«Viento herido», de Carlos Casares: el rescate de una obra fundamental de la literatura gallega del siglo XX
Nos dijeron que si lo nuestro eran los contadores de historias, los escritores que tenían siempre una narración en la punta de la lengua, deberíamos conocer a Carlos Casares (1941-2002), un gallego con facilidad para fabular, con «el cuervo posado en los hombros» que diría Cunqueiro, como nos recuerda la escritora Cristina Sánchez-Andrade, traductora autora del posfacio de «Viento herido», la primera obra de Casares, recuperada ahora por la editorial Impedimenta para el lector en castellano.
Nos dijeron entonces que leyéramos a Casares, pero eran tiempos en que, a menudo, la distancia entre un libro y su posible lector era casi insalvable. Había que saber esperar y así tuvo que ser: hasta que la editorial Alfaguara publicó «Dios sentado en un sillón azul» en 1997. La espera había merecido la pena. Mientras, gota a gota, nos fuimos enterando de la trascendencia de Casares en las letras gallegas; de su relevancia política en contra del franquismo y a favor del galleguismo; de obras como «Xoguetes para un tempo perdido» y, por supuesto de «Viento herido» («Vento ferido» en el original gallego).
No hay que desviarse del contexto y la cronología: la obra que ahora edita Impedimenta ve la luz en 1967, hace 55 años. Visto con perspectiva, se anticipó a un género que ahora llamamos pomposamente ficción breve o micro ficción. El escritor, como es obvio, no tiene tiempo para etiquetas, no es lo suyo. O tal vez en 1967 todo estaba por hacer y Casares se puso a ello. Quien lea ahora «Viento herido» va a leer una colección de fogonazos; de des cargas dramáticas y sobrias en su narrativa pero que entrañan una sabiduría del relato al alcance de bien pocos. Sin prolegómenos ni añadidos, en cada historia se nos sitúa en el ojo del huracán; a la vera de personajes que viven una encrucijada o un dilema vital: hijos del campo; seres humildes en su mayoría atrapados por una violencia que es casi un estilo de vida. La cita de Pavese que abre el libro define a la perfección la intención de Casares: «Cualquiera que pase tiene un rostro y una historia». No hay elegidos para la literatura; todo lo contrario: la certeza de Pavese ya había hecho mella en maestros como Chéjov o Rulfo, con el que se vincula en cuanto a ecos e imaginario a «Viento herido».
Volviendo al posfacio de Sánchez-Andrade, la escritora y traductora pone el énfasis en poseer el secreto de la alquimia: «Casares tenía el gran mérito de saber transformar cualquier anécdota, suceso, pensamiento o vivencia en historia». Y que nos conmueva, nos turbe, nos divierta… Sin desvelar la trastienda ni los trucos. Un relato que muestre el rostro de su esfuerzo es un relato torpe o exhibicionista. Las historias suceden como las tronadas de uno de los textos de «Viento herido». Inesperadas, rotundas en el caso del libro que nos atañe. También líricas y escuetas, lo cual genera en el lector ganas de más.
Sin embargo, ese quedarse en el borde, ese arte de escatimar, forma parte de la esencia del contador de historias. A las audiencias, a los lectores los empuja el hambre. Saber mezclar ansiedad y paciencia define una actitud. Miro hacia atrás y comprendo que ha sido demasiado tiempo, pero cuando acabé de leer «Viento herido» me pareció que nunca había dejado de leer a Carlos Casares. Feliz por el autoengaño, me queda celebrar la iniciativa de Impedimenta y desear que reincida. Y que las editoriales también miren hacia atrás: junto a los brotes, hay viejos árboles que siguen en pie.
—Fernando Menéndez, La Nueva España, 10 de noviembre de 2022