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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La cultura concebida como un catálogo de maravillas – La lectura (El Mundo) – 11 de noviembre de 2022

Hace años, visité con mi familia un antiguo convento que fue colegio a principios del siglo XX. No sabíamos qué nos depararía aquel vetusto edificio hoy en día utilizado como residencia para unos pocos estudiantes universitarios y para algunas monjas ya retiradas. Tras los muros se sucedían las viejas aulas, ahora convertidas en un museo que apenas nadie visita. Los diminutos pupitres, los mapas perfectamente alineados, los utensilios de bordado, el pequeño piano… nos hablaban de un mundo pequeñoburgués ya completamente extinguido.

Era casi inevitable ceder a la nostalgia, a la fácil romantización del pasado. Lo más asombroso, sin embargo, aparecería al final como un cofre del tesoro: un pequeño museo de ciencias naturales donde alternaban las mariposas con los caimanes disecados, los avestruces con los colibríes, los fósiles prehistóricos con los minerales preciosos. Parecía que, de repente, hubiéramos regresado al siglo XIX, o más atrás, y nos encontráramos con uno de aquellos gabinetes de curiosidades –Wunderkammern– que alimentaron la imaginación de los europeos generación tras generación.

Sobre el asombro que provocan estos lugares fuera del tiempo y de la historia escribe Lawrence Weschler (Van Nuys, California, 1952) en El Gabinete de las Maravillas de Mr. Wilson, considerado ya un pequeño clásico cuando se publicó por primera vez en 1995. El subtítulo nos ilustra sobre el alcance de su curiosidad: hormigas con púas, humanos con cuernos, ratones con tostadas y otras maravillas de la tecnología jurásica. «Y mucho más», habría que añadir, pues el Museo de la Tecnología Jurásica, la fundación californiana en la que se inspira el autor, refleja esa peculiar mixtura de lo posible y lo imposible, lo real y lo ficticio, lo objetivo y lo subjetivo que define no sólo las Wunderkammern del pasado, sino también nuestra posmodernidad.

Citando al filósofo renacentista inglés Francis Bacon, Weschler nos recuerda que el objetivo de cualquier caballero culto de la antigüedad era compilar «un estupendo y enorme gabinete, donde todo lo que la mano del hombre mediante arte o ingenio exquisitos ha hecho de excepcional en cuanto a material, forma o movimiento, todo lo que la singularidad y el azar han producido, todo lo que la naturaleza ha forjado en las cosas que no tienen vida y pueden ser guardadas, todo será seleccionado e incluido».

El libro, sin embargo, no es un mero catálogo de rarezas o de singularidades más o menos originales, sino una apasionante indagación sobre el fundador del museo –David Wilson– y su extraña concepción del arte, a medio camino entre coleccionismo y la creación. Dos son los conceptos clave que sugiere esta investigación: en primer lugar, el papel central que desempeña la atención en cualquier proceso artístico y, en segundo, la preferencia por la admiración sobre cualquier otra respuesta, de modo que nuestra idea de la realidad, de lo que resulta posible, se amplíe con la irrupción de lo maravilloso. La nostalgia de lo imposible se convierte así en fuente no sólo de placer, sino además de conocimiento y de estudio. «Los metafísicos de Tlön», escribió Borges, «no buscan la verdad, ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro». El Museo de la Tecnología Jurásica, con sede en el Venice Boulevard de Los Ángeles, sería un espacio borgiano, una especie de casa de los milagros.

Culto y breve, nítido y opaco a la vez, El Gabinete de las Maravillas de Mr. Wilson es un breve ensayo que se lee como una novela, sin que nunca llegue a aclararse completamente qué es verdad y qué no, y probablemente sin que el propio autor lo sepa tampoco del todo, pues lo ficticio y lo real están hilvanados por un hilo muy fino y transparente, a veces imperceptible.

Leyéndolo descubrimos hasta qué punto somos rehenes de nuestras percepciones y de nuestras creencias. Si para Stephen Greenblatt «la expresión de maravilla representa todo lo que no puede ser comprendido, y que apenas puede ser creído», este libro nos recuerda que el horizonte de la humanidad se ensancha cuando se enfrenta a sus límites. Las hormigas hediondas, el polvo de ratón, un hongo solidificado o el hueso de una ciruela finamente tallado por un artista atraviesan la delgada línea que separa la ciencia de la poesía, la museografía de la performance y la memoria de la creación. Un libro, en verdad, sorprendente, que celebra la vida y la naturaleza.

La excentricidad de Rodolfo II

Las Wunderkammern más famosas serían las de los Habsburgo austriacos. Aficionado a la alquimia, la astrología y la magia, Rodolfo II (1552-1612) reunió miles de curiosidades, egipcias, chinas y africanas, y objetos de nigromancia. Mecenas de los astrónomos Tycho Brahe y Johannes Kepler, y retratado por Arcimboldo a base de flores y hortalizas, se rumorea que coleccionó enanos con los que formó un regimiento de soldados y recopiló una gran colección de pinturas de personas con deformidades.

—Daniel Capó, La Lectura (El Mundo), 11 de noviembre de 2022