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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Cartarescu: «Los ucranianos son hoy el escudo del mundo» – ABC Cultural – 19 de noviembre de 2022

Su nombre siempre suena en las quinielas del Nobel de Literatura pese a que confiesa que «sería maravilloso recibirlo, pero sería igualmente maravilloso no recibirlo jamás». Mientras llega, o no, ese día, la FIL de Guadalajara le concede el Premio de Literatura en Lenguas Romances.

«La escritura literaria no es una profesión ni un arte, es una religión»

Sus libros, dice Mircea Cartarescu (1956), son órganos de su cuerpo. Lo vital y lo alucinatorio, lo corporal y lo sensible, se acoplan en su escritura como una respiración. Desde muy pequeño, dedicaba entre seis y ocho horas al día a leer. En esos años se entrenó en la creación de un mundo hermoso y duradero, un universo desbocado. Hijo de un matrimonio campesino reconvertido en clase obrera en la Rumanía de Ceausescu, Mircea se instaló desde muy pronto en el silencioso acto de la escritura.

En su obra, lo que realmente acontece es el lenguaje. El estilo adquiere tal magnitud que la prosa se hincha y crece como un pan, hasta desplazar por completo el argumento. En ‘El ala izquierda’, un volumen que abre ‘Cegador’, la monumental trilogía en forma de mariposa que la crítica considera el libro definitivo del rumano, se despliega lo poético ya no como categoría, sino como esencia. Publicado en español por la editorial Impedimenta, Cartarescu se ha convertido en uno de los nombres recurrentes en las listas del Nobel.

Aunque el escritor dice no contar a priori con reconocimientos y loas, el próximo 26 de noviembre recibirá en la Feria del Libro de Guadalajara el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2022. La ocasión es más que propicia para conversar con él sobre qué es y adónde se dirige su escritura, cuáles son acaso las obligaciones de un escritor en el debate público y de qué está hecha una obra como la suya. ¿Se alimenta del dietario, de la poesía o de la recreación lingüística? Al respecto, el autor ofrece algunas claves.

—¿Qué es la escritura para usted?

—La escritura literaria no es una profesión ni un arte, es una religión. Es tan solo para los que están hechos para ella y no pueden vivir sin ella. Solo uno de cada cien escritores ha sido verdaderamente llamado. Los demás escriben sobre temas variados, escriben libros a partir de libros, cuentan sus aventuras amorosas, sueñan con los premios y la fama. Algunos llegarán incluso a ganar dinero con su escritura, como si pudieras ganar dinero rezando delante del altar.

—Lo ha premiado la FIL de Guadalajara. ¿Para cuándo el Nobel?

—Es maravilloso recibir el Premio Nobel junto a Faulkner, Thomas Mann, Márquez o Vargas Llosa. Pero es igualmente maravilloso no recibirlo jamás, junto a Proust, Joyce, Virginia Woolf o Kafka. Al filósofo Diógenes le preguntaron una vez por qué no tenía también él una estatua, como tenían los demás filósofos, incluso los vivos. Él respondió: «Mejor que se pregunte la gente por qué no la tengo en lugar de por qué la tengo». Por lo que a mí respecta, yo soy un estoico. Nunca espero que me suceda algo bueno. De esa manera puedo sentirme satisfecho y tranquilo en cualquier circunstancia. Seguramente será maravilloso recibir el Premio Nobel: a partir de ese momento vuelas solo en clase ‘business’. Pero la vida puede ser bella, plena y feliz volando incluso en clase ‘económica’.

—¿Es Bucarest un ‘alter ego’ suyo al escribir?

—Estoy muy orgulloso de la ciudad de Bucarest, porque la he inventado yo. Antes de escribir mis libros, no existía en absoluto, tal y como Dublín no aparecía en los mapas antes de Joyce, o Buenos Aires, antes de Borges. Todas las ciudades de la literatura son invenciones de los autores y se parecen a ellos porque «ogni pittore dipinge se». En ‘Solenoide’ hablo sobre el arquitecto que proyectó Bucarest de manera exactamente contraria a como Oscar Niemayer ideó Brasilia: en lugar de construir una ciudad moderna, de hormigón, acero y cristal, proyectó una ciudad ya en ruinas, destruida, fea y, sobre todo triste, la ciudad más triste del mundo. Las ruinas, no las ciudades del futuro, decía mi original arquitecto, son el símbolo de la humanidad en la lucha contra el tiempo que todo lo mata. Bucarest es en mis libros un lugar desolado, ese en el que pasé mi infancia y adolescencia explorando casas abandonadas, fábricas desafectadas, cocheras de tranvías devoradas por el óxido. Un paisaje post-apocalíptico, si tenemos en cuenta que el Apocalipsis llegó con el Big Bang.

