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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Fotos de familia – El Correo – 11 de marzo de 2023

La posibilidad científica de que el trauma se herede como el color de los ojos abre este libro de Alex Halberstadt. «Mi madre me decía que en mis sueños siempre aparecían perros ladrando», escribe el autor. Comenzó a suceder cuando Halberstadt salió de Moscú siendo un niño y cruzó Europa con su familia para instalarse en 1980 en Nueva York. No les acompañó su padre, que se convirtió en un interlocutor telefónico cada vez más infrecuente y en el representante de un mundo que el autor olvidó «diligentemente» para integrarse en su nuevo país. Es en la treintena cuando Halberstadt regresa a Rusia al enterarse de que su abuelo Vasili, a quien no conoce más que por esquivas referencias familiares, sigue vivo. El anciano pronto se ve sepultado por las preguntas de su nieto y le dice si aparece como nieto o como interrogador. Ese interés se explica porque el autor sabía que su abuelo había sido un padre violento y un hombre que hizo en la guerra cosas «innombrables», pero no que tenía frente a sí al que era probablemente el último guardaespaldas de Stalin que seguía vivo; alguien que trabajó para Beria y frecuentó los sótanos de la Lubianka. «Tuve miedo todos y cada uno de los días», le dirá en un momento el anciano en un susurro, revelando de algún modo el origen del trauma hereditario y haciéndolo girar hacia la culpa.

Ese viaje a Rusia será el comienzo de una investigación en busca de los orígenes familiares en la que Alex Halberstadt, firma habitual en grandes revistas estadounidenses, demuestra su pulso periodístico y su talento narrativo. La historia de su abuelo Vasili –magnífica– se completa con la de los padres del autor, que se conocieron en los setenta en la Universidad Estatal de Moscú, y con la de sus abuelos maternos, una pareja de judíos lituanos que sobrevivió al nazismo y al terror soviético componiendo «una excepción estadística». Halberstadt se crio con esos abuelos en Nueva York y cuenta cómo lo protegieron siempre del pasado dramático que arrastraban. El gran acierto del libro consiste precisamente en que el autor sale a buscar algo que sabe que se desvanece y en que, pese a la documentación y las pesquisas, renuncia a saberlo todo con la precisión del historiador. Es otra la longitud de onda que maneja Halberstadt y es curioso comprobar cómo el libro alcanza un gran nivel cuando se ocupa de las vidas llenas de zonas oscuras de sus abuelos y no lo hace tanto cuando aborda lo que el autor sí conoce completamente. Su aterrizaje como niño soviético en EE UU y su deseo de ser «de manera permanente e irrefutable estadounidense», por ejemplo. O el modo en que él y su padre consiguen finalmente tejer algo parecido a una relación.

—Pablo Martínez Zarracina, El Correo, 11 de marzo de 2023