cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Penelope Fitzgerald: La escuela de Freddie – El Imparcial – 13 de noviembre de 2022

Vivir mucho, conocer a gente interesante y admirable, acumular experiencia, atesorar recuerdos, alcanzar una madurez plena y brillante y después, solo después, lanzarse a escribir novelas. Esta parece ser la máxima que siguió la escritora británica Penelope Fitzgerald (Lincoln, 1916- Londres, 2000), para que hoy sus obras destaquen por la autenticidad que respira en cada una de sus páginas, como si la trama no fuera más que una ficción de lo vivido, como si cada personaje respondiera al recuerdo imborrable de todos los que fueron en realidad.

Fitzgerald debutó en la narrativa con casi sesenta años pero, como tenía mucho que contar, le dio tiempo a escribir La librería (1978) – basada en sus años como librera en Sufflock, finalista del Premio Booker y adaptada en 2017 al cine por Isabel Coixet-, A la deriva (1979) -sobre su propia experiencia durante la temporada en la que vivió en una casa flotante en el Támesis -, Voces humanas (1980) -inspirada en los años como reportera de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial-, y La flor azul (1995), sobre la figura del poeta y filósofo alemán del siglo XVIII Novalis y le hizo merecedora del Premio Nacional de la Crítica, además de otras biografías, relatos, ensayos y poemarios.

En La escuela de Freddie, como todas las anteriores publicadas por la editorial Impedimenta, Penelope Fitzgerald rinde homenaje al mundo del teatro y de la farándula. Ambientada en el Londres de principios de los 60, nos acerca la figura de Frieda Wentworth, excéntrica propietaria de la escuela de teatro infantil Temple, en Baddley Street, en pleno Covent Garden, que durante más de cuatro décadas proporcionó niños actores a la escena británica. También en esta ocasión la autora se inspira en sus propias vivencias como profesora de teatro en la academia Italia Conti de Londres y nos habla de algo que conoce bien. Nos habla de la pasión por el arte dramático, de ese infrecuente compromiso eterno con una vocación que resulta poco rentable, de la seguridad que guía y alienta el arduo trabajo de algunas personas que viven con la certeza de saber que han nacido para algo y no flaquean ante las dificultades, de fidelidad a sí misma.

Así era Freddie y así consiguió mantener a flote su destartalada y adorable escuela, haciendo caso omiso a los consejos de familiares e inversores que quisieran enseñarle a llevar su, mal llamado, “negocio”, porque era evidente que lo material no le importaba lo más mínimo y que sabía contagiar su propia pasión y su “descabellado optimismo” a todo aquel que le acompañara en su propósito.

El contable Unwin, la señorita Blewett, el viejo Ernest, los profesores Hannah Graves y Pierce Carroll, todos ellos adorables personajes “dispuestos a trabajar a cambio de casi nada”, comprometidos con las incipientes carreras de pupilos como Mattie, Gianni, Jonathan o Joybelle, que “prefirirían que los despojaran de un kilo de carne y sangre de su cuerpo antes que de media frase , que sueñan con interpretar a los niños perdidos del País de Nunca Jamás de Peter Pan, con resultar elegidos para un papel marginal en El Rey Juan, con salir a escena unos minutos y hacerlo bien, y sentir “el electrizante contacto con el público que ocurre sólo una o dos veces en la vida de un actor y que hace que todo haya merecido la pena”.

—Soledad Garaizábal, El Imparcial, 13 de noviembre de 2022