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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«El ala derecha» de Mireia Castarescu – Las librerías recomiendan – 6 de noviembre de 2022

El ala derecha, el volumen que pone fin a la trilogía Cegador de Mircea Cartarescu, nos muestra a un escritor sublime, dueño absoluto de la cosmogonía que él mismo fue forjando desde hacía más de una década. Publicada en su país en el año 2007 (tras El ala izquierda en 1996 y El Cuerpo en 2002), ha sido recientemente traducida magistralmente por Marián Ochoa de Eribe para, cómo no, la editorial Impedimenta, casa del autor rumano en España.

Aquí, el increíble tour de force que gravita en torno al final del régimen comunista en su país durante finales de los años 80 llega a un punto de suntuosidad y elegancia literaria más que recomendables para todos aquellos lectores que aún no se hayan leído su obra culmen –de momento– Solenoide. De una u otra manera, aun sin serlo por numerosos motivos, podríamos señalar que es el peldaño previo a la considerada por muchos como “la Primera Gran Obra del siglo XXI”.

Cartarescu irá aguijoneando al lector durante las más de quinientas páginas con diversos registros ya conocidos por todos: uno el intimista y más hermético, ese mundo onírico narrado a quemarropa, como si lo infigurable fuese la verdad que contiene las demás verdades, que abarca toda la obra del autor; el otro reconocido como el de una verdadera alabanza de la memoria, sin importar siquiera la veracidad de las mismas, sin reparar en las leyes naturales de la literatura, dejando verdaderos hallazgos de prosa poética al alcance de muy pocos; y un tercero, revelado en las dos últimas partes de Cegador, y no menos importante, que se disfraza de un nudo gordiano entre su infancia, su juventud, el pasado narrado de sus padres, la caída del sistema, la inquietud por la ausencia de salvación ante un demiurgo que ignora que existimos.

Es en este último en el que encontramos a un Cartarescu mucho más resuelto a acercarse al lector ávido de recorrer la segunda mitad del siglo pasado a través de los ojos rumanos, de brindarnos en sus líneas los largos lamentos de una madre hastiada por hacer colas infinitas por un poco de comida, por la rabia de su padre, por el silencio de ese joven Mircea que permanece largamente como espectador ante la caída final. Nos señala también los miedos perpetuos del pequeño Mircisor, la oscuridad y la luz que también lo oscurece todo por su brillo desmesurado. La vida como un concepto imposible de comprender sin el otro mundo, ese que nos muestra cuando duerme, mientras se duerme o cuando despierta y sigue soñando.

Así, nosotros, lectores afortunados, viajamos en ese sueño que el maestro rumano nos regala, párrafo tras párrafo, asombrándonos con espacios kafkianos, con encuentros pynchonianos, y nos hace partícipes de un verdadero prodigio que ni con la mayor combinación de mutaciones genéticas nos podría ofrecer la propia naturaleza.

Es realmente tentador seguir dirimiendo y diseccionando todos los libros que yacen en este texto, argumentar que la literatura ha de disfrutarse por el simple hecho de la templanza en su belleza, de la destreza implacable de Cartarescu. Es muy tentador, ya digo, pero daría para muchos más folios y no ofrecería, por el contrario, ningún fundamente añadido a la grandeza de este libro porque, sin duda, es una de las obras generaciones de Centroeuropa.

Solo me queda recomendar su lectura, hasta la última de sus frases.

—Vicente Velasco Montoya, Las librerías recomiendan, 2 de noviembre de 2022