—En el mundo del comunismo, que tiende a uniformar, usted desarrolló una mirada singular, única. ¿Cómo?

—El mundo comunista no era un mundo uniformizado. Era más bien popular y abigarrado, un mundo de arrabal muy pobre, como se puede encontrar en las favelas de Brasil. Nadie creía en la doctrina marxista-leninista, todos buscaban sobrevivir, ya fuera ayudándose de la forma más emocionante que se pueda imaginar, ya fuera robando lo que se podía robar. El comunismo fue más bien un planeta en sí mismo, extraño y curioso, con otras reglas, otras costumbres, otros objetos, otro lenguaje. Un mundo tan incomprensible como el mundo inca o maya. No tuve demasiados vínculos con ese mundo en el que, sin embargo, viví treinta y cuatro años en medio de la misma pobreza, el mismo hambre y el mismo frío que todos los demás. Porque me salvé a través de los libros.

—¿Qué recuerda de aquella gran evasión?

—Viví mucho más, cuando era niño, en la Francia de D’Artagnan, en la América de Winnetou, en la Luna con Julio Verne, que en la Rumanía de esos tiempos. Más adelante aprendí a reír con Don Quijote y a llorar con Anna Karenina. Leía, de joven, ocho horas al día, como en el relato de Cortázar, no sabía ya dónde se terminaba la lectura y dónde empezaba la realidad. Poco después empecé a escribir también yo, para tener todavía más libros que leer, así que pude soportar sin gran esfuerzo lo grotesco (más que el terror) de aquel mundo fracasado, erróneo, muchas veces asesino, que fue el mundo comunista.

—¿Qué tanto debe el Cartarescu narrador al Cartarescu poeta?

—Al principio escribí poesía, continué con poesía y hoy sigo escribiendo poesía. No tiene sentido escribir otra cosa. La buena prosa ha sido siempre poesía. Balzac fue poeta, al igual que Flaubert, que Maupassant y todos los que usted desee. No existe la prosa realista. Lo real es en sí mismo poesía y sueño. Poeta no es aquel que escribe versos, sino aquel que ve el mundo de tal manera que puede detectar inmediatamente las gotas de rocío en sus hojas y sus pétalos, esas que, al amanecer, brillan como diamantes. Son esas gotas de rocío lo que yo busco en los libros, y cuando las encuentro digo: «Aquí hay algo fresco, puro y verdadero. He encontrado por fin un escritor bueno».

Mundo exterior e interior

¿Existe un mapa que explique a Cartarescu? ¿Acaso un manual de instrucciones para atravesar su universo? Es difícil precisar en sus libros dónde comienza un género literario y dónde acaba otro. Su obra se compone de más de 30 títulos que han sido traducidos a 23 idiomas, entre los que destacan ‘Nostalgia’, ‘Solenoide’ y ‘Travesti’. Mirima Ochoa, traductora del rumano, ha descrito con precisión una obra que conoce de cerca. «Cartarescu dijo que nunca ha dejado de escribir poesía y pienso que es verdad. Si lees ‘Solenoide’ te das cuenta de que es un poema de 800 páginas. Tiene muchísimo peso el sonido de cada palabra». Desde que Impedimenta publicó aquel portentoso libro ‘El ruletista’, los lectores en español han acudido fulminados a una obra inabarcable. Su escritura es un proceso continuo e inseparable de su concepción del mundo que lo rodea y del que él mismo ha creado. El cosmos Cartarescu es hiperbólico por sus dimensiones, pero, sobre todo, por su naturaleza híbrida y expansiva. Por muy ocupado que esté en crear el suyo propio, el escritor no se aleja del que lo rodea. Para Cartarescu el compromiso con la realidad sobrepasa lo estético y de eso habla también el escritor en esta entrevista.

—¿Qué peso tienen los diarios en su obra?

