Mis queridos países bálticos. Primero fue el baloncesto –dos cosas están claras: el corazón siempre late a la izquierda y es lituano–. Inmediatamente después, la política –no dejéis de ver los excelentes documentales The Singing Revolution o The Other Dream Team–. Luego, la fortuna de conocer a pocas, pero admirables personas gracias –por cierto, siempre extraordinarias mujeres– a mi anterior trabajo. Me quedaban dos cosas pendientes: la literatura y viajar. Ahora, gracias a la inestimable ayuda de Impedimenta, ya puedo decir que estoy algo más cerca de solucionar mi primer “debe” –el segundo caerá, tarde o temprano–. Nos vamos a Estonia de la mano de Jaan Kross y su Vuelo estático, una poderosa crónica, tan vital como histórica, de un individuo, un tiempo y un país.
Su autor, Jaan Kross, fallecido en 2007 y considerado el gran maestro de las letras estonias del pasado siglo –uno de esos sempiternos candidatos al Nobel de Literatura–, creó con esta novela un peculiar híbrido literario: un cruce entre la novela histórica y las memorias, que aún siendo ficticias, se demuestran muy cercanas a la realidad. Su planteamiento es sencillo y el narrador Jaak Sirkel, evidente alter ego del Kross, lo declara nada más comenzar la obra:
Pues bien, he aquí la historia de mi viejo amigo, Ullo Paerand, objeto de mi simpatía, de mis dudas y de mi admiración.
¿Y quién es Ullo Paerand? Un compañero de Sirkel en la Academia Wikman en Tallinn –trasunto del lugar donde Kross estudió y elemento capital de su novela más celebrada, Los chicos de Wikman, posteriormente popular serie de televisión–, un chico algo mayor que él, dotado de un intelecto más que notable. Un amigo fiel. Y también un don nadie… sorprendentemente convertido en un actor y testigo directo –también víctima– de los hechos más trascendentales de la historia de su país durante el siglo XX, un período de extrema convulsión para la pequeña y orgullosa Estonia.
De este modo, a través de las peripecias de Ullo, Sirkel/Kross nos habla de cómo la joven e independiente Estonia, convertida en República Independiente tras el derrumbe del Imperio ruso post-revolución bolchevique y Primera Guerra Mundial, está a punto de ser zona de conflicto y dominación permanente. Stalin liquidará al Gobierno independiente, deportando a Siberia o liquidando a todos su miembros. Pero con la Segunda Guerra Mundial, Hitler ocupará el territorio entre 1941 y 1944… hasta que tras un brevísimo instante de falsa liberación –días– Estonia volverá formar parte de la URSS. Jaan Kross no escatima páginas –aunque nunca pierde la elegancia ni las formas– para hablarnos de algunas de las páginas más bochornosas de los mal llamados «Aliados», tales como el ignominioso pacto Molotov-Ribbentrop o las archiconocidas conferencias de Yalta y Potsdam. Juguemos a ser dioses y repartámonos el pastel… ¿Os suena familiar?
La grandeza de Vuelo estático es engarzar la historia individual de un personaje en la Historia con mayúsculas del país báltico sin estridencias ni heroicidades. En las antípodas de los, por otra parte, muy entretenidos fuegos de artificio de Philip Roth y sus revisiones del pasado reciente norteamericano –La conjura contra América y, en menor medida, Pastoral americana y Me casé con un comunista–, Kross sitúa a su Ullo Paerand ante los acontecimientos más relevantes de Estonia un poco por casualidad, un poco por desidia de sus superiores y otro poco por las «dimensiones de su país». Así logra hacer de la singular trayectoria de este despierto e íntegro working class hero un relato más cercano de lo que cabría esperar al lector, dada la dimensión histórico-política de la novela. Y también un fresco de una generación triste, zarandeada, utilizada como moneda de cambio en el despiadado tablero internacional y, finalmente, reprimida sin miramiento alguno. Los pasajes centrales de la novela, cuando Paerand, miembro del gabinete del primer ministro, se encuentra inmerso en todo tipo de idas y venidas, penosas cuitas para sostener el fugaz momento de independencia entre nazis y estalinistas, son de una brillante y amarga claridad. No es un James Bond del Este luchando por su patria. Es un abnegado defensor, pronto un olvidado superviviente fabricante de maletas, de una causa absoluta e irreversiblemente pérdida. Patética lucidez.
Probablemente Vuelo estático peque de un claro exceso de páginas, siendo cerca de 500 una extensión a todas luces desmesurada. Hecho que se ve agravado por el lento, a veces sumamente parsimonioso, desarrollo de la trama, sin duda provocada por el planteamiento de la misma, unas memorias inconclusas, fallidas, con vacíos que rellenar y zonas oscuras a las que se debe arrojar luz, dando pie a numerosas digresiones y relatos secundarios por parte del narrador Sirkel. Pero vale la pena superar los posibles inconvenientes en favor de un libro que, sobre todo en su ya mencionada parte central, se lee con la sensación y el impacto de estar devorando páginas «importantes» y terribles, dolorosamente reales –Kross fue arrestado por los nazis y condenado a cinco años de trabajos forzados y cinco de exilio en Siberia por los rusos, acusado de conspiración en favor de la independencia de Estonia–. Historia viva. Literatura viva. Definitivamente, tengo un viaje pendiente por hacer…
Por Raül Jiménez.