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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Cuentos inquietantes», de Edith Wharton

«Uno está curtido en la inquietud. Ya sea a través de los numerosos autores que han surgido en el panorama nacional e internacional a lo largo de la historia literaria del último siglo y medio o a través del cine, que harto ha cultivado la inquietud en filmes de terror, suspense, thriller, etc. los relatos inquietantes están a la orden del día.»

Con Wharton, lo que hacemos, simple y llanamente, es trasladarnos al pasado para recrear el registro de inquietudes que, en la época, generaban ciertas situaciones o escenas; algunas de ellas son atemporales, se adaptan bien a nuestra era y han tenido un buen envejecimiento, otras, sin embargo, no tanto.

La inquietud está presente, eso sí, en todos los relatos. En mayor o menor medida lo están. No se puede negar. De la misma forma que no se puede negar que el prólogo y la traducción a cargo de Lale González-Cotta han sido todo un acierto por parte de la editorial, ya que las historias ganan, especialmente con una presentación de tal calibre.

A Wharton ya la conocía, no mucho, pero la conocía. Hace años, creo que casi una década, El País publicó unos libritos que contenían dos, tres o, a lo sumo, cuatro relatos de cada autor de los que denominaba «Maestros del Terror», creo recordar. Uno de esos libritos correspondía a Edith Wharton y en él se incluía uno de los que, a mi parecer, me resultó el más inquietante de los relatos de esta antología: «Después». De entre todos, me quedaría con ese. Y es que me encantan las historias de fantasmas. No pasan de moda. O, al menos, resisten bien el paso del tiempo. Serían este relato y «La botella de Perrier» los que más he disfrutado, sin olvidar uno de los primeros que abren la antología: «El viaje». No quiero decir con esto que haya que desechar el resto; todos tienen su valor y se disfrutan en su justa medida. A pesar de todo, la literatura y el cine nos han acostumbrado al inesperado susto, a la generación de ansiedad y, a pesar de que Wharton es toda una experta, eso ha hecho que los relatos los disfrute con una intensidad comedida, menor de la deseada. Otro acierto de Impedimenta ha sido, sin duda, el orden de los relatos. La sucesión cronológica permite que veamos la evolución prosística de la autora, que gana a medida que pasan los años en intensidad y actitud, en sostenibilidad de la tensión y en acercamiento al lector; en los primeros relatos se deja llevar por la jerga de su profesión y su prosa es en ocasiones barroca, abigarrada. Con eso y todo, es una lectura que se disfruta. Y la inquietud, se palpa.

Maxi Sabela Tornés