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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Cuentos inquietantes», de Edith Wharton

Decir que Edith Wharton es una maestra de la literatura es decir algo obvio, pero es inevitable sentirse maravillada por su pluma.

En plena resaca navideña me toca ponerme al día con todas las lecturas que he ido acumulando en los últimos días y que no me ha dado tiempo a compartir con vosotros. Aviso que tengo pendientes un montón de libros geniales, entre ellos Cuentos inquietantes de Edith Wharton, una genial colección editada por Impedimenta que enamora desde el momento que la tienes en las manos.

Estos Cuentos inquietantes lo son cada uno a su manera, como bien dice Lale González-Cotta en su prefacio, y es que no sólo los fantasmas y apariciones hacen que nuestro corazón vaya más deprisa y se nos pongan los pelos de punta. Hay fantasmas, por supuesto, pero también hay historias que se salen de lo común sin que intervenga ningún elemento sobrenatural y esas son, si cabe, aún más inquietantes que las otras.

Cuentos inquietantes nos trae un total de diez relatos que navegan por las complicadas aguas de la mente humana. Tenemos duquesas italianas enamoradas y mujeres que ven como sus maridos mueren durante un viaje en tren. Tenemos, también, pintores fracasados y fantasmas que se descubren como tal tiempo después. Tenemos asesinos y mujeres que acumulan maridos como si fueran mascotas. Tenemos, en fin, un amplio catálogo de personajes que, de una u otra manera, van a quedarse con nosotros mucho tiempo después de haber cerrado el libro.

No os voy a engañar. Aunque he disfrutado muchísimo todos los relatos, me han gustado especialmente los que tienen algún elemento sobrenatural, o tratan específicamente de temas macabros. Mis favoritos son, por tanto, Un viaje, Después, La duquesa orante y La botella de Perrier. Este último es el único relato que ya había leído anteriormente y aunque en realidad no tiene ningún elemento sobrenatural, es imposible no leerlo como un relato de horror.

Que estos sean mis favoritos no significa que no haya disfrutado os otros, ni mucho menos. Wharton tiene un sentido del humor muy agudo y podemos apreciarlo en relatos como «Los otros dos» o «La misión de Jane». Otros, como «Un cobarde» o «El mejor hombre», nos lleva a otro tipo de inquietud, a esa de no conocernos a nosotros mismos, de no saber quienes son realmente las personas que nos rodean.

La vida de Edith Wharton es fascinante y podemos decir que pocos autores como ella han conseguido retratar esa sociedad de fin de siglo, decadente y misteriosa, que juega a la ambigüedad más exquisita. Nacida en Nueva York en el seno de una familia de clase alta, Wharton vivió a caballo entre Estados Unidos y Europa, conociendo a fondo las diferencias entre sus habitantes, al igual que lo hiciera Henry James. Vivió en París durante los últimos treinta años de su vida y allí finalmente moriría en 1937.

Decir que Edith Wharton es una maestra de la literatura es decir algo obvio, pero es inevitable sentirse maravillada por su pluma. Sus personajes son puramente humanos, con sus dobleces y sus matices y ya sea enfrentándose a sus propios temores, a sus parejas o a fantasmas, son fácilmente reconocibles. Cuentos inquietantes es una de esas lecturas apasionantes, difíciles de olvidar, y es que una personalidad como la Wharton marca. Una pequeña joya para pasar un buen rato inquietante.

-No creería estar viviendo en una casa antigua a menos que me sintiese absolutamente incómodo – insistía con jocosidad Ned Boyne, el más extravagante de los dos-. Ante la más mínima sensación de confort me invadiría la impresión de haber adquirido la casa en una exposición, con todas sus estancias numeradas y recién montadas de nuevo.
A continuación se pusieron a glosar con cómica precisión sus muchas aprensiones y exigencias, resistiéndose a creer que la casa que su amiga les recomendaba fuese realmente Tudor hasta que les aseguraron que carecía de calefacción, que la iglesia local estaba literalmente en ruinas, o hasta que les corroboraron la deplorable inconsistencia del abastecimiento de agua.

Fragmento de «Después».

Por Sarah Manzano