata la autoridad de haber construido su propia catedral estilística cartaresquiana, cuyas campanas ya resuenan en el universo literario (como se puede apreciar, por ejemplo, en diversos pasajes de Aniquilación, de Michel Houellebecq).

Pasé gran parte de mi vida tratando de discernir mi verdadera vocación aun con perfecta consciencia de lo que más me gustaba en el mundo era aprender de todo. Empecé en la escritura arrastrado por diferentes motivaciones, pero no fue hasta varios años después, puesto a remojo ante la custodia, cuando me fue revelado que mi carisma era verdadero y la misma cosa escribir que el afán de erudición. Muchos recomiendan leer en abundancia como la mejor escuela para aprender a narrar, pero muy pocos puntualizan que deberían ser libros de todo tipo, no solo literatura. Cărtărescu sí, no hubiera podido llegar de otro modo a parir sus obras: toda su mitología, su ciclón alegórico y, en general, su selvático universo literario es endógeno, centrífugo, de modo que es de los pocos autores contemporáneos que merecen la pena ser tomados como referencia, porque su magisterio es inteligible y completo, en perpendicular a cualquier vector estilístico. No se trata tanto de un tropo narrativo original, sino algo mucho más complicado de imitar: la escritura visceral más pura que se engendra desde una verdadera erudición, pues como decía Sergio Pitol «la creatividad es el fruto más selecto de la memoria»; Mircea edifica o siembra sus novelas desde arriba como un taumaturgo (ya ven que lo de santo no es una hipérbole) usando mimbres de amplio espectro. A la hora de dirigir, ya sean equipos o ideas para una creación, la gente vulgar trata de someterlo todo a un método, a veces propio y las más aprendido; los genios se adaptan a lo que tienen o utilizan artes asequibles a cualquier situación. Lo que nos propone el ejemplo de Cărtărescu es precisamente eso: crear nuestra propia cosmogonía y estilo a través del conocimiento propio, pues el escritor nace en el preciso momento en que dentro de sí se fecunda algo que contar… Y no necesita buscar fuera sus fuentes con la bohemia y los viajes, bebiéndose la vida de un trago, pues cuando la necesidad le obligare a abandonarlos (pensemos en aquellos que dejan de beber, drogarse o irse de putas) no son capaces ya de escribir nada de interés.

Cegador es una maravilla, una obra única destinada a ser un clásico distinguido. Viva Mircea Cărtărescu y la madre que lo parió.

—Iván Cantero, Dosis Kafkiana, 22 de octubre de 2022