—Es el tronco de mi árbol literario, del que se desprenden las ramas, las hojas y los frutos que son mis libros. Lo comencé en 1973 y abarca todos los libros leídos, los sueños soñados y los pensamientos pensados por mí a lo largo de todos esos (casi) cincuenta años desde que empecé a escribirlo. Publico un volumen de mi diario cada siete años. Hasta ahora se han publicado cuatro volúmenes, es decir, más de 2.000 páginas, que recogen 28 años de mi vida. Aparecerá dentro de poco un quinto volumen. El diario no es uno de mis libros, sino el libro esencial. Puedo imaginar que no volveré a escribir jamás poesía o prosa. Pero no puedo imaginar no volver a escribir mi diario. Sería como si decidiera en un determinado momento dejar de respirar. Mi diario es mi segunda piel, una textual, tatuada por todas partes con frases y con sueños. Ucrania interpela a Occidente La guerra de Ucrania es, como afirma la ‘boutade’, «mucho más que un crimen: un error». Es uno de los errores más graves de la humanidad desde sus comienzos hasta ahora. Es un acto de locura colectiva como no se ha visto desde Hitler y Stalin a esta parte, pero más grave aún, pues puede llevar a la extinción de nuestra especie y de la vida en la tierra. Antiguas premoniciones dicen que el final llegará cuando «oigáis hablar de guerras y noticias de guerras». Pero solo hoy existe una capacidad real, física, del ser humano de suicidarse como especie.

—¿Cómo se puede detener un poder que ha perdido la cordura?

—Y que solo conoce la ley del puño, que juega con las vidas de siete mil millones de personas. ¿Cómo es posible que haya aparecido? ¿Cómo es posible que un pueblo entero lo apoye, votando a favor de la aniquilación de sus propios ciudadanos? Los ucranianos han hecho muchísimo para equilibrar ese poder descerebrado, pero ellos son David peleando contra Goliat, o Leónidas defendiendo la Hélade. No hacemos lo suficiente por ellos, no nos implicamos lo suficiente. Ellos son el escudo del mundo hoy en día, los defensores de la civilización y de cada uno de nosotros. Si caen ellos, caeremos todos como piezas de dominó.

—Sus padres fueron criados en el comunismo soviético, llegaron incluso a creer que tal cosa era posible.

—Mi padre, al igual que mi madre, procedía del campo y no tenía demasiada formación. En Bucarest se hizo obrero, y luego periodista especializado en cuestiones de agricultura. Me gusta que fuera así porque, al escribir tan solo sobre las labores del campo y sobre la cabaña bovina, no pudo hacer el mal como otros periodistas subordinados al poder. Aunque era un hombre políticamente adoctrinado y ateo, él fue siempre una persona honrada, que creía en los ideales románticos de la revolución. Pero pudo ver cómo estos ideales fueron traicionados paso a paso por las élites comunistas, que enseguida se volvieron nacionalistas, opresivas, corruptas, bajo el mando de una pareja presidencial ridícula y grotesca, la de la familia Ceausescu.

—¿Cuál fue el tamaño de esa decepción?

—En los últimos años del comunismo nacionalista de Rumanía, que se convirtió efectivamente en una especie de fascismo, mi padre vio toda su vida malgastada, y sus valores, traicionados y comprometidos. Es la historia que yo desarrollo en el tercer volumen de ‘Cegador’, recientemente publicado en español. Ahí, la revolución rumana y el comunismo rumano aparecen bajo una luz cruda, escabrosa, violentamente satírica. Jamás he escrito con tanta furia y desprecio. En definitiva, esas personas me robaron la juventud y tenían que pagar por ello de alguna forma.

—¿Está obligado un escritor a posicionarse políticamente?

—No solo el escritor, cualquier individuo tiene la obligación de ser un ciudadano, de luchar por conservar la democracia y en contra de todas las discriminaciones de su sociedad. El silencio y la inacción ante las injusticias resulta inaceptable. He escrito durante dos décadas en importantes periódicos rumanos, implicándome en todos los temas principales de la política rumana e internacional. He sido siempre pro-occidental, un admirador del proyecto de la Unión Europea. He estado siempre a favor de los discriminados y en contra de los extremismos de cualquier ideología y forma de violencia política.

—Karina Sainz Borgo, ABC Cultural, 19 de noviembre de 2022