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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Berlín es una ciudad de destino para los que han perdido su patria. Sus calles se abarrotan de hombres y mujeres que han perdido una guerra. Un refugio para los que se quedaron sin país, no importa en qué década de la historia. Caracoles que arrastran sus recuerdos en barrios periféricos, al compás de una nación que se transforma a paso de gigante, que deja atrás el comunismo de una manera ejemplar.

Berlín cuenta en sus carnes la historia del siglo XX, pero sus ciudadanos conforman un muestrario de lo que ha sido la peor de las causas de la centuria: el exilio y la pérdida de la identidad. Este es el planteamiento de El Museo de la Rendición Incondicional, la novela de 1993 escrita por la croata Dubravka Ugrešić y que Impedimenta rescata para el público español. Parte la autora de un museo ya cerrado, en el que la Unión Soviética iba mostrando a los visitantes restos fragmentados de la II Guerra Mundial. Sus salas no explicaban el conflicto, sino que arrojaban a la vista sus consecuencias. Había vitrinas con maletas, fotografías anónimas, elementos que conformaron una vida cotidiana y que no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra, al igual que sus propietarios. Es la guerra en crudo, el vacío que deja el conflicto bélico en las familias, la deshumanización de la política cuando interfiere en la convivencia.

Dubravka elige, sin embargo, un camino original para su relato. Apenas habla de su experiencia en la guerra de los Balcanes, sino que conforma su historia a través del relato de los demás. En una novela fragmentada, aparecen las voces de sus amigas, fantasmas que se pasean por Berlín en busca de una identidad perdida. Se recuerda el asedio de Sarajevo, las refriegas en la frontera serbocroata, los hijos mandados al frente y la carestía que provocó una guerra infame, en el final del siglo XX que creyó haberlo visto todo y que culminaría la infamia con el nombre de Srebrenica.

Croatas, serbios, bosnios y eslovenos caminan por las páginas enseñando fotografías viejas. Instantáneas que muestran una vida pasada, ideal, rota por la violencia y el nacionalismo. El tiempo se torna líquido y gana espacio el pensamiento de la autora, que se eleva por encima de los testimonios. Habla su soledad, su desazón de exiliada que debe recuperar su memoria a través de objetos inútiles, como el viejo Museo de la Rendición Incondicional. Y a veces lo consigue, a través de un diálogo póstumo con su madre, gracias a un diario que esta escribió al inicio de la guerra. Ella, que había sufrido también el exilio en la posguerra del 45, que abandonó su Bulgaria natal para refugiarse en la patria de Tito, ve acabar su vida con el sonido de las bombas. Dos guerras para dos generaciones. Nada cambia en el mundo.

La narración de Dubravka tiene un matiz de conciencia. Se alude en el libro varias veces a El cielo sobre Berlín, la película de Wenders en la que unos ángeles caminan por la ciudad escuchando los pensamientos de los viandantes. Algo de esa sustancia hay en El Museo de la Rendición Incondicional, una conciencia que escucha el dolor de los demás, el sonido amargo del exilio y la incomprensión ante un mundo que sigue girando, aunque los países se destruyan. Queda la memoria, cruel. El dolor se esconde también en los objetos más inútiles.

—Pepe Pérez-Muelas Alcázar, La Verdad, 2 de marzo de 2023